¿Y si el euro no quiere sustituir al dólar?

Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, un euro podía comprar 1,04 dólares. En este momento puede comprar 1,12 dólares y algunos analistas ya lo ven tocando los 1,20. Esto no es solo una cifra, es una señal. ¿Un cambio de era, como vaticinan algunos analistas? Desde hace meses se viene especulando con el fin del reinado del dólar, en parte por la creciente desconfianza internacional hacia la política económica de Estados Unidos con Trump, el aumento del déficit fiscal y una política exterior menos predecible.
La Reserva Federal (Fed), además, ha sido criticada por su falta de claridad y su respuesta desigual ante los choques económicos recientes, lo que ha alimentado la debilidad del dólar frente a otras divisas principales. Puede que haya razones para pensar que el euro puede desempeñar ese rol por algún tiempo, pero también hay poderosas razones para pensar que no tiene ninguna intención de hacerlo.
Europa atrae capital, pero no quiere la coronaEl titular de Bloomberg del pasado 17 de abril sorprendió a más de uno; "El euro está emergiendo como un refugio seguro alternativo, junto con los bonos alemanes". El Banco Central Europeo (BCE) y otras instituciones coinciden también en que la divisa única está asumiendo un nuevo rol como refugio financiero global.
Por otro lado, los bonos alemanes, según datos de J.P. Morgan, están captando flujos de inversores internacionales como no se veía desde la crisis del euro en 2012. Y la divisa europea, como consecuencia, se ha fortalecido un 9% en lo que va de año. Hasta aquí, todo cuadra. Si el dólar cae, alguien tiene que ocupar su lugar. Y el euro es, por tamaño económico y estabilidad institucional, el candidato natural.
Pero una cosa es ser el refugio temporal de los inversores hartos de los bandazos de Washington, y otra muy distinta es querer ser la divisa de reserva global. Porque ser la moneda hegemónica del sistema financiero mundial no es un premio sino una carga. Y Europa, al contrario que Estados Unidos no parece tener muchas ganas de cargar con ese peso.
Para empezar, porque no hay un Tesoro europeo. Hay muchos. Alemania, Francia, Italia, España... cada uno con su deuda, sus cuentas, sus problemas. Y si bien es cierto que la emisión conjunta de bonos Next Generation marcó un hito en la integración fiscal, sigue siendo una excepción. No hay un compromiso firme de mutualizar la deuda a gran escala. Y sin eso, los mercados no se fían.
La crisis griega de 2012 también está demasiado fresca. Cuando el euro estuvo al borde del abismo y sólo las palabras de Draghi ("whatever it takes") salvaron el proyecto. Desde entonces, el euro vive con la duda existencial de qué pasaría si otro país amenazase con salir o si los mercados perdiesen la fe en la deuda italiana o en la francesa.
Los analistas de Deutsche Bank señalan que el euro es fuerte cuando hay calma, pero extremadamente vulnerable en crisis. Porque el BCE no es la Fed. No tiene la capacidad ni el mandato de actuar como prestamista de última instancia global. Y sobre todo, no tiene un único gobierno político que respalde sus decisiones.
El euro fuerte ya genera daños colateralesPor otro lado, la fortaleza del euro ya está empezando a doler. Empresas como SAP, Porsche o Schneider Electric han lanzado advertencias claras. Cada céntimo que sube el euro frente al dólar recorta millones de euros en ingresos. El propio director financiero de SAP calcula que la empresa deja de ganar 30 millones de euros por cada 0,01 céntimos de apreciación. Heineken ha alertado de una pérdida de 180 millones. Y Schneider, de hasta 1.250 millones.
Y eso que muchas de estas empresas tienen coberturas de divisas activadas. Pero 2026 está a la vuelta de la esquina, y esas coberturas están a punto de expirar. Si el euro sigue fuerte, el golpe será real. Y los exportadores europeos ya están empezando a descontarlo.
La reacción de los mercados también es reveladora. El índice FTSE Europe ha visto cómo sus previsiones de crecimiento de beneficios se recortaban del 4% al 2,9% según HSBC. Barclays y Morgan Stanley coinciden en que por cada 5% que sube el euro, las ganancias se reducen entre un 1,5% y 2%. Goldman Sachs lo dice de otra forma: un euro fuerte da confianza, pero reduce el atractivo bursátil.
Entonces, volvamos a la pregunta original. ¿Quiere el euro sustituir al dólar? Podría, tal vez. Pero, ¿le interesa? Esa es otra cuestión. Para ser moneda de reserva global hay que inundar el planeta con deuda en euros. Y eso implica emitir, endeudarse, asumir riesgos. Justo lo contrario de lo que desean Alemania y otros países nórdicos. Y porque también significa asumir un rol político y financiero de liderazgo global. Ser el ancla en momentos de pánico. Ser el prestamista de última instancia. Europa, simplemente, no está estructurada para eso.
Y si el euro llegara a ocupar ese trono por inercia, sin desearlo, podría convertirse en una carga. Una moneda demasiado fuerte que ahoga exportaciones, reduce competitividad y agrava las tensiones internas entre países del sur y del norte.
La paradoja es evidente. El euro se fortalece porque hay confianza. Pero si se fortalece demasiado, puede acabar destruyendo esa misma confianza. Porque genera desigualdades, porque genera tensiones políticas, porque expone las grietas de una unión incompleta.
Tal vez, al final, el euro esté más cómodo como segunda opción. Como refugio parcial. Como alternativa temporal. Y no como moneda dominante del sistema financiero mundial. Y quizás esa decisión no sea una debilidad. Puede que sea una estrategia a largo plazo. Y en eso, Europa tiene mucha experiencia.
20minutos