Mismo tono, distancia y rencor

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Mismo tono, distancia y rencor

Mismo tono, distancia y rencor

El miércoles, 10 de septiembre, víspera de la Diada Nacional de Catalunya, Europa se despertó sobresaltada: Rusia acababa de lanzar sobre Polonia esas nuevas y eficaces armas de ataque llamadas drones. El suceso fue tan trascendente que el primer ministro Donald Tusk lo calificó como “una violación sin precedentes”. Y provocó tanto miedo que se empezó a temer que fuese un ensayo o una medición de fuerzas y de la capacidad de respuesta ante lo que más teme la humanidad: un conflicto que, por la eficacia de las nuevas armas, sea de liquidación.

Todo inducía e induce a temer lo peor, porque Trump, tan previsor, acababa de inaugurar el Departamento de Guerra; una veintena de naciones acababan de exhibir su bloque de superioridad frente a la arrogancia imperial de Estados Unidos; China acababa de mostrar su impresionante poderío de armamento; Israel bombardeaba sin límites de fronteras; se normalizaba el uso de la palabra guerra –incluso con el calificativo de mundial– en el discurso político, y el mundo empezaba a oler a pólvora y a sonar a bombas.

Poco después del incidente, las radios ya lo estaban analizando al modo habitual: con tertulianos y expertos de guardia. Este cronista se dijo: tenemos suerte, porque hay sesión de control en el Congreso, y sus señorías querrán saber cuánta información quiere ampliar el señor Sánchez; si habló con algún dirigente europeo, si le llamó el secretario general de la OTAN, o si habrá alguna iniciativa de su Gobierno. Una crisis de esta dimensión y riesgo tiene que ser tratada en la sede de la soberanía nacional y centro del debate político. Si el Gobierno se resiste, se lo exigirá la oposición.

Así que cogí papel y boli y me senté ante el televisor. Todo mi gozo en un pozo y otra vez la exclamación: ¡qué cándido sigues siendo, periodista! ¿Todavía no sabes que sus señorías traen su discurso como un intocable artículo de las tablas de la ley y no lo cambian, aunque estalle un submarino nuclear en Rota? ¿Todavía ignoras que esas señorías creen que ganan más votos con Begoña Gómez o el fiscal general en el banquillo que con una política exterior o de defensa pactada? ¿Cómo Abascal, micrófono en mano y viento a favor, va a despreciar la oportunidad de seguir ganando unos votos si llama a Sánchez corrupto, indecente y traidor? ¿Y cómo los socialistas van a renunciar a refregarle a Tellado las fosas por su calva?

Sánchez, en el Congreso, esta semana

Dani Duch

Sirvan estos interrogantes como indicios de situación. Ni los incendios del verano han cambiado nada: misma crispación, mismo debate reiterativo, mismo electoralismo fácil, misma demolición del adversario, mismo rencor y mismo desenlace. A base de reiterar lo dicho y redicho, se sube el tono, único recurso para ganar relieve y se devalúa todo. Empiezo a temer que el día del gran reventón bélico, que lo habrá, el debate en el Parlamento español será: Sánchez, pregonando que estamos en el lado bueno, aunque no sepamos cuál es; Feijóo, culpándolo del bombardeo de Wall Street; Yolanda Díaz, viendo a la patronal en el boicot a la paz; Abascal, presentando querella contra el bipartidismo. Y ya no me quedan más gerundios.

RETALES

Diada. Los catalanes nos ganáis a los gallegos en fuerza nacional. Empatamos en alarma por la salud del idioma propio. Algo estamos o nos están haciendo mal.

Cruel. Diagnóstico doliente de España: “una ola de indignidad”. Es de Elvira Lindo en El País . Suscribo y espero que no haya sido profético lo de Enrique Curiel: “La indignidad, cuando desenfunda, no tiene límites”.

Fe. “Creo en la Justicia”, dijo el fiscal general del Estado. “Solo faltaría”, dijimos los suspicaces y aplaudieron los escépticos. Es que sonó como si el Papa dijera que cree en la Iglesia.

Nivel. “Repita conmigo, señoría: es un genocidio”. Eso le dijo Sánchez a Feijóo. Yo pregunto: ¿hay algo peor que un genocidio? Lo dudo. Entonces, ¿a qué nivel tiene que llegar la agresión de Israel para que Sánchez rompa relaciones?

Fobia. Orgullo sanchista: 22 millones de empleos. Lo nunca visto. ¿Por qué la mala imagen del Gobierno? Tezanos culpa al eterno pesimismo español. Este cronista piensa peor: 1) Trabajar no supone salir de la pobreza. Y 2) Estas cosas ocurren a los gobiernos cuando son o resultan antipáticos.

Influencers. Crean más opinión que los académicos. Una frase (algo tonta) de María Pombo sobre la lectura inspiró más artículos que el “me gusta la fruta”, increíble centro del debate nacional. Los influencers pronto serán el auténtico “cuarto poder”. A lo mejor ya lo son.

lavanguardia

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