Pregunta para Benjamin Bratton: ¿Es posible imaginar un futuro?

La intención de The Stack. Soberanía y software, de Benjamin Bratton, es simple: propone tomar distancia del mundo conocido para imaginarlo como si fuera el estante de una inmensa biblioteca con siete libros enormes que forman una colección. Pero al contrario de la estética de las enciclopedias con lomos del mismo color y grosor, estos ejemplares están unos sobre otros, y cada uno posee un nombre propio y una densidad específica que provoca contradicciones con los otros. Tierra, nube, ciudad, dirección, interfaz, red y usuarios se superponen dando lugar a una estructura original que describe el presente complejo en el que convive lo concreto con lo abstracto, lo tangible con lo imaginado.
The Stack
Benjamin Bratton
Adriana Hidalgo Editora
El libro, que había sido publicado originalmente en 2015, se tradujo y se publicó en nuestro país este año (Adriana Hidalgo Editora). En el prefacio, Tomás Borovinsky, a cargo de la colección “Interferencias” de esta editorial, sugiere que la decisión de dejar su nombre original, cuya traducción sería “la pila”, responde a una decisión más de contenido que de forma. Después de todo, ¿cómo se logra describir y definir una estructura que contiene elementos tan diversos como contradictorios sin caer en clichés ni imágenes inconexas? ¿Cómo describir un presente compuesto por materiales de distinta densidad sin perder la idea de completitud?
The Stack es mucho más que una pila; en su sonido corto, como un chasquido, hay una “megaestructura accidental de software y hardware que compone nuevas gubernamentalidades y nuevas soberanías”. Esta nueva disposición, que comenzó a fines del siglo pasado, deformó y sigue deformando la organización del mundo tradicional. Si hace casi cuarenta años, la aparición de internet en el ámbito doméstico cambió el modo de comunicación y conexión, trastornando las lógicas de tiempo y espacio (al fin y al cabo, ¿cómo entender la relación entre la carta tradicional y el correo electrónico?), unas décadas después, las personas lidian, de manera inconsciente, con este desajuste entre lo concreto y lo abstracto. Conviven con la evidencia de tener un cuerpo, vivir en una ciudad, viajar en autos, trenes, barcos y aviones y vérselas con teclas o botones que “hacen cosas concretas” frente a pantallas cuyo principal componente es algo llamado “cristal líquido”. La contradicción del término está tan a la vista que apenas se percibe.
Una contradicción similar aparece a la hora de pensar las fronteras entre países. Después de todo, lo que a fines del siglo pasado se llamó “globalización” no es más que el borramiento de los límites geográficos concretos que, en simultáneo, convive con tendencias nacionalistas. Así planteada, esta estructura multicapa, en su declaración de intenciones, puede pensarse como el resultado de un programa de diseño que, al incluir los distintos materiales, permitiría, en un mundo ideal, la convivencia entre el software y el hardware, entre lo técnico y lo social. Sin embargo, lo contradictorio del proyecto aparece una vez más, en dos frentes: en el macro y en el micro. Así, mientras se impulsa la desfronterización (fomentando el imperio de la “nube” donde los datos del mundo entero conviven en saludable armonía), se promueve la sobrefonterización (estimulando desde las redes discursos de odio ante la inmigración de poblaciones específicas y exhibiendo las deportaciones en tiempo real).
Estos casos particulares permiten entender que la contradicción es constitutiva de The Stack, y que sin ella, sería imposible darle sentido al presente. Cada capítulo del libro busca hacer pie en su compañero de pila porque de otro modo sería imposible explicar los fenómenos actuales y la posibilidad de imaginar un futuro.
Así, por ejemplo, en las páginas reservadas a analizar la nube, Bratton hace hincapié en el modo en el que las redes sociales actúan como polis de la vida privada. Mientras las personas se regodean en la propia imagen, en la narración autorreferencial y en la búsqueda constante de aprobación ajena, empresas como Google recaban datos que permiten desarrollar los algoritmos más refinados. La apoteosis del individualismo convive, sin incomodidad aparente, con la elaboración de perfiles tan específicos como anónimos.
Benjamin Bratton ha impartido clases en la European Graduate School de Saas-Fee, Suiza, y ha sido profesor visitante en la NYU Shanghai.
Unas páginas más adelante, el autor volverá a esta idea cuando se ocupe del concepto de interfaz asociado con la elaboración de imágenes a partir de la inteligencia artificial. Un tema que, más allá del auge que tomó desde fines de 2022 a esta parte, pone en primer plano el problema de la acción humana, la posibilidad de creación y sus consecuencias a pequeña escala.
Para dar cuenta de los aspectos más concretos, vale destacar algunos cuestiones relacionadas con la ciudad. Al respecto, Bratton señala que las ciudades deben pensarse como simulaciones de aeropuertos “donde la policía escanea a fondo tu persona mientras te prepara un delicioso batido” que se bebe mientras se va a la puerta de embarque indicada sin cuestionar nada. Ni las largas filas, ni el constante control sobre el cuerpo físico ni el simbólico asociado con la exigencia de exhibir de manera contante la documentación que acredite la identidad en todo momento y la amenaza (amable, pero amenaza al fin) de la requisa inminente.
Benjamin Bratton fundó la licenciatura en Diseño Especulativo de la Universidad de California, San Diego. Es doctor en Sociología de la Tecnología por la Universidad de California, Santa Bárbara.
En cualquier caso, la supuesta circulación libre por las calles al aire libre o por los pasillos virtuales estimula la fantasía de que somos ciudadanos del mundo y que, como tales, tenemos derecho al reconocimiento singular. Mientras tanto, nuestra identidad compuesta de datos, incluido el ADN, se presenta como parte de una larga lista de código, que forman, casualmente, una pila. En definitiva, la humanidad es, en sí misma, The Stack.
Clarin