El vecino marroquí

Los buenos amigos, longitudes de onda afines, se atraen. Los malos vecinos, polaridades incompatibles, se repelen. Marruecos está ahí abajo y aquí cerquita, a 14 kilómetros de agua salada que separan dos países, dos continentes y dos mundos. Según se repite con resignación y se acepta con fatalismo, «España y Marruecos están condenados a entenderse». No «destinados». Tampoco «obligados». No. Están «condenados». España y Marruecos no comparten un destino. Ni tienen un deber coincidente. Sufren una condena recíproca.
Estuvieron «condenados a entenderse» Franco y Mohamed V, Juan Carlos I y Hassán II. Y hoy Felipe VI y Mohamed Ídem. Pero no se entienden más allá de las convencionales, huecas declaraciones diplomáticas entre «amigos» y vecinos. No nos entendemos, más allá de las pragmáticas relaciones comerciales. Y aunque la balanza de pagos y los demás índices socioeconómicos e indicativos del desarrollo humano respecto a nosotros no le favorecen, Marruecos nos sigue jorobando y chantajeando. Aparte del polvo sahariano que nos envía cada dos por tres para alegrarnos la existencia y el recuerdo de la Marcha Verde, Marruecos es Perejil, la Playa de El Tarajal y la Valla de Ceuta, Melilla entera, las plazas de soberanía, Canarias, las pateras, los caladeros y cuotas de pesca, el affaire Pegasus...
...Y el fútbol. Mientras enreda e instiga en las instancias pertinentes y con las personas adecuadas, ya está construyendo un colosal estadio en Casablanca, bautizado Hassán II, con capacidad para 115.000 espectadores, con la pretensión de albergar la final del Mundial'2030, en lugar del Santiago Bernabéu, en la capital del país organizador de más peso y enjundia.
Entretanto, sigue pugnando por atraer a sus filas a jugadores seleccionables que deben elegir entre ser españoles o marroquíes. Algunos, como Lamine, se quedaron aquí. Otros, como Hakimi y Brahim se fueron para allá pensando en tener menos competencia a la hora de hacerse un hueco internacional. Ahora se plantea la disyuntiva con dos promesas del Castilla, incluidas en la lista previa de España y de Marruecos para el Mundial sub-20 que se disputará en Chile entre el 27 de septiembre y el 19 de octubre: Rachad Fettal y Thiago Pitarch.
Si un futbolista que puede ser español escoge ser marroquí sólo supone una contrariedad para España. Para Marruecos, todo un éxito propagandístico. Una victoria política. En otros deportes es diferente. Por ejemplo, nuestro atletismo está plagado de jóvenes, hombres y mujeres, de nacimiento u origen marroquí y de todas las categorías de edad. Algunos son o han sido plusmarquistas nacionales absolutos que no se plantearon ni se plantean ni se plantearán trocar el norte del Estrecho por el sur.
Los más conocidos son Mohamed Attaoui, Ayad Lamdassem, Adel Mechaal, Majida Maayouf, etc. Metemos en la relación a los sancionados Mo Katir, Hamid Ben Daoud, Abdelaziz Merzougui e Ilias Fifa. Sus pecados no cambian el hecho adoptivo. Los futbolistas, o eso parece, se mueven por intereses más que por patriotismo. Los atletas, por supervivencia.
Para los futbolistas, Marruecos es una oferta de trabajo. Para los atletas, España, una opción de vida.
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