De Gich a Cruyff

Aprincipios de 1958 el FC Barcelona decidió dotarse de un gerente. Un cargo inexistente para el que fue designado Joan Gich (Agullana 1925-Madrid 1982). No sin polémica, porque en la etapa presidencial de Miró-Sans, como en la modernidad, cualquier decisión trascendente del club azulgrana pasaba por el escrutinio devorador y hasta la burla de socios y aficionados, de opositores y de los medios informativos. Ya un año antes se había sugerido la posible incorporación de un alto empleado que modernizara la actividad diaria del club. En síntesis, se dijo entonces que “si va a realizar las actividades que corresponden al presidente, para qué necesitamos presidente”.
Doce meses duró la polémica hasta que, aprovechando la jubilación del histórico secretario general e historiador del club, Albert Maluquer, Miró-Sans anunció el nombramiento de Gich. Para suavizar la situación fue presentado como administrador general, pero Gich fue acumulando experiencia y control en los 12 años largos que se mantuvo en el cargo, hasta septiembre de 1970. En su biografía destacaban varios detalles. Para empezar, y no es poco, el trauma infantil de perder a su padre, que era el médico de Agullana, en 1936, asesinado por las fuerzas incontroladas en los primeros días de la guerra. A raíz de esta tragedia, Gich estudió en Alemania y, a su regreso a España, se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona y en Ciencias Económicas en la de Madrid. Se defendía con soltura hablada y escrita en seis idiomas y fue un reconocido crítico de arte, como queda constancia en la hemeroteca de este diario. De notable presencia física (medía casi 1,90 m y pasaba de los cien kilos), tuvo también una relevante carrera en la administración pública y en la política, amparado por su buen amigo Torcuato Fernández Miranda, personaje de protagonismo destacado en el franquismo y en la transición.
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Durante su larga etapa azulgrana, Gich intervino en todo tipo de gestiones de alto nivel. Además de la administración diaria del club, viajaba para cerrar fichajes, organizaba giras veraniegas por América, representaba al club ante la UEFA... y también aparecía en situaciones más anecdóticas, como el partidillo que se organizó en el Camp Nou, en octubre de 1959, para probar el funcionamiento de la iluminación artificial, que se inauguró oficialmente días más tarde. Gich jugó de portero, como en su juventud.
Pasó Miró-Sans, pasaron Llaudet y el fugaz Narcís de Carreras, llegó Montal en 1969... y Gich seguía al frente del timón. Su control de la entidad era absoluto, como detalló en sus memorias Josep Lluís Vilaseca, flamante nuevo directivo de la etapa Montal. “A nuestra llegada fuimos a preguntarle el funcionamiento del club y Gich nos soltó una frase que resume la filosofía que entonces imperaba: nos dijo que fuéramos al estanco a comprar una caja de puros y que los días de partido nos sentáramos en el palco”.
Se produjo entonces una de esas concatenaciones políticas que entrarían en el llamado efecto mariposa. De Gich, a Cruyff. Cuando los nuevos directivos del Barça vieron necesario deshacerse del gerente ampurdanés, pero no se atrevían porque sabían de sus sólidos padrinos en Madrid, llegó la inesperada destitución de Juan Antonio Samaranch como máximo responsable del deporte español. Torcuato Fernández Miranda fulminó al futuro presidente del COI y situó a Joan Gich como nuevo delegado nacional de deportes y presidente del Comité Olímpico Español. De esta manera inesperada Montal tuvo las manos libres para incorporar a Armand Carabén, quien luego fue personaje fundamental en la contratación de Johan Cruyff en 1973.
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El cese pilló por sorpresa al propio Samaranch, que en una entrevista con Del Arco en La Vanguardia explicaba fríamente: “Me han relevado del cargo. Se ha considerado que mi etapa había terminado. Me ha dolido”. De nuevo Vilaseca ofrece una explicación: “Samaranch hacía sombra a Torcuato en todos los actos públicos. Las malas lenguas decían que quien peor lo llevaba era su esposa, Carmen Lozana, que sufría el mismo conflicto con Bibis Samaranch, elegantísima y muy atractiva, además de simpática”.
Durante su paso por el puente de mando del deporte español, hasta julio de 1975, Gich fue un buen apoyo para el Barça en las gestiones y subvenciones para la construcción del Palau Blaugrana (“afortunadamente nunca se enteró de que habíamos estado a punto de destituirlo”, recordaba Vilaseca) aunque todo tiene su peaje: fue Gich también quien sugirió a Montal que si pensaba crear la medalla de oro del FC Barcelona era obligado entregar la primera a Franco, como se hizo efectivamente.
La llegada de este hombre voluminoso de ademanes pausados, como lo definió Ibáñez Escofet, a la cumbre del deporte español en septiembre de 1970 tuvo otro efecto colateral, este inmediato: Santiago Bernabeu montó en cólera. Por primera vez en muchos años veía llegar a un alto cargo deportivo a un personaje que no sólo no tenía currículo madridista, sino que era inequívocamente blaugrana. “¿Qué se diría en Andalucía, Vizcaya o Extremadura si se nombrara a nuestro gerente? Sólo pedimos justicia, el Madrid no desea tener representación nacional alguna, pero tampoco que otros la tengan”, dijo sin ruborizarse.
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