Tolstoi para el portero y Laporta

En estos días de convivencia con los nietos he constatado de nuevo que, si bien cerca de una pantalla sus ojos son como las moscas del panal de miel, también puedes captar su atención con una buena historia oral. Les he narrado episodios mitológicos y bíblicos. En cambio, a pesar de que les encantan los animales, las fábulas de Esopo no me funcionaban. Son demasiado cortas. Se me ocurrió apelar a las de Lev Tolstoi, que, además de invitar a reflexionar en términos morales, son lo bastante largas para suscitar expectativas (¿qué sucederá?) y lo bastante cortas para alimentar el deseo de escuchar otros cuentos.
El otro día, hablábamos de Ter Stegen, el guardameta rebelde del Barça. El conflicto está resuelto, pero en aquel momento estaba al rojo vivo. Lluc, de 9 años, decía que era una lástima que no le dejaran ser capitán del Barça y el pequeño Pau, de 6, decía que Joan Garcia es mejor portero. El mayor es sentimental; y el pequeño, pragmático. No quise dar la razón ni a uno ni a otro. Me limité a contar una fábula de Tolstoi, que aquí comprimiré por falta de espacio.
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Un lobo huía de unos cazadores y pidió ayuda a un campesino, quien lo escondió en el saco de grano. Llegados los cazadores, los despistó. Libre de persecución, el lobo salió del saco dispuesto a zamparse al campesino. “¿Devuelves así el favor que te he hecho?”. “¡Los favores no se devuelven!”, sentenció el lobo que, sin embargo, aceptó hacer una encuesta para saber quién tenía razón. Encontraron a una burra famélica: les explicó que había trabajado de sol a sol para un labrador que la abandonó cuando envejeció. También un perro viejo había sido abandonado por el dueño, a pesar de largos años de servicio.
El lobo ya se relamía, cuando pasó un zorro. El campesino le narró el favor que había hecho al lobo, pero el zorro se hacía el incrédulo: “Un lobo no puede esconderse en un saco, ¡no cabría!”. “¡Eso crees tú!”, dijo el lobo, y puso la cabeza en el saco. “La cabeza sí, pero ¿y el cuerpo?”. El lobo se adentró en el saco y el campesino, captando la jugada, ató el saco y lo apaleó hasta liquidar al lobo. Y volviéndose hacia el zorro, le pegó también un garrotazo, diciendo: “¡Es verdad! ¡Los favores no se devuelven!”.
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