El Museo Nacional de Antropología, destino obligatorio para todo el que visite Ciudad de México

Es uno de los mejores museos del mundo y muestra una imprescindible colección arqueológica, etnográfica y milenaria de las civilizaciones prehispánicas en 22 salas permanentes. El Museo Nacional de Antropología, inaugurado el 17 de setiembre de 1964, es un destino obligatorio para toda persona que visite Ciudad de México. Puedes pasear una vez por sus ampulosas salas o veinte veces: nunca te cansarás.
Hay reliquias imponentes que se aprecian desde decenas de metros y pequeñas figuritas de gran belleza y sutilidad que solo se aprecian si te detienes en alguna de los centenares de vitrinas distribuidas por todo el museo. Es visitado cada año por más de dos millones de personas y este año ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia.
Desde finales del siglo XVIII y especialmente a partir de la independencia en 1821 de México, diferentes colecciones prehispánicas fueron resguardadas en lugares distintos de la capital mexicana hasta que se empezó a construir la sede actual en 1963. Tras 19 meses, el presidente Adolfo López Mateos inauguró el museo con unas palabras trascendentales:
"El pueblo mexicano levanta este monumento en honor de las admirables culturas que florecieron durante la era Precolombina en regiones que son, ahora, territorio de la República. Frente a los testimonios de aquellas culturas, el México de hoy rinde homenaje al México indígena en cuyo ejemplo reconoce características de su originalidad nacional."
En las salas arqueológicas del museo sobresalen algunas piezas fabulosas como la Piedra del Sol, también conocido como el calendario azteca, que mide 3,6 metros de diámetro, pesa más de 24 toneladas y fue hallado en 1479, las cabezas colosales de la muy antigua cultura olmeca, las esculturas teotihuacanas en homenaje a los dioses del agua, la recreación de la tumba maya de Pakal descubierta en 1952 por el arqueólogo Alberto Ruz en el Templo de las Inscripciones de Palenque, al sur de México, con su rico relicario, las ofrendas funerarias de Monte Albán, las estelas de Xochicalco, el gigantesco monolítico de siete metros de Tlaloc, dios mexica de la lluvia, el rayo y la fertilidad, que custodia la entrada del museo y un Atlante tolteca, guerrero gigante, símbolo de la majestuosidad de esta cultura.
Las primeras salas exhiben maquetas sobre el modo de vida de los primeros grupos humanos que habitaron América tras las migraciones a través del estrecho de Bering. Una de las piezas más bellas y antiguas del museo es el Acróbata, una vasija antropomorfa que representa a un contorsionista que descansa sobre sus codos. Pertenece a la cultura de Tlatilco, con más de 3.000 años de existencia.
Teotihuacán es uno de los sitios arqueológicos más grandes del mundo. Su construcción hace más de dos milenios duró más de 650 años. Las pirámides del Sol y la Luna, el templo de Quetzalcoatl, dios asociado a la creación, la sabiduría y la fertilidad, y la Calzada de los Muertos eran sus edificios ceremoniales principales en una ciudad habitada por 25.000 habitantes. Su poder económico radicaba en la producción de cerámica y la explotación de yacimientos de obsidiana, basalto y andesita. En el museo se muestran algunos objetos religiosos realizados en jade (la piedra verde) que representan conceptos como la fertilidad, el agua y la vida.
Tras la caída del imperio de Teotihuacan florecieron los toltecas en Tula, su capital. Sus pintores murales realizaron obras maestras en Cacaxtla, una de sus principales ciudades. Sus guerreros utilizaron el tzompantli como estructura donde exhibían en hileras los cráneos humanos con el objetivo de apaciguar la ira de los dioses. Una práctica que también utilizaron otros pueblos mesoamericanos como los mayas y los mexicas.
Los mexicas gobernaron una gran porción del actual territorio mexicano durante más de 250 años hasta la llegada de los españoles. Obligaban a los pueblos conquistados a pagar tributos y se centraron en controlar las rutas del comercio y los mercados más importantes. En la sala que le dedica el museo se pueden ver esculturas de gran tamaño como la Coatlicue, considerada la madre de todos los dioses, que representa “la dualidad inherente a la vida, encarnando la creación y la destrucción, lo femenino y lo masculino, la luz y la oscuridad”. También un Cuauhxicalli en forma de felino, utilizado en ceremonias de sacrificio para contener los corazones de las víctimas.
En el estado de Oaxaca, al sur del país, destacaron grupos étnicos como los zapotecos, cuya impresionante capital era Monte Albán, situado en la cima de un cerro, y los mixtecas.
Los zapotecas eran excelentes tejedores, alfareros, arquitectos y se centraron en desarrollar una forma de escritura que se puede ver en sus cerámicas para realizar ofrendas mortuorias. Los mixtecos, por su parte mostraron su historia y cosmovisión en diferentes códices de escritura pictográfica. Eran grandes artesanos y su creatividad se puede ver en figuras y herramientas de obsidiana y cristal de roca, cerámica policromada, grabados en huesos y madera.
Una de las culturas más imponentes de la antigua Mesoamérica es la maya. El territorio que dominaron abarca grandes extensiones del sur de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador. Fue una civilización ligada a la astronomía con amplios conocimientos de matemáticas. Crearon un complejo sistema de escritura y un calendario cíclico para recordar fechas imprescindibles de su historia, pero también para saber cuándo se tenía que sembrar o realizar sus ceremonias religiosas. En sus ciudades construyeron observatorios para estudiar el sol, que era adorado como un dios, las estrellas y los planetas. Los soberanos eran enterrados en sarcófagos monolíticos tapados con enormes losas donde se plasmaban escenas relacionadas con la muerte y la resurrección.
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