La Yugoslavia real y rota de Ugrešić

En 1945 la Segunda Guerra Mundial terminó, dejando a Europa sumida en la recesión económica y la destrucción. Dos décadas después, el mundo asistía al “milagro alemán” y a la paulatina recuperación de economías e infraestructuras en otros países; dos décadas más tarde, el Tratado de Maastricht permitió a unos cuantos creer en el sueño de una Europa unida, con el colofón de la moneda común unos años más tarde. Hoy, a la luz de los sucesos que parecen conducir por el camino de una segura autoaniquilación, no caben dudas de que el daño producido por esa tragedia llamada Segunda Guerra Mundial fue, en realidad, una daga mortífera.
Mientras tanto, entre 1945 y 1980, el Mariscal Tito fue artífice de un experimento basado en su propia persona: la Yugoslavia unida, una república socialista que llegó a su fin en los años 90, cuando afloraron los conflictos no resueltos tras la Segunda Guerra y estalló la guerra civil.
Tanja Lučić, la protagonista de El Ministerio del Dolor, de Dubravka Ugrešić (Kutina, ex Yugoslavia, 1949), acaba de llegar a la ciudad de Ámsterdam en un momento en que “Europa hervía de ex yugos. La oleada de refugiados de guerra se calculaba en cientos de miles”, para enseñar filología yugoslava –una carrera que antes abarcaba la literatura eslovena, croata, bosnia, serbia, montenegrina y macedonia y que ha desaparecido junto con el país– a un grupo de estudiantes que han sido expulsados o han huido y que están tan destrozados como ella misma.
Para todos ellos, la Patria ya no existe. Las lenguas son ahora el croata, el serbio y el bosnio y, como la propia Tanja instruye a sus alumnos, detrás de esas lenguas se hallan los ejércitos. No se trata de metáforas: ¿Qué significa la lengua materna cuando se mata en esa lengua? ¿Qué lugar ocupa la lengua de llegada, escasamente conocida, la lengua de esa especie de “Disneylandia para adultos” que es Ámsterdam y que todos contemplan como un destino transitorio?
Pero no hay adónde ir, porque tampoco hay adónde volver. “El idioma, antes de la separación, también tenía su función política, también tras ella estaba el ejército, y se manipulaba con ella, también estaba contaminada con el nuevo lenguaje ideológico ‘yugoslavo’”, relata Tanja.
Crear un refugio. Esta será la primera operación de la profesora frente a sus alumnos. Reconocerse en ellos, eliminar la barrera jerárquica, darles espacio para expresarse; reconstruir, desde el recuerdo, un país en ruinas. Apelar, en definitiva, a la “yugonostalgia”. (“La lista de cosas que nos habían arrebatado era larga y terrible. Nos habían quitado el país en que habíamos nacido y el derecho a tener una vida normal. Nos habían quitado el idioma. Habíamos experimentado la humillación, el miedo y la impotencia”).
Pronto quedará claro que el olvido es un mejor aliado que el recuerdo. El regreso a casa, como tiene ocasión de comprobar la protagonista de esta historia cuando viaja a visitar a su madre, es el regreso a la memoria, pero también a la muerte. “El regreso al país del que hemos venido es nuestra muerte, quedarnos en los países a los que hemos llegado es nuestra derrota”, dice Tanja hacia el final de la novela. Y, sin embargo, no hay adonde ir. El camino que se decida recorrer es personal, tiene desvíos. No hay moralejas. No hay recomendaciones ni consejos posibles.
En cierto punto, El Ministerio del Dolor es un texto inscripto en la lógica psicoanalítica: para que algo le ocurra realmente a la protagonista, tiene que inscribirse en su cuerpo. Tiene que ocurrir un suceso contra ella, inconscientemente creado por ella, y que podría ser perfectamente teatral (quedará, por allí, la duda de hasta qué punto no lo es), pero que termina de lanzarla en una dirección concreta.
El Ministerio del Dolor es una novela que va, página tras página, construyendo magistralmente un relato que desampara todo saber, toda idea preconcebida, toda oportunidad para aferrarse al prejuicio. Es una experiencia, y es una aventura que tiene que ver con la capacidad de tomar decisiones, justamente, cuando corresponde: cuando ya no queda más remedio. Cuando no hay salida.
Y la novela de Ugrešić es, también, en última instancia, una reflexión sobre el lugar de la lengua materna (no es casual que la madre ocupe, en este libro, tantas páginas), en el sentido en que Fabio Morábito lo dice en su libro El idioma materno, en estas palabras que Tanja Lučić podría suscribir: “Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir”.
El Ministerio del Dolor, Dubrakva Ugresic. Trad. Luisa F. Garrido y Tihomir Pistelek. Impedimenta, 288 págs.
Clarin