Los motores van a gripar

La economía mundial en términos generales va bien, y lo mismo sucede con la española. Sin embargo, es un crecimiento cogido con alfileres. Existe una amenaza que recorre los principales mercados. El fantasma de una crisis de deuda que de estallar sería como un tsunami que provocaría la cuarta gran recesión de lo que llevamos de siglo. La primera de estas crisis sistémicas fue el crack financiero del 2008 provocado por la caída de Lehman Brothers. Pocos años después el gran encierro a causa de la pandemia de la covid paró la economía. La tercera la produjo la guerra entre Rusia y Ucrania, que desató un shock inflacionista. Y esta última, de producirse, sería la peor de todas y una consecuencia de las tres anteriores.
En este primer cuarto de siglo todas las dificultades se han solventado con políticas keynesianas. Había que tirar del gasto público como si no hubiera un mañana. El resultado ha sido que en EE.UU. la deuda representa el 124% de su PIB, adeuda 38 billones de dólares (España se sitúa en el 102% y se acerca a los 2 billones), y en Japón ya supera el 240% de su PIB, lo que ha provocado una fuerte devaluación del yen.
Modelo agotado Los motores del crecimiento español son las ayudas de la UE, que se van a acabar, y la llegada de inmigrantes y de turistas, cerca de saturarse. ¿Y después?Esta es una de las razones por las que Donald Trump ha impuesto su férrea política de aranceles. EE.UU. tiene que pagar su deuda y todo el mundo tiene que colaborar por las buenas o por las malas. No es que el presidente americano esté loco, es que los riesgos geopolíticos son muy serios. La Administración republicana sabe que tiene que resolverlo antes de las elecciones parlamentarias del segundo mandato, después de las cuales no tendrá la mayoría para hacerlo. La austeridad y el dolor social, cuanto antes mejor. Tal es la preocupación que Trump trata de forzar como puede al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para que baje los tipos de interés y se reduzca el coste de la deuda.
El ministro de Economía español, Carlos Cuerpo, es consciente de que el riesgo geopolítico existe, pero no está excesivamente preocupado. Hasta el final de la legislatura vamos a seguir creciendo en tasas anuales superiores al 2,5% y la tónica se mantendrá en el 2026 y el 2027. Otra cosa es lo que venga después. Gobierne quien gobierne lo va a pasar muy mal, ya que el viento de cola muy probablemente cambie y el potencial económico de la economía española caiga en picado.
Es cierto que nuestro PIB está creciendo muy por encima de la media europea. La razón no es otra que los impulsos coyunturales que se irán agotando en los próximos 24 meses. Por ejemplo, las ayudas de la UE, que representan casi un 2% anual de crecimiento y a pesar de los esfuerzos de Pedro Sánchez para que se prorroguen, ya se sabe que el maná se acaba. Es decir, uno de los motores del crecimiento se gripará.
El segundo vector es la llegada de más de medio millón de inmigrantes anuales. Estamos ante un modelo de crecimiento basado en el aumento de la población más que en la mejora de la productividad o de las ventas al exterior. Más población supone mayor demanda interna. Y el tercer vector es la llegada masiva de turistas, que se situará cerca de los 100 millones alcanzando su saturación.
Ante este panorama, lo responsable sería aprobar unos presupuestos para el 2026 con recorte de gasto para sanear las cuentas públicas. Pero Sánchez ya ha anunciado que serán expansivos con más gasto social: obtener votos es muy caro.
Si Feijóo gana las elecciones como indican las encuestas, las va a pasar canutas.
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