El centralismo barcelonista

Agua o fuego. España se ahoga con las inundaciones o se abrasa con los incendios. En verano tocan las llamas como metáfora de la pira política nacional. El estío ardiente y homicida se incorpora, voraz, al catálogo de desdichas de una sociedad enfrentada consigo misma hasta el borde del desgarramiento y la ruptura. Un país averiado por fuera y emponzoñado por dentro, en trance de liquidación por derribo si no lo remedian unas elecciones. En medio del paisaje ennegrecido y el ánimo entoldado, ha vuelto la Liga. Sea bienvenida como distracción, ya que no como remedio, de los males que nos aquejan.
Pese a renovar media plantilla, no parece que el Atleti se halle en disposición de inmiscuirse en el férreo bipartidismo Madrid-Barça (dos veces en las últimas 21 temporadas). En esa dualidad, un Barça sin apenas retoques innecesarios, espera a un Madrid con demasiadas incorporaciones como para no resultar una incógnita. No se reencuentra con su mejor imagen desde la marcha de Kroos, la piedra angular-filosofal del equipo.
Algunos han ocupado su puesto, pero nadie su lugar. En sus dudas y urgencias, Xabi debe de estar próximo a la angustia porque sabe perfectamente -él, que ha sido cocinero antes que fraile- que el centro del campo es la clave de bóveda de un equipo. La línea más poblada, la que toca más veces el balón, la que más construye, la que más destruye. La oficina de diseño y la sala de máquinas.
El centro del campo madridista es, desde que se fue Kroos y envejeció Modric antes de marcharse a su vez, una entidad conceptual por definir. Un rompecabezas con numerosas piezas por encajar, a la espera de que Bellingham, Valverde, Tchouaméni, Camavinga y Alaba descubran cuál es su lugar en el mundo. Un cajón de sastre en la esperanza de que Ceballos recuerde al del Betis, Güler dé el estirón y Mastantuono valga al menos la mitad de lo que dicen en Argentina. Tal vez haya que sacar al pulcro Huijsen del centro de la zaga, bien cubierto por los enérgicos Militao, Rüdiger y Asencio, y pasarlo a la medular.
El elenco de centrocampistas del Madrid, todavía en fase de ensayo y acoplamiento, resiste a duras penas la comparación con el engrasado del Barça, con Pedri, Gavi, De Jong, Fermín, Casadó y compañía. El Barça de mediocampistas diferenciales es hoy, además, un equipo centralista favorecido por esa oscura amalgama de poderes capitalinos dedicados antaño a lastrar el vuelo azulgrana. Conjura adulteradora y liberticida a la que siempre acusó de favorecer a los blancos. ¿Qué diría Laporta si, para abrir boca, al rival del Madrid lo dejaran con nueve jugadores a los 39 minutos y lo castigaran con un gol discutible? Clamaría al cielo de Montserrat.
El Madrid es hogaño quien las pía. En su victimismo, más tonante que llorón, eleva sus protestas por el partido de Miami a la UEFA, la FIFA y el CSD. Lo tiene crudo. Sobre todo con el CSD desde que la capital de España se trasladó de Madrid a Waterloo. Allí donde se juega a puerta cerrada la Liga de los Hombres Indignos.
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