Las orcas que cazan tiburones blancos imponen su dominio en los océanos como el depredador más inteligente

En las aguas del Golfo de California (México), una escena natural poco conocida se despliega en la superficie. Una manada de orcas que ya había sido avistada cazando tiburones ballena y mantarrayas no solo impresionan por su fuerza, sino también por su estrategia en la cacería de otro gran pez: los tiburones blancos. Temidos depredadores de los océanos, parecen de pronto vulnerables ante estos cetáceos los únicos capaces de dominarlos en una interacción rara vez registrada en la zona.
Al grupo al que también pertenece Moctezuma —una conocida orca macho que fue fotoidentificada en 1988 en la isla Ángel de la Guarda—, se ha especializado en capturar especímenes juveniles menos experimentados para huir como lo hacen los adultos. El nuevo estudio, que se publica este lunes en la revista Frontiers in Marine Science, describe con detalle cómo las orcas voltean a las presas boca arriba, para inducir un estado de parálisis temporal conocido como inmovilidad tónica, lo que facilita la extracción del hígado, rico en energía y altamente nutritivo.
“Nosotros sugerimos que los tiburones blancos juveniles pueden ser, si no es que ya lo son, una presa dirigida estacional para estas orcas”, cuenta a EL PAÍS el director de proyecto en Conexiones Terramar Erick Higuera, autor principal de la investigación que se ha dedicado a observar y fotografiar la vida marina durante tres décadas. El primer avistamiento ocurrió en 2020, cuando un grupo de cinco orcas liderado por una matriarca fue filmado atacando a un tiburón blanco de aproximadamente dos metros de longitud.
Las imágenes captadas con drones muestran cómo la manada logra arrancar el órgano y lo comparte entre los suyos —incluidas las crías— mientras lanza chorros de burbujas para mantener a raya a los lobos marinos curiosos. Dos años después, un segundo registro en el área expone también al mismo pod de orcas atacando a otro ejemplar joven.
En esa oportunidad, algunas gaviotas y pelícanos se unieron al banquete, picoteando los restos. Cuando un tiburón es volteado, algo en su cuerpo se apaga. Las ampollas de Lorenzini, unos diminutos receptores sensoriales distribuidos por la cabeza y los costados, colapsan. Los ejemplares quedan inmóviles, como si el mar los hubiera dejado sin aliento. “El tiburón blanco no tiene una piel tan gruesa, pero aun así puede morder. La orca debe asegurarse de que no reciba un ataque durante la caza”, dice este biólogo marino.
Los autores de la investigación señalan que estas imágenes representan el primer registro de orcas depredando tiburones blancos juveniles en las costas mexicanas. “La especialización en la depredación de orcas en diferentes áreas es importante porque a veces se tiene una visión muy completa de algunas zonas, pero muy laxa o vacía en otras áreas del mundo”, complementa la zoóloga marina Carmen Arija, directora de Sea Wolves, que no fue parte de las observaciones.
Aunque no se trata de un comportamiento que el mar no haya mostrado antes. Bruno Díaz, doctor en Ecología y fundador de Bottlenose Dolphin Research Institute, opina que la reciente publicación “muestra similitudes con estudios realizados en Sudáfrica”. Este fenómeno también ha sido documentado en Australia y California (Estados Unidos).
“No es que confirme de manera definitiva una técnica de caza observada en esta zona, pero sí revela ciertas similitudes que, con más tiempo y futuras investigaciones, podrían ayudarnos a comprender mejor cómo funciona este comportamiento”, enfatiza.
Díaz junto a sus colegas se encuentra llevando a cabo un trabajo parecido sobre la interacción de las orcas con pulpos, pero en las costas de Galicia. “Se trata de la observación de los ejemplares interactuando (jugando y mordiendo) a la presa, lo que es un indicio de potencial preferencia alimentaria por la misma”, indica este experto, que no participó del reciente estudio.
Una presa estacionalLos autores creen que los cambios en la distribución de los tiburones blancos en el Pacífico podrían haber presentado una oportunidad para las orcas. Los eventos climáticos como El Niño parecen haber alterado las zonas de crianza del tiburón blanco y aumentado su presencia en el Golfo de California. Cada nueva generación de juveniles, inexpertos y vulnerables, se convierte en una presa fácil.
“Entonces es más fácil ir por un juvenil. No va a escapar, no va a advertir a los demás que atacaron a un compañero. En las islas Farallones, frente a San Francisco, se ha visto cómo los adultos reaccionan, pues apenas perciben peligro, desaparecen”, explica Erick Higuera. Para el científico, el tiburón blanco enfrenta hoy demasiadas amenazas: la pesca accidental, el cambio climático y, ahora lo sabemos, la depredación natural de las orcas.
Algo parecido ocurre en el pueblo pesquero de Gansbaai, al sureste de Sudáfrica. Allí, los tiburones blancos solían ser vistos a diario, seguidos por equipos de expertos que los estudiaban con paciencia, pero algo cambió. La bióloga marina Carmen Arija, que monitorea ballenas en esa misma zona, reconoce que la presencia de blancos ha caído en picada. “Aparecieron dos orcas machos el año 2015 y a partir de ahí ha sido un no parar. Los científicos que los monitorean nos han contado que llevan casi un año sin verlos por allí”, asegura.
El mapa del océano también se mueve. Está habiendo un desplazamiento hacia el este y es básicamente porque las orcas vienen por la zona suroeste del país y sus presas se están moviendo hacia el sureste, modificando su área de distribución para evitar a estas dos orcas.
Las investigaciones futuras apuntan a reconstruir la vida de la manada del Golfo de California, identificar a los miembros, analizar las vocalizaciones para determinar el dialecto y medir cómo la presencia humana puede alterar sus costumbres. “Necesitamos continuar monitoreando los rangos de distribución y los sitios de agregación de tiburones blancos juveniles, especialmente aquellos que ahora aparecen como consecuencia de los cambios en la temperatura del agua y del calentamiento de los mares”, concluye Higuera.
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