Annie Walker: la historia de la astrónoma con asteroide, pero sin rostro

Annie Walker tenía quince años cuando en 1879 entró a trabajar como “calculadora” en el Observatorio de la Universidad de Cambridge. Horas y horas de cálculos rutinarios, tediosos e intensos que a los astrónomos no les gustaba hacer. Pero que, en aquel momento, eran imprescindibles para medir con exactitud la posición de las estrellas y los planetas. Las calculadoras solían ser muchachos, pero a veces, los observatorios también contrataban a chicas, como fue el caso de Walker, aunque los colegas masculinos tenían el uso exclusivo de los telescopios. Ella consiguió zafarse de este humilde estatus para, en plena época victoriana, convertirse en observadora principal, llegando a documentar la posición de 1.585 estrellas de forma individual y varios miles más en colaboración. En abril, la Unión Astronómica Internacional nombró en su honor un asteroide del grupo Themis: el “(5400) Anniewalker = 1989 CM”.
Su nombre ha escapado de las tinieblas del olvido hasta el cinturón principal exterior tras una investigación de Mark Hurn, bibliotecario del Instituto de Astronomía de la Universidad de Cambridge, y el historiador Roger Hutchins. Ambos llevan más de una década trazando la carrera de Annie Walker y acaban de publicar sus conclusiones en la revista The Antiquarian Astronomer. “Establecemos claramente que fue, si no la primera mujer astrónoma profesional de Gran Bretaña, sí la segunda, solo por detrás de Caroline Herschel”, dice Hurn por videoconferencia. En 1895, Walker cobró 90 libras, lo que la convirtió en la mujer mejor pagada de la astronomía británica de aquella época, muy por encima del resto de calculadoras.
Su historia tiene algo de carambola cósmica. Cuando Walker se unió al observatorio de Cambridge, lo dirigía el astrónomo John Couch Adams, quien predijo la existencia del planeta Neptuno, y estaba muy favor de la emancipación y la educación de las mujeres, por lo que no tuvo problemas en contratar a Walker. El asistente principal —entonces estaba por debajo de la dignidad del director dedicarse a la observación, solían ser más teóricos— era el astrónomo Andrew Graham, un hombre mayor cuya vista se había deteriorado de forma evidente en sus muchos años observando los cielos. Además, el tipo de observación que realizaban requería de dos personas y necesitaban formar a alguien para utilizar los telescopios. Y Annie estaba allí. “Era obvio que era una chica inteligente. Además de calcular, ayudó a Adams a ordenar algunos documentos de Newton”, cuenta Hurn.
Walker se mudó con los Graham, que vivían en el observatorio, con los telescopios al lado del salón. Durante veinticinco años pasó noches enteras, horas y horas de oscuridad mirando el cielo, entrenando a sus ojos para detectar diferencias muy sutiles en el brillo de las estrellas o en su posición, apuntando, midiendo, comparando y anotando. Era un trabajo muy intenso, pero seguía siendo una computadora y, al llegar el día, regresaba a los cálculos.
También se dio la circunstancia de que los tres —Adams, Graham y Walker— eran disidentes religiosos, algo bastante inusual en Cambridge en aquella época. “Eran protestantes, de convicciones bastante radicales, no formaban parte de la Iglesia de Inglaterra ni del establishment, por lo que, en muchos sentidos, estaban bastante separados de la propia universidad”, explica Hurn. En este ambiente, Walker, la hija de un molinero de maíz, se convirtió en observadora principal del observatorio.
El catálogo de estrellasMuchas de sus observaciones se recogieron en The Cambridge Zone Catalogue, parte del primer intento internacional de cartografiar el cielo nocturno con los mismos estándares, hasta la novena magnitud, que la Sociedad Astronómica Alemana había puesto en marcha en 1872. El catálogo se publicó en 1897 en Leipzig. “La parte asignada a este observatorio, zona 25° a 30°, que contiene la ubicación de 14.464 estrellas, resultado de unas 47.570 observaciones, acaba de publicarse. La finalización […] supone una época en su historia. Quiero dejar constancia de mi más sincero agradecimiento por la habilidad, diligencia y entusiasmo con que el Sr. Graham se ha dedicado a una labor tan importante. Ha contado con la inestimable ayuda de la Srta. Walker, cuya laboriosidad y esmero, tanto en las observaciones como en las reducciones, han contribuido de manera significativa al éxito de la empresa”, escribió Adams.

Pero además, Walker siguió observando hasta tres veces más aquellas estrellas que, por el clima o la época del año, no se habían observado bien. Estas observaciones, unas 4.800 correspondientes a 1.585 estrellas, fueron publicadas en la década de 1920 por el famoso astrónomo Arthur Eddington. El apéndice titulado Revisiones realizadas por la señorita Walker entre los años 1896 y 1899 constituyó el 10% del total de la publicación y fue “exclusivamente suyo, aunque es evidente que realizó gran parte de otras publicaciones que salieron de Cambridge en aquella época”, afirma Hurn.
Cuando el bibliotecario conoció la historia de Walker, contactó con el equipo de Cambridge de la misión Gaia, de la Agencia Espacial Europea, que está cartografiando los mil millones de estrellas que iluminan la Vía Láctea, “es decir, el mismo tipo de trabajo que hacía Annie”, apunta. Como el resto de la comunidad astronómica, el equipo desconocía la historia de Walker y su director, Gerry Gilmore, propuso a la Unión Astronómica Internacional que bautizara un asteroide en su honor. Hace unos meses, el nombre de Walker llegó a los cielos.
“El asteroide es realmente bueno, tiene un número bajo, lo que significa que fue uno de los primeros descubiertos y era la primera de la lista. Cuando investigas sobre personajes históricos empiezas a sentir algo por ellos, crees que los conoces. Así que me alegré mucho, pero me entristece que nunca llegara a tener reconocimiento en vida. Su final es la parte más triste”, cuenta Hurn.
Adams murió en 1892 y el nuevo director, Robert Ball, eminente astrónomo, no compartía en absoluto las opiniones políticas de Adams y dejó muy claro que la situación de Annie no era de su agrado. Cuando Graham se jubiló, Walker pensó que ella debía ocupar el puesto, pero Ball le dio el cargo a un hombre más joven al que ella había formado. “Creo que fue demasiado humillante para ella. En 1903, con cuarenta años, dimitió y emigró a Australia. Nunca más volvió a trabajar como astrónoma, aunque en un censo electoral de allí encontramos que durante un par de años se describió a sí misma como tal. Es muy triste, simplemente desaparece en esa etapa de su vida. No tenemos ninguna fotografía de ella”, explica Hurn.
Hutchins y Hurn llevan años buscando una foto de Walker, pero no han encontrado ninguna ni en los fondos de la biblioteca, ni contactando a los descendientes en Australia. “Esperamos que la faceta religiosa nos revele algo. Es posible que asistiera a servicios que fueran fotografiados, bodas, funerales… Ahí es donde estamos buscando. Tener una fotografía de una persona marca una gran diferencia. Es por su memoria, realmente necesitamos encontrar una. Pero no he perdido la esperanza, es muy posible que la encontremos algún día”, añade el bibliotecario.
Hurn concluye la entrevista con humor. Al parecer, Walker dio una charla sobre la luna en una iglesia de un pueblo cerca de Cambridge y contó algunos chistes.
—¿Podría repetírmelos?
—No son muy graciosos. Uno de ellos era que no hacía falta aprender los nombres de los cráteres de la cara oculta de la Luna porque no se podían ver (risas). Pero me encantó recibir esta información, un pequeño fragmento de Annie. La hizo mucho más real. Walker murió en Melburne en 1940.
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