Un gobernante maya y su tumba de lujo: un descubrimiento único en Belice
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Mientras un grupo de arqueólogos trabajaba a la sombra de unas imponentes ruinas mayas, perforando el suelo, encontraron una cámara aún más antigua que contenía un cuerpo y los tesoros con los que fue enterrado: una rara máscara mortuoria y joyas hechas con conchas del Pacífico, junto a elaborados diseños en cerámica y hueso. Era la tumba de un gobernante maya de 1.700 años de antigüedad (la primera hallada en Caracol, el yacimiento maya más grande que hay en Belice). Las ruinas de Caracol se encuentran concretamente en la selva alta del distrito de Cayo, en el centro de Belice, a unos 80 kilómetros aproximados de la costa del Caribe y a unos 70 de la ciudad maya de Tikal, en Guatemala.
El descubrimiento es de gran importancia porque aporta luz y pistas sobre el mundo mesoamericano, demostrando que las ciudades competían entre sí estando a cientos de kilómetros de distancia. Arlen Chase, uno de los arqueólogos que trabajan en Caracol, fue uno de los primeros en encontrar la tumba: "En cuanto vimos la tumba, supimos que había algo importante", informa The New York Times. Según esxplicó, por el estilo de las vasijas de cerámica supo que se trataba de una tumba excepcionalmente antigua.
El cinabrio (un tipo de mineral) rojo alrededor de la tumba también mostraba que se trataba de alguien que había gozado de un estatus muy alto en vida. Pero fue la máscara de mosaico, en trozos de jadeíta a un lado, lo que hizo que se diera cuenta de lo inusual que era la tumba. Finalmente, tras hacer balance del descubrimiento, llegaron a la conclusión de que el gobernante (enterrado no solo con la máscara, también con tres juegos de orejeras de jadeíta, un lujo extraordinario para la élite maya) había llegado a la vejez.
Además, las vasijas de cerámica que decoraban la tumba mostraban a Ek Chuah (dios maya de los comerciantes), un colibrí y un gobernante que sostiene una lanza mientras suplicantes le hacen ofrendas. Las vasijas representaban un mono, un búho y cabezas de coatís, mamíferos que a veces se describen como mapaches cruzados con lémures. A través de los jeroglíficos, los arqueólogos identificaron al gobernante como Te K’ab Chak (en maya: dios de la lluvia), quien subió al trono en el año 331 d.C y gobernó Caracol cuando se estaba convirtiendo en una ciudad más grande, pero siglos antes de su apogeo como potencia regional con una población estimada de 100.000 habitantes. Al igual que otras ciudades mayas, fue abandonada hacia el año 900 d.C.
A través de los jeroglíficos, los arqueólogos identificaron al gobernante como Te K’ab Chak (en maya: dios de la lluvia)
Los restos de Te K'ab Chak indican que medía aproximadamente 1,70 metros de altura y que no tenía dientes (de ahí que se haya concluido que falleció a una edad avanzada). La dinastía real que fundó perduró más de 460 años y Caracol fue una de las ciudades más grandes e importantes del mundo maya, con una población estimada de más de 100.000 habitantes desde su apogeo.
Según Chase, las influencias de Teotihuacán en el sitio indicaban que los primeros gobernantes de Caracol tenían contactos profundos con esa región y otras partes de Mesoamérica en ese momento. "Tanto el centro de México como el área maya tenían claro conocimiento de las prácticas rituales del otro a pesar de que Teotihuacán se encuentra a unos 1.200 kilómetros de Caracol".
Mientras un grupo de arqueólogos trabajaba a la sombra de unas imponentes ruinas mayas, perforando el suelo, encontraron una cámara aún más antigua que contenía un cuerpo y los tesoros con los que fue enterrado: una rara máscara mortuoria y joyas hechas con conchas del Pacífico, junto a elaborados diseños en cerámica y hueso. Era la tumba de un gobernante maya de 1.700 años de antigüedad (la primera hallada en Caracol, el yacimiento maya más grande que hay en Belice). Las ruinas de Caracol se encuentran concretamente en la selva alta del distrito de Cayo, en el centro de Belice, a unos 80 kilómetros aproximados de la costa del Caribe y a unos 70 de la ciudad maya de Tikal, en Guatemala.
El Confidencial