Han Kang, premio nobel de literatura: 'No quiero dejar de escribir ni volverme tonta'
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La premio nobel de literatura habló con la revista BOCAS del horror y de las masacres políticas en sus dos nuevas novelas; de La vegetariana y de su vida después del Nobel; de la muerte de su hermana mayor, de su intensa relación con la nieve durante siete años, de personajes que pierden los dedos y de los sueños extraños que, una vez se despierta, anota en una libreta y pueden convertirse en el germen de una historia. Ella es Han Kang. Entrevista exclusiva de BOCAS.
En la pantalla del ordenador vemos una estancia clara y diáfana, con una claraboya por la que desciende una intensa luz blanca. Abajo, nos saluda una risueña Han Kang (Gwangju, 1970), la última premio nobel, surcoreana, que concede a BOCAS una de sus primeras entrevistas mundiales tras recibir el galardón en Estocolmo, el pasado mes de diciembre. Han Kang ha ejercido varios oficios, aunque sabe que es escritora, como su padre, desde los 14 años, “cuando leí una novela corta donde se describía una escena que me impactó: era de noche, había un chico en una estación de tren, metían ramas en una hoguera y, de repente, el fuego se engrandecía. Esa escena maravillosamente descrita me pareció magia. Desde ese momento quise ser capaz de narrar así”. Alegra verla sonreír, pues uno de sus personajes en La clase de griego, un emigrante asiático en Alemania, se pregunta “por qué en Europa tienes que sonreír cuando ves a un desconocido”.
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Han Kang, premio nobel de literatura, es la nueva portada de la revista BOCAS. Foto:Getty
La autora de La vegetariana —inquietante obra sobre una mujer que deja de comer carne que la convirtió en una escritora internacional de culto— se caracteriza por la polifonía de narradores, la importancia de lo onírico, las alegorías y la denuncia de las opresiones que aplastan al individuo. Pero desliza en la ficción algunos elementos autobiográficos: en Imposible decir adiós, su más reciente obra publicada en español, que denuncia una masacre cometida por el Gobierno de su país, una de las protagonistas se dedica a hacer videos, como el cuñado de ‘la vegetariana’, que es videoartista… y como la propia Han. “Sí, me gusta crear en video —comenta—. He grabado uno de 18 minutos y 30 segundos titulado igual que la novela, donde actúo junto a otra autora amiga mía. Cogemos una tela blanca muy grande, ese paño suave que se usa para envolver a los recién nacidos, estamos en el monte Hallasan, el más alto de Corea, y descendemos desde allí hasta la playa”.
Su escritora de ficción en esa última obra es un poco asocial, es joven pero escribe varias veces su testamento, se aísla del mundo y vive de una manera en que las parejas la dejan, tiene que alquilar un estudio para trabajar y, al salir, por la noche, se fuerza en comportarse como el resto del mundo… ¿Esa es la visión que tiene de los escritores? “Bueno… yo sí tengo una vida privada, conduzco un pequeño coche, compro, cocino, no paso todo el tiempo solamente escribiendo. Me he graduado en la universidad, he trabajado en una editorial, luego en una revista, fui profesora universitaria durante 11 años, y ahora tengo una librería en Seúl que dirijo desde hace siete años. Es cierto que, antes, durante un tiempo, lo dejé todo porque quería concentrarme en escribir una novela. Pero siempre he mantenido una relación con la sociedad, con altibajos, pero en general bastante intensa. Y sigo ahí. La autora del final de Actos humanos y que luego protagoniza Imposible decir adiós tiene mucho de mí, pero no soy yo al 100 por ciento. Ese personaje es un puente que une la realidad y la ficción. Los lectores creen que soy yo tal cual… y eso crea equívocos. Son mías las pesadillas, los sueños, los deseos, la obsesión por la masacre, las reflexiones sobre lo que es la vida, esas cosas sí”. Asegura que, tras recibir el Nobel, “he vuelto rápidamente a mi vida normal, a mi rutina, a estar en casa junto a mi hijo. No quiero presión, me quedan muchos años de vida y no quiero dejar de escribir ni volverme tonta. Con un premio así tienes algunas obligaciones, pero las he cortado todas y he vuelto a mi vida cotidiana. El 1 de enero del 2025 he vuelto a escribir. Y no necesito nada más”.
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El momento en el que Han Kang recibe el premio Nobel en Estocolmo. Foto:Getty Images
Estoy en casa, en Seúl. Eso que ve usted parece la luz natural que está entrando, pero no lo es, es una lámpara blanca muy potente. Aquí son las ocho de la noche, acabo de cenar junto a mi hijo, con el que vivo. A esta hora me pasan cosas: es justo cuando me llamaron de la Academia Sueca para comunicarme que había ganado el premio.
De maravilla. Es escritor, tiene ochenta y muchos años y sigue publicando novelas.
¿Qué le dijo al ganar el Nobel?
“Estoy orgulloso de ti, hija”. Eso dijo. El oficio de novelista no da para mucho. De niña, éramos pobres y teníamos que mudarnos a menudo. No teníamos muchos muebles, pero sí muchos libros. Era como estar protegida por los libros; para mí eran como una criatura en expansión porque el número de ellos aumentaba cada semana, cada mes. Asistí a cinco escuelas primarias distintas, pero no recuerdo haberme sentido traumatizada porque estaba protegida por todos esos libros con los que vivía. Me pasaba, en cada cambio de colegio, las tardes en casa leyendo libros hasta que conseguía hacer nuevos amigos. Así que es un recuerdo muy valioso.
Tiene cinco libros traducidos al español, pero hay otros en coreano que aún no nos han llegado. ¿Qué nos estamos perdiendo de usted?
Les faltan mis novelas cortas. Me gustaría que, con el tiempo, pudieran leerlas también. Y he escrito también poesía, espero que la traduzcan algún día.
Su más reciente novela, Imposible decir adiós, empieza con una escritora que tiene pesadillas por haber escrito su último libro, sobre una masacre que realizó el gobierno de su país. Parece usted con su novela anterior, Actos humanos, sobre la matanza de Gwangju en 1980.
Así es. El libro sobre Gwangju apareció en mayo del 2014 y esa pesadilla recurrente la empecé a tener justo un mes después, en junio. Pero es que, mientras escribía Actos humanos, yo había tenido muchas otras pesadillas. Pensaba que esta era solo otra más, un epílogo de aquellas que me produjo el contacto con el horror. Sin embargo, el color y la textura de este sueño eran diferentes. Por eso lo apunté y pensé que podría ser el inicio de una novela.
¿Puede describir esa pesadilla?
En mi sueño había miles de troncos negros, muchísimos troncos, en la ladera de una colina, tantos que no se podían contar, estaban ligeramente ladeados y tenían alturas distintas, como las personas. Me parecían tumbas. Nevaba. Yo pisaba agua, charquitos, de repente miraba para atrás y el horizonte se transformaba en el mar, que se desbordaba, el agua empezaba a subir, yo quería salvar las tumbas, con sus huesos, pero no tenía ni una pala, me puse a correr y me desperté cuando el agua me llegaba a los tobillos.
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Además de La vegetariana, en español, se consiguen novelas suyas como La clase de griego. Foto:Roberto Ricciuti / Getty
Ese es el inicio, literal, de Imposible decir adiós.
Sí, mi protagonista lo interpreta como un mensaje y, junto a su amiga Inseon, se propone realizar una obra artística con 99 troncos que tienen que plantar. El nueve es un número incompleto, le falta algo para llegar a otro sitio.
Es increíble cómo sus sueños reales le nutren de material literario. Me imagino que debe de dormir con una libreta al lado.
No, no. No siempre tengo sueños significativos. Tengo sueños normales, como los de todo el mundo. Pero, en ocasiones, sí me doy cuenta de que un sueño ha tenido un significado profundo. Parece que me está contando algo. Algo importante. Entonces, en ese momento, como resulta algo tan impactante, se marca en mi mente, me levanto y tengo que apuntarlo.
En Imposible decir adiós se ocupa de la matanza de la isla de Jeju en 1948, con 200.000 personas asesinadas por el poder político. Ese mismo poder político que, en 1980, masacró a varios miles de personas en su ciudad natal, ordenando al ejército que disparara a la gente, tema de Actos humanos. Para el lector colombiano son hechos poco conocidos, pero ¿para el coreano?
Mucha gente conoce los hechos de Gwangju. Pero no el exterminio en masa de la isla de Jeju; ese episodio ocupa tan solo una línea en nuestros libros de texto de historia. Muchos coreanos, al leer la novela, se han enterado realmente de lo que sucedió. Ustedes en Colombia también tuvieron dictaduras y enfrentamientos bélicos. En su país, como en Corea, todavía hay cuerpos por encontrar, con todos esos familiares que ignoran dónde están sus abuelos muertos. Creo que van a conectar con este tema de las heridas sin cicatrizar. Tras una masacre, no importa donde haya ocurrido, siempre hay personas para las que es imposible decir adiós, despedirse de los suyos. Siguen buscando los cuerpos, los huesos, de su familia. Por desgracia es algo universal, sucede en todo el mundo. Gwangju no es una ciudad coreana, es sinónimo de Auschwitz, Bosnia, Nanjing, de la masacre de nativos americanos...
Ustedes en Colombia también tuvieron dictaduras y enfrentamientos bélicos. En su país, como en Corea, todavía hay cuerpos por encontrar, con todos esos familiares que ignoran dónde están sus abuelos muertos.
Usted, sin embargo, no es para nada una novelista política.
No. Mi generación ya no ha sentido la necesidad de dedicar su obra al compromiso político, sino que mi objetivo es investigar el interior de lo humano. Pero fíjese que en La vegetariana hay una mujer que se despoja de su cuerpo con la intención de integrarse en el reino vegetal, y en La clase de griego la protagonista ha perdido el habla porque rechaza la violencia del lenguaje y aspira a recuperarla a través de una lengua muerta. Son gestos de rechazo que intentan recuperar la dignidad a través de una acción autodestructiva.
¿Cómo le afectó personalmente la masacre de Gwangju? Usted tenía 9 o 10 años...
Yo era muy pequeña, y mi familia se mudó a Seúl apenas cuatro meses antes de la masacre, por otras razones, y gracias a ello salimos ilesos. Mis padres tuvieron por ello una especie de sentimiento de culpa del superviviente. De niña, oí muchas historias sobre aquello y, un día, encontré un libro clandestino en casa, con unas fotos que documentaban la masacre y en el que se veían imágenes atroces de asesinatos en masa y torturas. Me quedé en estado de shock. Fue horrible. Siempre he considerado este tema muy importante, tiene que ver con las preguntas esenciales sobre qué es el ser humano. Mis libros van de eso: la naturaleza de lo humano, el instinto. Escribí Actos humanos para superar el shock que estaba sufriendo. Empecé investigando la atrocidad y me encontré con toda esta gente digna, por ejemplo, los que no disparaban y se dejaron matar. No me gusta la palabra víctima, significa cierta derrota, pero no creo que ellos fueran derrotados, justamente se negaron a ser derrotados. Y por eso los mataron.
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"Mi objetivo es investigar el interior de lo humano". Foto:Roberto Ricciuti / Getty
¿Y en el caso de la isla de Jeju?
El argumento es que una mujer en el hospital de Seúl le pide a su amiga que vaya hasta Jeju para alimentar a su cotorra y que no se muera, y para ello deberá atravesar una atroz tormenta de nieve. Como todo nace de un sueño, la misma textura de la narración funde el tiempo, la historia, la memoria e incluso la actualidad. Yo siempre pienso que la historia no es pasado, sino que también es presente.
En La vegetariana, todo es realista aunque muy sorprendente. Pero en estas dos novelas basadas en hechos históricos reales es donde paradójicamente vemos más elementos fantásticos, como fantasmas o las almas de los muertos… Parece ‘realismo mágico’.
Los fantasmas y las almas son cosas bien diferentes. Me gusta describir de modo natural esas escenas imposibles donde se encuentran los muertos y los vivos, como, por ejemplo, Dong-ho, el chico que muere en Gwangju y que charla con los vivos, o contempla su propio cadáver en la calle, y es evocado por muchos otros personajes. En el caso de Imposible decir adiós no sabemos quién está muerta realmente ni quién está viva, pero conversan, están hablando entre ellas, y la lógica nos indica que eso no puede ser, que una de las dos no puede estar ahí. La nieve es el elemento básico, une el cielo y la tierra, lo muerto y lo vivo, la realidad y lo fantástico. Avanzo a través de estos símbolos.
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La Revista BOCAS tiene dos portadas en esta edición: Han Kang y Karla Sofía Gascón. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Su literatura es muy empática en el sentido sensorial. Quiero decir que a los lectores nos duele el hueso de la mano cuando vemos la escena de tortura con el bolígrafo; estamos aterrorizados cuando la escritora se pierde bajo la tormenta de nieve; nos impresiona muchísimo la escena que graba el videoartista haciendo el amor con la vegetariana... O sea, recordamos de su libro, obviamente los argumentos, pero muchas sensaciones y muchas imágenes. Quisiera que me explicara un poco cómo trabaja eso, lo de provocar esas intensas sensaciones en quien está leyendo una página que no es más que papel. Le confieso que, tras el impacto de alguna escena, he tenido que dejar la novela un rato y volver a ella un poco más tarde.
Yo, cuando escribo, pienso en el tacto.
Pienso en cómo describir el tacto, la sensación física que tendría al estar ahí; lo sensorial es muy importante. Cuando escribo utilizo mi cuerpo. Utilizo todos los detalles sensoriales de la vista, el oído, el olfato, el gusto; transmito ternura, calor, frío y dolor. He de notar que mi corazón se acelera y que mi cuerpo necesita comida y agua, camino y corro, siento el viento y la lluvia en la piel. Intento infundir en mis frases esas sensaciones vívidas, que se vea que la sangre está recorriendo mi cuerpo. Escribir es enviar al lector una corriente eléctrica. Y cuando siento que esa corriente se ha transmitido, me asombro y me conmuevo.
En el caso de Imposible decir adiós...
Ahí tengo que recordar qué sensación y sentimientos tenía cuando tocaba la nieve. Debo volver a sentirlo. Estuve escribiendo esta novela durante siete años, y como resulta que tenemos cuatro estaciones, no estaba siempre en invierno y eso era un problema. Entonces, para ciertas escenas tenía que esperar que volviera a ser invierno, y al ponerse a nevar, salía a la calle para sentir la nieve. Era igual lo que estuviera haciendo, comiendo, trabajando, reunida… si nevaba, lo interrumpía todo y salía a sentir la nieve. Y luego iba al bosque, me pedía un taxi que me llevara a la montaña que hay cerca de mi casa y ahí empezaba a pisar la nieve para sentir cómo es andar sobre ella; tocaba la que se acumulaba en las ramas de los árboles, veía cómo se derretía, cuánto tardaba, de qué forma se deshacía, todo esto durante horas, días, semanas... Y sentía también que cada copo de nieve tenía su peso y que la humedad de la nieve también es diferente.
En La vegetariana hay una mujer que se despoja de su cuerpo con la intención de integrarse en el reino vegetal, y en La clase de griego, la protagonista ha perdido el habla porque rechaza la violencia del lenguaje y aspira a recuperarla a través de una lengua muerta.
Pero ¿pasara lo que pasara?
Sí. Me era igual todo, si estaba tomando té con mi amiga, mala suerte: si caía nieve de repente, yo salía al exterior. Era mi trabajo de campo para la novela. Hasta un punto en que ya no podía disfrutar de las nevadas tranquilamente, mirándolas tras la ventana. Cuando publiqué el libro, en otoño del 2021, recuerdo con gran placer aquel invierno del 2021 porque al fin podía descansar en casa mirando la nieve como el resto del mundo. Mis amigos, que tienen mucha paciencia, me llaman por teléfono al nevar: “Me acuerdo de ti, Kang”. Esa nieve ha dado todo un libro.
Desde luego, usted hace que la nieve pueda ser un monstruo amenazador, un estallido de pureza, un narcótico…
Es curioso lo que me ha dicho antes de que tiene que dejar el libro un rato. Porque, cuando escribo, yo tampoco aguanto sentada mucho tiempo. Escribo más o menos durante unos 30 o 40 minutos y ya no puedo más, mi concentración se acaba. Entonces me levanto, paseo durante otros 30 o 40 minutos o hago tareas de casa y luego vuelvo a escribir. Escribo corto y varias veces, a ráfagas.
Entre las escenas que a uno se le quedan grabadas en la memoria hay una que no tiene que ver ni con la violencia ni con lo sensual, sino que es muy simbólica: en Actos humanos, a una compañía de actores le censuran la obra de teatro y la representan igualmente, pero moviendo los labios en escena, sin pronunciar las palabras. ¿Eso cómo se le ocurrió?
¡Eso sucedió! Los actores se pusieron a actuar sin decir nada, solamente soltando algún gemido. En la dictadura, todos los libros, guiones y libretos tenían que ser revisados previamente por algún censor. Hubo una compañía que se encontró con la obra entera tachada, no podían decir ni una frase. Así que se les ocurrió que, sin contravenir la ley, podían representarla sin palabras. Fue algo que se marcó a fuego en mi corazón, por eso lo he incluido en mi novela, aunque los detalles de la historia y del teatro no tienen nada que ver con los reales.
Sus personajes o están enfermos, ya sea con jaquecas —como las que usted sufre—, males más graves o están heridos o sangran o tienen problemas de salud mental. Es como si en este mundo fuera imposible estar sano. Hay muchos hospitales, centros de salud… ¿Qué nos está diciendo? Porque, a veces, parece que el manicomio está fuera de las paredes de esos centros, más bien en la calle.
Yo creo que el ser humano, todos nosotros, nacemos muy débiles. Y sucede igual cuando morimos, estamos muy débiles. Entremedio, no nos engañemos, nunca nos desprendemos de esa debilidad constitutiva; todos los seres humanos conservan ese lado débil, más o menos enterrado o manifiesto. Y pienso que la literatura tiene que tratar este tema, la fragilidad del ser humano. Mis personajes se relacionan entre ellos a través de su dolor, de su fragilidad, que es lo que los conecta. Sintiendo ese dolor te relacionas con otros. Yo creo que esa es una de las evidencias del amor, es decir, el sufrimiento te abre al otro. Es como si de repente hubiera encontrado el significado del amor, y mis novelas son novelas de amor.
He vuelto rápidamente a mi vida normal, a mi rutina, a estar en casa junto a mi hijo. No quiero presión, me quedan muchos años de vida y no quiero dejar de escribir ni volverme tonta. Con un premio así, tienes algunas obligaciones, pero las he cortado todas.
En especial La clase de griego, que puede verse como un romance entre una muda y un ciego...
Todas hablan del amor, porque hablan del dolor. Amar significa incluir, abarcar el sufrimiento del otro, que te importa, el amor te hace empático. Nosotros sufrimos, nuestro cuerpo sufre, nuestra mente sufre, pero por medio de este proceso mantenemos relación con otros y, al final, amamos. Yo creo que eso es tener una relación. Por ejemplo, la escena en que Inseon se corta los dedos de la mano trabajando en el taller.
Le recogen las puntas de los dedos que han caído al suelo y se los unen otra vez en el quirófano. Para que vuelvan a estar activos, formando parte del todo, deben pincharlos cada tres minutos, infligiéndole dolor, para que quede bien el dedo. Eso es pura medicina y muestra que, a través del sufrimiento, nos relacionamos y nos unimos.
Todo ello lo hace imbricando a los personajes con la naturaleza, sin llegar al ideal extremo de la chica de La vegetariana, que parte de un verso del poeta Yi Sang: ‘Creo que los humanos deberíamos ser plantas’.
En Imposible decir adiós me centro en el ciclo del agua, que se evapora, sube verticalmente hasta el cielo y luego se mueve también horizontalmente, por el viento y el mar. A través de esas líneas podemos saber que la tierra está unida. Todos estamos unidos y relacionados. Siempre pienso en eso cuando escribo, en cómo podemos establecer vínculos. La literatura une a las personas que viven en diferentes lugares, en diferentes épocas históricas, pero que están leyendo el mismo libro.
Una pregunta, una sola, sobre la situación política en Corea y el autogolpe de Estado del pasado diciembre.
Todo cambia constantemente, de una forma muy rápida. Yo sigo teniendo esperanza en que la cosa mejore. El día en que se declaró la ley marcial, el pasado 3 de diciembre, hubo ciudadanos que impedían el paso de los tanques con su cuerpo, muchísima gente se movilizó para no repetir el pasado. Yo, viendo estas escenas, me conmoví mucho y tuve la esperanza de que todo irá bien. Ahora mismo, la situación no puedo decir que sea buena, sino bastante compleja, pero aun así creo que se solucionará.
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Han Kang con el Nobel entre las manos. Foto:Getty Images
Su libro más distinto de todos es Blanco, una especie de diccionario de términos relacionados con ese color…
Al principio pensé, simplemente: ‘Voy a escribir sobre cosas blancas’. Y luego me acordé de mi hermana mayor, que murió a las dos horas de nacer. Seguramente, sin su muerte, mis padres no hubieran decidido tenerme a mí. En la primera parte aparecen las cosas blancas desde mi punto de vista. En la segunda, presto mi cuerpo a mi hermana muerta, para que ella me diga las cosas blancas que ve. Pero mi hermana mayor y yo no podemos coexistir, porque si está una no puede estar la otra, así que, en la tercera parte, hacemos la ceremonia de despedida. Así es el libro.
En las escenas más crueles o salvajes, usted es capaz de encontrar belleza o actos nobles. ¿Puede explicar esta belleza que hay incluso en las cosas más horribles?
Dentro nuestro hay dos lados, uno oscuro y uno luminoso. Somos capaces de una crueldad horrible y de la mayor generosidad. Muestro ambos, pero yo siempre ando hacia la luz, porque estoy viva. Esto no es porque yo quiera, una decisión que haya tomado, sino una fuerza que me arrastra hacia esa senda luminosa. Ese es mi tema: el amplio espectro de la humanidad, de lo sublime a lo brutal, todo el abanico. Cuando leí durante tres meses documentos brutales sobre Gwangju se desmoronó mi fe en la humanidad. Me sentí frustrada, incapaz de seguir escribiendo, estuve a punto de abandonarlo todo. Pero encontré el diario de un miembro de la milicia civil que, antes de morir, anotó: “Oh, Dios, ¿por qué esta cosa llamada conciencia me atraviesa y me duele tanto? ¡Quiero vivir!”. Vi que ese era el camino: avanzar hacia la dignidad humana. En mis obras futuras voy a seguir explorando ese camino. Por mucho que aborde lo oscuro, el sufrimiento, siempre —tanto en mi vida como en mis novelas— voy hacia la luz.
¿Ha soñado algo últimamente?
Sí. Estoy soñando mucho que estoy dentro de la naturaleza, en el bosque y luego en el interior de un glaciar hermoso, rodeada de árboles. Es un sueño muy placentero.
REVISTA BOCAS, EDICIÓN 147
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Alessandro Baricco Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
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