Antònia Font rindió al Liceu en el último concierto de su gira de teatros
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Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
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Si el humor no acompaña dado el acoso de incontrolables tribulaciones, mejor no ir a un concierto de Antònia Font, aunque este sea en el severo Liceu, como ayer fue el caso. Si no hay ánimos y se intuye será difícil bailar y cantar es mejor quedarse en casa pues aunque la música tenga carácter curativo permanecer sentado en la butaca mientras todo el mundo alrededor está en pie y brinca es un castigo. El sujeto queda convertido en el funesto de la boda, un ser tristón y mustio que incluso puede recibir alguna mirada de incomprensión. Por supuesto siempre que no se trate de alguien ya mayor al que se le permite disfrutar en la butaca, eso sí, sin ver más que los cuerpos de alrededor, no el escenario. Eso acentúa la soledad, ciertamente. Podrá decirse que esto pasa en todos los conciertos de artistas de éxito, pero es que los mallorquines llevan décadas de éxito, lo que convierte la algarada de su público en algo muy reseñable. Liceu lleno y todo el mundo cantando casi desde el arranque del concierto, no sustancialmente distinto a los que vienen haciendo desde que abandonaron su hibernación en 2022. Era el último concierto de la gira de teatros y auditorios y fue como siempre: una alegría para todo el mundo.
Ellos en lo habitual. Pau Debón con esa forma de cantar que le habría hecho fracasar en un concurso de talentos, del que nadie se hubiese atrevido a expulsar a Joan Miquel Oliver porque toca muy bien la guitarra y mira inquietantemente. Joan Roca, al bajo sólido como un faro, se parece cada día más a Ron Perlman, mientras que Jaume Manresa se antoja un músico de libro con esos pelos alborotados, pero también un científico excéntrico o el profesor que todo adolescente desearía. Pere Debón, el único que quizás no engaña, tiene aspecto de lo que es, trabajador manual, batería que tiene cuatro manos, dos de ellas con calcetines. Y esa personalidad que ya comienza con su aspecto mueve a hacerse preguntas en el juego de espejos de sus letras y músicas, su gran aportación.
Antònia Font canta con alegría no exenta de contención historias no lineales, poemas visuales que se amontonan sobre la mesa como las virutas del lapicero al que se saca punta. Pop luminoso y a veces expansivo que habla de la soledad, de los marcianitos, del abandono, de aviadores lascivos, de lo hermoso, por diminuto, del día a día y en el fondo del sentido de la vida. Sin obviedades, ni tan siquiera cuando abordan el progreso.
Una joven, cautivada como muchas, no paró de cantar en todo el show, 33 temas en los que solo dejó de sonreír en los descansos entre los bises y para retocarse con el pintalabios. Todo el concierto. Como casi todo el mundo. Pau preguntó cuántas personas no les había visto en directo todavía: se alzaron no más de 30 brazos. Quien prueba repite. Es una juerga, pero al seguirla no se ablanda la cara, las letras provocan vibración interior.
La estructura del concierto fue la tradicional, un arranque con éxitos perfil Darrera una revista, Armando Rampas, Portaavions, Robot, Dins aquest iglú; un tramo con piezas menos conocidas que muestra las posibilidades de una banda que se estrenó en el Liceu en 2008 con una orquesta sinfónica y que hizo un disco con canciones brevísimas de poco más de un minuto, Vostè és aquí, y una vuelta a los temas más populares para afrontar el último tramo del recital. En los bises, con Pau acentuando su cercanía con el público, desatado ya, paseando por platea y cantando desde un anfiteatro cuya altura daba vértigo, Batiscafo Katiuscas, Clint Eastwood, Vitamina sol, Alegría, Alpinistes-samurais o Bamboo, una canción de familia, a las suyas se la dedicaron, en la que un hilo de coco se clava en el ojo del tiburoncito en un recurso metafórico muy propio de Oliver. Por medio silencio absoluto para escuchar Cartes de Ramiro a capela y al mismo tiempo volver a tierra haciendo bromas sobre las lámparas del Liceu, que a Debón le parecieron emoticonos sonrientes. Habría que hacer memoria para encontrar un Liceu con antiestrellas como Antònia Font.
Era el concierto 68 de la gira, el último, y el futuro ya dirá. Quizás por ello, cuando este concierto apenas había arrancado, un fan les gritó “Volved pronto”, echándoles ya en falta mientras actuaban ante sus ojos. Y hablando de ojos, solo al final, cuando ya se ha perdido el miedo al ridículo, la mayor parte del público se puso las gafas de 3D distribuidas en el recinto en una estampa que tenía todo el sentido desde escena. Un Liceu tomado por la broma, la risa, el ambiente de fiesta mayor, la ironía, las metáforas, y esas canciones que ya han hecho eternos a Antònia Font. Estarán hasta que ellos quieran.
EL PAÍS