El hijo del niño
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Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
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El 11 de febrero una noticia estremecedora voló por las redes sociales en forma de video: se veía a un chico deshaciéndose furtivamente de una bolsa que contenía un recién nacido con vida. El muchacho, de 18 años, y la madre, de 21, están en prisión preventiva y podrían ser condenarlos a 40 años de prisión. El suceso ha dejado a la luz tantas aristas que el debate se ramifica por la triste realidad que atenaza a miles de jóvenes mexicanos. Mundos sórdidos que condenan a la miseria y la delincuencia. Las cárceles en este país están llenas de vidas que no han comenzado.
La Fiscalía del Estado de México ha compartido la foto de los jóvenes con los ojos tapados. Él muestra una piel adolescente, gafas y pelo negro ensortijado, un niño. Ella es de parecido semblante y unas letras rojizas tatuadas en el cuello. Una chava como millones, una hija como cualquiera de cualquiera de ustedes, lectores. A la espera de que sean juzgados, miles de juicios han sobrevolado ya por sus cabezas fotografiadas para los registros de delincuentes.
Por la conversación que mantuvieron en sus celulares se sabe que ambos decidieron deshacerse de aquel feto formado que se movía: “Tengo tanto miedo. Dios mío. No puedo. Esto está muy mal. Tíralo en algún canal, no sé”, dice la madre. “Ya no lo veas, amor, ya no le prestes atención. Ahorita que vaya para la casa lo tiro. Y no lo volverás a ver”, responde él. “Me siento muy mal, Luc”, añade ella. “Nos sentimos”. […] “Sé que está mal esto, pero no había otra forma”, concluye el muchacho. En busca de aminorar las condenas, la defensa dice que la desesperación económica carcomía al padre, que se prestó libremente a declarar y que esperó en el lugar a que alguien recogiera la bolsa del delito.
El último registro, de 2023, recoge el nacimiento en México de 100.000 bebés de madres menores de edad. Otros miles ven la luz cuando los padres no han cumplido los 24, sin estudios, sin trabajo. Legiones de abuelas se encargan de que la familia salga adelante, pero el esfuerzo no alcanza y la historia se repite: aquellos nacidos serán padres antes de dejar de ser niños y unas abuelas sustituirán a las otras. El ascensor social no sirve. Sigue detenido en el primer piso de la miseria. Algunos de los que estos días se llevaron las manos a la cabeza ante tamaña monstruosidad no han pisado jamás esos barrios de México que te devuelven a siglos dickensianos. Paupérrimas viviendas levantadas como un juego de Lego, pero sin colores, un bosque de bloques grises donde la ciudad vierte sus humores. Allí se hacinan familias que van del recién nacido a la bisabuela que guisa para decenas de parientes que entran y salen para depositar los pocos pesos que les dejó la jornada laboral. Nadie ha visto allí otra vida que esa y es la que repiten atornillados a la rueda de la fortuna. Maldita fortuna.
El Estado tiene una deuda por décadas de abandono de esas calles pestilentes donde se procesa la basura, el agua llega cuando le da la gana, a veces a riadas de lodo, y la luz se roba de una madeja de cables. O se cobra, que es peor. Decenas de mercadillos venden de todo a bajo precio y peor calidad para que el comerciante pueda comer ese día y el recién nacido tenga un pijama. Lo curioso, diría el llegado del primer mundo, es que en esas familias se reciben los embarazos con alegría. Es el júbilo del pesebre, maldita sea, de María y José, el burro y el buey, de los que dan tantos hijos como pueden a un Dios que nunca queda contento. En esas recámaras separadas por cortinas de retal, los niños oyen las noches de sus mayores. Antes de crecer serán padres y heredarán a sus hijos el Lego gris.
¿Cuál es el mundo donde se han criado estos muchachos que el 11 de febrero naufragaron sus vidas entre sangre y placenta? Quién sabe. Pero nadie se atreva a juzgar antes de que los Gobiernos lleven justicia a estos barrios.
EL PAÍS