El asesino pelirrojo de Elisa Abruñedo al que delató su historia genética

Que una investigación resulte exitosa depende, en muchas ocasiones, de dos únicos factores: el olfato de los agentes y un golpe de buena suerte. Dos exigencias que en el caso de la muerte de la ferrolana Elisa Abruñedo tardaron en conjugarse, pero que finalmente señalaron al autor confeso de su asesinato. Doce años después de que esta vecina de Cabanas fuese brutalmente violada y apuñalada, el único acusado por el crimen, Roger Serafín Rodríguez, se sentará desde este lunes en el banquillo de la Audiencia Provincial de La Coruña. El fiscal pide para él 32 años de cárcel. Los hijos de Elisa, cuyo marido falleció sin ver al verdugo de su esposa entre rejas, reclaman 37.
La pesadilla para esta familia del pequeño núcleo coruñés de Lavandeira empezó un 1 de septiembre del año 2013, cuando Elisa Abruñedo, de 46 años, decidió salir a dar un paseo por la aldea a última hora de la tarde. Era un día soleado, todavía caluroso, y se daba la circunstancia de que buena parte de los vecinos estaban en el entierro de un conocido. Con ropa deportiva, Elisa emprendió la marcha sola y ya de regreso a su domicilio se cruzó en la carretera con un Citroën ZX. Al volante iba Roger Serafín, un cazador que regresaba de una batida en Pontedeume y que cuando la vio cambió drásticamente su itinerario.
La cacería, para él, no había acabado. Según los escritos de acusación de la Fiscalía y de la acusación particular, a los que ha tenido acceso ABC, el hombre «dio la vuelta de forma inmediata e introdujo su vehículo en un camino vecinal, mal estacionado y a una distancia suficiente para no ser visto desde la carretera». A continuación se bajó del coche y se agazapó entre la maleza mientras esperaba que Elisa llegase a su altura. El relato de lo que aconteció entre las 20.45 y las 21.00 horas de esa tarde es desgarrador.
Las acusaciones exponen que la robusta constitución física del agresor, de 39 años en aquel momento, le facilitó abordar a la víctima por la espalda, agarrarla fuertemente por el cuello con uno de sus brazos, e inmovilizarla y golpearla en la cabeza sin que ella tuviese apenas opciones de defenderse. Con Elisa a rastras, la sacó de la carretera para evitar que algún vecino los pudiese sorprender y se la llevó monte adentro, hasta un paraje en el que había abundante vegetación y maleza. En total, y atendiendo a la reconstrucción de los hechos, recorrieron unos 17 metros hasta llegar al punto en el que se cometieron los dos delitos de los que se le acusa: violación y asesinato.
Se sabe que Elisa forcejeó con Roger Serafín para zafarse de él, y también, atendiendo a las indagaciones de los agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil de La Coruña, que el acusado empleó toda la violencia de la que disponía para dejarla casi inerte. «La tiró violentamente al suelo de manera que se golpeó en la zona occipital de la cabeza», arranca la descripción de los hechos elaborada por los abogados de la familia. Fue a continuación cuando, presuntamente, el acusado se tumbó sobre ella «ya sometida y aterrorizada» y la desnudó parcialmente. Después la forzó. Finalizada la violación y «guiado por el ánimo de acabar con su vida», la investigación lo acusa de arrodillarse encima de Elisa aprovechando «que se encontraba aturdida y desvalida», y acuchillarla.
Lo hizo, según se expondrá en el juicio, con un arma que llevaba en el bolsillo. La autopsia determinó que el primer corte se lo dio en el cuello, que una segunda cuchillada le atravesó el espacio intercostal afectando al pulmón, y que la tercera puñalada le llegó al corazón. Tras herirla de muerte, Roger Serafín huyó apresuradamente monte a través. La dejó, denuncia el fiscal, «agonizante». A partir de la desaparición de Elisa, se inició una búsqueda que finalizó a las pocas horas, cuando su vecino Delfín la encontró desangrada a menos de 150 metros de su casa.
Del escenario del crimen, los agentes del grupo de Delitos contra las Personas recuperaron restos de semen y de saliva, claves en la resolución del crimen. Tenían el ADN del asesino, pero no figuraba en ninguna base de datos y las pesquisas se enquistaron. Al menos, de puertas para fuera. Dentro del equipo, sin embargo, la huella genética que el criminal había dejado en el cuerpo de la víctima se rastreó hasta las últimas consecuencias. El saber hacer, la paciencia y la participación de grandes expertos en sus áreas, allanaron el terreno para desentrañar uno de los casos más complejos a los que este grupo se ha enfrentado.
El primer paso, tras la comprobación frustrada del ADN, fue descubrir qué escondían estos rasgos genéticos. Y el golpe de suerte llegó al revelarse que el asesino era portador del gen MC1R receptor de la melanocortina. Traducido: se trataba de un pelirrojo. Una pista no menor, aunque en Galicia la población de habitantes con el pelo rojo sea mayor que la media nacional: entre el 3% y 4% de la población gallega, cuando a nivel estatal representan el 1%. Sabedores de cuál era la imagen exterior del sospechoso —caucásico, de piel clara, ojos oscuros y pelo rojo—, los agentes tenían por delante una ardua labor hasta ponerle nombre. Y para bautizarlo acudieron al Archivo Histórico Diocesano de Mondoñedo (Lugo), custodio de miles de partidas de nacimiento, matrimonio y defunción que se remontan casi cinco siglos atrás en el tiempo, y que resultaron claves a la hora de dibujar su mapa genealógico.
Las pesquisas, basadas en los avances científicos que permitieron escudriñar la genética del autor, avanzaban a paso lento al tiempo que en la comarca de Ferrolterra los agentes del equipo de la Policía Judicial decidieron realizar una serie de test aleatorios y voluntarios en un intento, casi desesperado, de dar con la estirpe de la que provenía este ADN.
Unas indagaciones que duraron una década e hicieron pensar a muchos que el crimen nunca se resolvería. Con el reloj de la prescripción del delito en su contra —veinte años en el caso de un asesinato—, la revisión manual de cada uno de los libros parroquiales era un hilo muy fino, pero al que los investigadores se abrazaron con todas sus fuerzas. Su olfato, esta vez, tampoco los defraudó. Y a medida que el cerco se iba estrechando alrededor de Roger Serafín, otros datos periféricos apuntalaron su identidad.
Para empezar, se sabía que la tarde del crimen un vecino había visto en la zona un vehículo que coincidía con el del sospechoso, que además hacía gala en sus redes sociales de su afición por unas armas coincidentes con las heridas de Elisa. Con el convencimiento de que habían cazado a su cazador, los agentes sometieron una muestra de su ADN a examen y llegó el 'match', esa esperada compatibilidad que desencadenó su detención.
La noticia de que el asesino de Elisa Abruñedo había sido desenmascarado saltó en los medios el 17 de octubre del 2023. Esa jornada, Roger Serafín fue detenido en su puesto de trabajo, en una empresa de montajes mecánicos, de la que salió esposado. A las pocas horas, se procedió a un registro en la vivienda que compartía con su pareja, que más tarde lo denunció por violación, aunque un juzgado lo desestimó. La presión y, sobre todo, la montaña de indicios en su contra, llevaron a la confesión de Roger. Tras un largo interrogatorio en el que su abogada renunció a su defensa, el pelirrojo reconoció los hechos y fue enviado a prisión provisional.
Este lunes, el cazador será el primero en declarar en el juicio por la violación y asesinato de Elisa, en el que estarán presentes los dos hijos de la víctima. En jornadas posteriores, lo hará el grupo de efectivos de la Policía Judicial del Instituto Armado que se empeñaron en que este caso se cerrase de forma exitosa, un bálsamo para la familia, que siempre confió en que se haría justicia. Su hijo Adrián reconoció que, en sueños, su madre intentaba decirle quién la había matado. La respuesta tardó en llegar, pero el caso encara ya su recta final.
ABC.es