El abrazo inesperado

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El abrazo inesperado

El abrazo inesperado

Los llamados cientistas políticos, que para algo lo son, aseguran que la política es una ciencia. Pero a la cotidianeidad política criolla no siempre resulta fácil detectarle el brillo académico. Leerla con pretensión asertiva se ha vuelto más difícil que verle la sombra al viento. Los instrumentos de análisis estándar no sirven más.

Un ejemplo es lo que ocurrió el lunes en la cena anual de la Fundación Libertad, donde Mauricio Macri y Santiago Caputo se dieron un abrazo -inesperado, dijeron algunas crónicas al día siguiente- de alto valor político. El problema es que nadie sabe cuál es ese valor político.

¿Se reconciliaron? ¿Hicieron un descanso en su enemistad? ¿Debe esperarse una primavera en otoño? ¿Vuelven después de ocho meses las milanesas improductivas de Macri con Milei? Y en definitiva, ¿cambia algo cuando los políticos que discuten por lo medios y por terceros se miran a los ojos?

No cabe duda de que el tema es importante. A Caputo el asesor, antimacrista de paladar negro, se le atribuye una vehemencia redoblada en la estrategia libertaria rupturista. Esa estrategia, ya inapelable en la ciudad de Buenos Aires, amenaza ahora las chances de derrotar al kirchnerismo en la provincia, distrito rector. El asunto de si los mileístas y los macristas van juntos o separados en la provincia conforma hoy la mayor incógnita de la política argentina. De esa coreografía al parecer estarían pendientes desde los inversores chinos hasta los banqueros uruguayos, además de la presidenta del FMI Kristalina Georgieva, quien la semana pasada le hizo honor a su nombre de pila y, palabras más palabras menos, dijo que si no gana Milei se va todo al demonio.

Milei suele reprocharle a Macri que en 2019 trajo de vuelta a Cristina Kirchner. Pero si ahora pierde la provincia se dirá que él lo revalidó a Axel Kicillof. Aunque en esa hipótesis lo más probable es que le eche la culpa a Macri.

Macri y Santiago Caputo no sólo se abrazaron, también se rieron juntos. Intercambiaron frases más risueñas que punzantes, en tono de chanza, no de manifiesto político, sobre “los malos”. Fue por una reciente declaración de Macri: “algunos creen que tranzando con los malos te va a ir mejor”. Los malos, por si hiciera falta aclararlo, son los kirchneristas y massistas. Es una suerte que se hayan acordado sólo de la última declaración de Macri y olvidaron la anterior sobre la Hidrovía en la que se hacían insinuaciones recíprocas de favorecer negociados. Como si hubieran sido viejos amigos, en Parque Norte intercalaron comentarios al oído. Pero lo concreto, lo irrefutable, fue lo gestual, el abrazo. Que cuanto menos disparó expectativas.

La categoría abrazos de antagonistas acumula considerable literatura. Más allá de que no haya redituado años venturosos, el que acá llegó al bronce fue el que se dieron Perón y Balbín el domingo 19 de noviembre de 1972 a la caída del sol en la casa de la calle Gaspar Campos. Eran los dos líderes más importantes del país pero no se trataban, salvo por interpósitas personas, como los 15 policías que por orden de Perón, en La Plata, metieron preso a Balbín apenas éste terminó de sufragar en las elecciones de 1950, día que se convirtió en el primero de un largo año de prisión. Se supone que Balbín votó por él mismo, ya que era el candidato a gobernador bonaerense.

También la Guerra Fría se convirtió en insumo museológico con un abrazo, el de Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov. Pero no todo es color de rosa. En homenaje a la variedad está el abrazo traicionero por antonomasia, el de Judas a Jesús, también conocido como beso de Judas, destinado a identificar a Jesús para las autoridades que lo buscaban para arrestarlo. En versión cínica existió ya fuera de la Biblia un abrazador corpulento, el texano Lyndon Johnson, quien en los cincuenta, antes de tener que suceder a John Kennedy, había sido en el Senado el líder de los demócratas. Su talento para la intriga se valía de proverbiales abrazos repartidos con fuerza entre sus amigos. Y con más fuerza entre sus enemigos. Al que buscaba persuadir “se lo llevaba a un rincón y ahí lo inmovilizaba con un poderoso abrazo, como el de una boa constrictor, mientras le hablaba al oído”, escribió Robert Caro, biógrafo de Johnson.

Distinto es el conocido abrazo del oso, muestra de afecto y simpatía que busca dañar a quien lo recibe. “La política hace extraños compañeros de cama”, decía Winston Churchill (frase que Groucho Marx reelaboró: “La política no hace extraños compañeros de cama; el matrimonio sí”). Pero esto ya supera la historia del cara a cara entre el antitabaquista Mauricio Macri y Santiago Caputo, un fumador empedernido.

Que los dos minutos políticamente más significativos de la cena de la Fundación Libertad sean difíciles de interpretar no quiere decir que las lecturas erróneas no merezcan ser descartadas. “Inesperado encuentro”, llegó a narrarse. Inesperado pudo ser el abrazo pero no el encuentro. Caputo, quien confirmó su asistencia después de que Milei canceló la suya, por supuesto debía saber que estaría Macri. Tampoco es que se sorprendieron al verse en una reunión semiclandestina consagrada a venerar a un profeta druso, estaban en la cena de una institución liberal en la que los dirigentes de La Libertad Avanza y los del Pro todos los años comparten el pan. Sorpresa hubiera sido si se cruzaban con Nicolás del Caño.

El problema de fondo no pasa por los cortocircuitos de dos fuerzas ideológicamente afines que en la última elección, el balotaje, votaron por el actual presidente. Pasa por el raro funcionamiento del sistema político y por la incongruencia electoral a la que se ha llegado, la de los feroces adversarios en el segundo distrito del país que necesitan ir aliados en el primero para que no se desmorone la estantería. Alianza esta última que sigue sin definirse. Y que, curiosamente, es acompañada por una incertidumbre consonante en el peronismo, donde la política tiene sus propias razones para despistarse. El lunes la Legislatura bonaerense derogó las PASO. Eso allanó el camino escogido por Kicillof, desacoplar las elecciones provinciales de las nacionales con la idea de ir hacia la emancipación de Cristina Kirchner. Lo paradójico es que al ser abolido el sistema de internas estatizadas el peronismo se quedó sin ningún instrumento para resolver la mayor interna desde que existe el krichnerismo.

El eco de fondo viene de las exequias pontificias, que dejaron una vara alta para las acrobacias del lenguaje político. Milei pasó de insultar en forma despiadada a Francisco (en términos que no vale la pena repetir) a decir el jueves último antes de salir para Roma: “le guste a quien le guste el papa ha sido el argentino más importante de la historia argentina”. Le guste a quien le guste. Milei es desafiante cualquiera sea el extremo que esté de turno.

De manera que cambiar de idea no es ningún inconveniente. Así como los colchones viscoelásticos tienen la capacidad de adaptarse al contorno del cuerpo, la realidad parece adaptarse a las opiniones del presidente. María Elena Walsh se perdió un gran momento para extender la letra de El Reino del revés.

Macri sabe de estas elasticidades ajenas a los manuales políticos porque él mismo pasó de ser considerado repugnante y socialista, socialdemócrata, fascista, tibio, timorato, mediocre y cobarde a ser elogiado o a que el presidente le diga presidente sin prefijo, como si portara el título honorífico (glamorosa costumbre estadounidense, dicho sea de paso, que acá sería difícil de usar con Isabel Perón o con Alberto Fernández). Pero después Milei hizo unos pasos para atrás. No lo volvió a insultar pero mantuvo con él un diálogo mediático de alto voltaje. Macri dijo que los dirigentes que tenían precio ya fueron comprados. Milei replicó: que traiga la factura. Una base poco recomendada para armar listas comunes.

Visto que la temporada de milanesas no fructificó, la pregunta es cómo deberían hacerse los acuerdos necesarios. Mediante discusiones por los medios, obviamente no. Con intermediarios, tampoco. Por eso un simple cruce de dos actores centrales, un expresidente líder de un partido en crisis y un asesor que controla medio Estado, despierta tanta atención.

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