Lo que Israel ha aprendido y los europeos aún no han aprendido

En Europa, la guerra entre Israel y la teocracia iraní no solo ha inspirado comentarios lamentables, como el de Marques Mendes. La canciller alemana, por ejemplo, reconoció que Israel, al intentar desarmar a los dictadores de Irán, estaba haciendo un trabajo sucio necesario para la seguridad de las democracias liberales. Otros líderes europeos no fueron tan honestos. Ursula von der Leyen lamentó la falta de persistencia en la diplomacia. Emanuel Macron se mostró preocupado por el vacío que un posible colapso de la tiranía iraní podría dejar en Oriente Medio.

Hace dos años, los líderes israelíes no eran mucho más sabios que sus homólogos europeos. Creían, en Gaza, que podían coexistir con Hamás. Hamás explicaba a diario que su objetivo era destruir a Israel. Pero el gobierno israelí insistía en considerar a Hamás una simple banda de mafiosos. La retórica antiisraelí era solo eso: retórica. En el fondo, querían enriquecerse. Las historias sobre la fortuna personal de algunos líderes de Hamás parecían demostrarlo. Así que podían negociar con ellos, sobornarlos, mantenerlos callados y satisfacerlos. El 7 de octubre de 2023, Israel descubrió que Hamás realmente creía en lo que decía.

Fue entonces cuando el gobierno israelí se dio cuenta de que no podía esperar a descubrir si los clérigos iraníes también hablaban en serio cuando, como hizo el ayatolá Jamenei en septiembre de 2015, prometieron que Israel dejaría de existir para 2040. No es un proyecto imposible. Más de la mitad de la población de Israel (5,4 millones) vive en un área equivalente a nuestro distrito de Faro. Unos pocos misiles con ojivas nucleares quizás bastarían para iniciar un nuevo Holocausto. Irán ya tiene los misiles y pronto podría tener el material para las ojivas. ¿Debe Israel confiar en que, a pesar de lo que proclaman y juran, los mulás solo quieren vender petróleo y recibir comisiones?

En Estados Unidos, el debate es diferente al de Europa. Pero no es mejor. El derecho de Israel a defenderse es generalmente aceptado. Sin embargo, algunos simpatizantes de Trump, como Steve Bannon y Tucker Carlson, rechazan la cooperación estadounidense, si fuera necesaria, para desarmar a Irán. Eso solo beneficiaría a Israel, y por lo tanto, Israel debería hacerlo solo. Al intervenir, Estados Unidos estaría iniciando otra guerra en Irak. Bannon y Carlson, alineados aquí con la izquierda radical, son tan miopes como Van der Leyen y Macron. No estamos en 2003. Nadie habla de invasiones, sino, de ser necesario, de un ataque aéreo localizado. Y no es cierto que desarmar a Irán solo le interese a Israel.

Oriente Medio no está lejos, y no se trata solo de petróleo. Las migraciones masivas han llenado Occidente de personas que pueden ser movilizadas por las potencias apocalípticas del mundo islámico. Hace diez años, el auge del terrorismo yihadista en Europa y Estados Unidos coincidió con los triunfos del Estado Islámico en Siria e Irak. Este terrorismo decayó tras la derrota del Estado Islámico. La derrota de la teocracia iraní y sus milicias en Gaza y Líbano servirá para disuadir a los poderes locales hostiles a las democracias liberales, pero también es un medio para debilitar su influencia sobre aquellos en Occidente que podrían ser sensibles a su ejemplo cuando se les asocia con la fuerza y ​​se ven coronados por la victoria.

No se trata de exportar la democracia a la región, como George Bush tuvo que imaginar en 2003, bajo la presión de Tony Blair. Se trata de eliminar amenazas, como el programa nuclear iraní, sin ninguna otra expectativa. En Siria, el despotismo proiraní de los Asad no dio origen a una democracia como la de Suiza. Pero el nuevo dictador islamista no dice que quiere destruir a Israel y se pone traje y corbata para saludar a Trump. Eso debería bastar a Occidente. Ojalá algún día los sirios y los iraníes empiecen a vivir de forma diferente. Pero eso depende de ellos.