Separar el trigo de la paja

En los últimos tiempos estamos asistiendo a una progresiva evolución de la comunicación política asociada al desarrollo ininterrumpido de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
La realidad contemporánea es hoy inseparable del plano digital y el panorama político-partidista es un ejemplo inequívoco de ello.
La forma de hacer política ha sufrido cambios importantes, beneficiándose actualmente de los numerosos avances tecnológicos y de las nuevas formas de transmitir información, pero también volviéndose más expuesta a la posible difusión de información falsa o inexacta, lo que fácilmente crea narrativas erróneas e incluso pone en peligro la democracia y las instituciones.
Las campañas electorales tradicionales, basadas en el contacto directo con la población, han ido perdiendo parte de su brillo, volviéndose el espacio digital, especialmente el mundo inherente a las redes sociales, esencial para la difusión de temas propagandísticos de carácter político, ideas y propuestas afines.
Las redes sociales, herramientas de comunicación de amplio espectro, permiten ahora acceder a la población con mayor facilidad y en corto espacio de tiempo. Las redes sociales favorecen los contactos y potencian el radio de acción de los mensajes que se quieren transmitir. Las redes sociales generan una cascada de interacciones, promueven el intercambio ininterrumpido de contenidos, dando así energía y dinamismo al discurso político de los partidos y especialmente a las campañas electorales que preceden a una determinada votación. Las redes sociales influyen claramente en las decisiones de voto de los electores y por eso el posicionamiento de los políticos en el mundo digital es sumamente importante y no se puede descuidar.
Sin embargo, el mundo virtual asociado a la política también puede ser pernicioso.
Ante la desenfrenada difusión del discurso político y en la búsqueda del voto de los electores, los partidos políticos y sus candidatos pueden utilizar medios inapropiados en lo que respecta al uso de las redes sociales.
El uso de “bots”, programas que, a través de inteligencia artificial, simulan o imitan el comportamiento humano, creando usuarios virtuales con el objetivo de incrementar las interacciones, generar discusiones y manipular opiniones, son un ejemplo del mal uso del mundo virtual.
La difusión de cuentas falsas o anónimas utilizadas para crear determinadas narrativas en beneficio de quienes las crean o para denigrar a los oponentes es otro ejemplo del mal uso del mundo virtual en el contexto de la política. Este tipo de estrategia, además de abyecta y cobarde, no apalanca las discusiones que realmente deberían promoverse ni tiende a ilustrar al elector con la debida seriedad y transparencia. Las cuentas falsas o anónimas sólo contribuyen a un intento rudimentario de manipular la opinión pública.
La difusión de información falsa, a menudo propagada por verdaderas hordas de seguidores de los candidatos, es también un peligro de asociar el mundo virtual al mundo político, ya que estas informaciones tienden a ser circunstancializadas únicamente en la única obsesión de proteger al supuesto líder, el candidato, a menudo en el cargo, con el fin de obtener ventajas o mantener privilegios en el futuro. Las hordas de seguidores sirven así como portavoces de la difusión de determinadas narrativas, orquestadas por el partido o el candidato. Están formados por un grupo de personas que se someten ciegamente a la defensa a ultranza de determinadas ideas y discursos políticos, de los que muchas veces ni siquiera se dan cuenta de su verdadero alcance, pero que sin embargo les proporcionan un propósito, un sentimiento de pertenencia y también una cierta esperanza de poder llegar a tener “un lugar bajo el sol”. Este discurso vacío de las hordas, por tonto que parezca, todavía puede engañar a algunas personas incautas e influir en las opiniones.
De hecho, el trabajo que los partidos políticos realizan virtualmente debe estar en consonancia con el trabajo que debe realizarse fuera del ámbito virtual. Los proyectos políticos que pretendemos poner en práctica deben estar fundamentados en una planificación y una visión concisa de lo que realmente se pretende para los territorios y en beneficio de la población. No basta simplemente con capitalizar las palabras y utilizar estrategias menos serias para agitar las emociones, durante las campañas electorales, sobre determinados temas. Es necesario tener un propósito y un sentido de misión para la causa pública.
Para separar “el trigo de la paja”, aprovechando todo el potencial inherente al mundo digital, es necesario promover la alfabetización digital y, sobre todo, el desarrollo del pensamiento crítico entre la población. Ojalá que tales prerrogativas lleguen a proteger a los electores en las próximas elecciones, que esos mismos electores extraigan los beneficios de las redes sociales y al mismo tiempo eliminen de sí mismos los aspectos más nocivos de esas redes.
(Escrito según la ortografía antigua)
observador