Europa: ¿una mera potencia regional?
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Europa se ha convertido en una potencia regional en el escenario geopolítico contemporáneo. La definición que Barack Obama da de Rusia como “potencia regional” puede, irónicamente, aplicarse al continente europeo.
La actitud de Donald Trump de minimizar la participación de Estados Unidos en la solución de conflictos como los de Gaza y Ucrania demuestra que Europa, para Washington, no es más que una influencia limitada a su propio entorno. Este fenómeno es el resultado de procesos históricos y estructurales que han configurado el continente desde la Segunda Guerra Mundial.
El colapso europeo durante las dos grandes guerras fue sin duda el catalizador de este debilitamiento. Las potencias europeas, que una vez controlaron vastos imperios coloniales, entraron en un ciclo de autodestrucción. Los conflictos dejaron al continente europeo devastado y, en la posguerra, la prioridad pasó a ser la reconstrucción económica y la prevención de nuevos enfrentamientos entre los estados europeos.
Para garantizar la paz, muchos países renunciaron a partes importantes de su soberanía en favor de una gobernanza supranacional, dando origen a la Unión Europea. Sin embargo, esta transferencia de poderes también tuvo consecuencias para la capacidad de proyección internacional de Europa. La prioridad pasó a ser la estabilidad interna y la construcción de un modelo robusto de bienestar social, en detrimento de la política de poder global.
La dependencia europea de las fuerzas armadas de Estados Unidos, consolidada a través de la OTAN, es otro factor determinante de esta pérdida de protagonismo global. Durante la Guerra Fría, la presencia militar estadounidense en el continente fue aceptada como un mal necesario para evitar la expansión soviética. Con el tiempo, sin embargo, Europa se ha acostumbrado a esta protección, reduciendo sus inversiones en defensa y volviéndose vulnerable a los cambios en la política exterior estadounidense.
El regreso de Donald Trump puso de relieve esta fragilidad. Su retórica de que los europeos deberían hacerse cargo de su propia seguridad y su voluntad de reducir la participación estadounidense en los conflictos globales reforzaron la idea de que Europa, sin Estados Unidos, carece de autonomía estratégica. Los recientes desafíos geopolíticos, como la guerra en Ucrania, exponen esta realidad: sin un aparato militar independiente y robusto, el continente sigue siendo rehén de las decisiones de Washington. La vieja máxima aún prevalece: “Ser enemigo de Estados Unidos es trágico, pero ser su amigo es fatal”.
Europa ha perdido su papel como actor global porque ha renunciado a los elementos centrales de la soberanía: política exterior, capacidad de defensa independiente y plena autonomía política. Trump sólo reveló un continente relegado a la categoría de potencia regional.
jornaleconomico