Un antiguo almacén de ramos generales, las fábricas de ladrillos y la historia del Tramway Rural tirado por caballos

“Ladrillero”, “alfarero” u “hornero”. Cualquiera de esos apelativos le cabe perfectamente a Cucullú para visibilizar la arraigada tradición de sus hornos de ladrillos, una producción artesanal que tuvo su tiempo de esplendor en la segunda mitad del siglo XX con los fuegos encendidos de 50 fábricas.

Aunque afectadas por sucesivas crisis, esas llamas no terminaron de apagarse y todavía hoy se aprecia la producción más representativa del pueblo, en pilas de ladrillos ordenadas en pirámides, que se secan a la intemperie.

Las columnas de humo que se levantan en el entorno rural parecen cortejar la entrada a este paraje del partido de San Andrés de Giles a través de la calle 9 de Julio.

Desde la ruta 7, la recta de 4 kilómetros de la única calle asfaltada apunta derecho al naciente atractivo gastronómico del lugar, que florece a los pies de la torre blanca de la capilla Santa Teresita del Niño Jesús, construida en 1960 y restaurada el año pasado.

Por un lado, del horno a leña de la panadería Santa Teresita se desprenden los aromas de sus panes de campo, tortas negras o de chicharrón, empanadas de hojaldre en versiones dulces y saladas, medialunas y galletas trinchadas.

Una parte central de la historia local se cuenta en este negocio atendido por Silvia Rossi, que sus padres Mabel Freggiano y Julio César Rossi (intendente de San Andrés de Giles entre 1983 y 1987 y concejal durante ocho años) abrieron en 1967, en pleno auge de la industria ladrillera.

La ubicación de la panadería fue siempre una referencia para los vecinos y viajantes que transitaban por aquí la traza original de la ruta 7.

Mucho antes de que las cautivantes fragancias de la panadería coparan la atmósfera de Cucullú, en la misma esquina funcionaron sucesivamente una agencia del Automóvil Club, una estación de servicio Texaco y la terminal de micros.

Entre las especialidades pasteleras de Santa Teresita resaltan también la galleta correntina y el chipá que preparan los hermanos López, señal inequívoca de la presencia de pobladores llegados del Litoral, Santiago del Estero y Bolivia para poner sus manos a moldear ladrillos con una mezcla de barro aplastado, paja, excremento y cuerina de vaca alrededor de los secaderos.

Retazos de la etapa más luminosa de Cucullú también resisten el paso del tiempo en el andén y el edificio de la estación inactiva, el punto de partida de la urbanización, impulsada por una oportuna donación de tierras del comerciante vasco Juan Simón de Cucullú, instalado en al zona en 1847.

La primera parada del Tramway Rural, un único vagón tirado por caballos que unía Chacarita con San Andrés de Giles, fue establecida en 1887.

Después fue reemplazada por un convoy llevado por una locomotora a vapor, que precedió el paso más rápido del Ferrocarril Urquiza. Ese servicio de pasajeros de Lacroze a Rojas corrió hasta 1993, el aviso de una decadencia que terminó de concretarse en 1998, con la llegada del último tren de carga.

La módica fiesta popular que empezaban a compartir los vecinos al detectar la cercanía del tren se replica cada noviembre desde 2006, cuando se celebra la Fiesta del Hornero y de Cucullú, Pueblo Alfarero.

Esas jornadas tan esperadas todo el año, los visitantes aprenden a poner en valor el trabajo de los esforzados obreros de los hornos, homenajeados con un monumento -representa al ladrillero con su típica carretilla triangular-, en la Plaza del Hornero del barrio Itatí.

A un costado de la calle principal, Rodolfo “Fito” Gallo revive el pasado ilustre del almacén de ramos generales Bar Casa Gallo.

Lo reconvirtió en un restaurante de campo en 2018, con el objetivo de atrapar a los clientes con los sabores inigualables de sus empanadas al horno de barro, el salteado de arroz, hongos y carne, el bife de chorizo con papas y huevo fritos, el guiso de lentejas y el churrasquito de cerdo. Versiones de comida regional en su máxima expresión.

“Mi tatarabuelo Bartolomé y su hermano Jorge Gallo eran inmigrantes de Cúneo, en la región italiana de Piamonte. Bartolomé se dedicó a la cría de animales y Jorge abrió este negocio en 1880, antes de la llegada del Tramway Rural de Federico Lacroze”, repasa Gallo parado entre las mesas dispuestas en el patio, donde un molino de agua proyecta la sombra de su estilizada silueta.

A diez pazos del restaurante, entre las paredes del Club Atlético Cucullú (bastión de las reuniones sociales desde 1929) parecen resonar las voces de los peones rurales enfrascados en una partida de truco -matizada por un oportuno trago- y los tamberos, habituados a bajar de sus carros llenos de tarros lecheros.

Pero la vereda es ahora un lugar de paso cargado de silencios y el rumor de una brisa de otoño, apenas alterado por el trino moderado de un chiflón, decidido a seguir escudado en la copa de un árbol.