El ‘rearme ideológico’ del PP y la (infalible) ley de la gravedad

No deja de ser una colosal ironía del destino, que es quien gobierna nuestros días y atormenta nuestras noches, que el gran teatro del próximo cónclave de Génova esté siendo representado bastantes semanas antes de su celebración por sus principales actores y los habituales monaguillos –entiéndase el término desde el punto de vista descriptivo y funcional, no despectivo– con el argumento de que este nuevo congreso de la derecha española, el primero ordinario en ocho años, conseguirá “el rearme ideológico” del PP ante una batalla electoral sin fecha cierta, pero tan deseada en un bando como molesta para el contrario.
Feijóo hace saber así, a aquel que quiera y pueda entenderlo, que la ponencia política que se aprobará en los albores del próximo mes de julio en Madrid será una declaración solemne con “los principios” que no estarán en venta sean cuales sean los resultados electorales. En principio, parece un buen comienzo. Es discutible que sea además un óptimo final.
Sobre todo si tenemos en consideración que, aunque los comendadores de dicha ponencia política tengan distintas sensibilidades –según sea el signore o la signora a los que deban obediencia–, Génova insiste mucho en que los presidentes autonómicos de Castilla-León y Andalucía, investidos en instantes procesales diferentes con el respaldo de Vox, tendrán un papel relevante al fijar el rumbo político del principal partido de la derecha española.
El silencio es un mensajeDe partida, parece improbable que los populares vayan aclarar su relación con el partido ultramontano. El silencio, sin embargo, ya es un mensaje. Por más que eviten mentarlo, el elefante está desde hace mucho tiempo en la habitación. El PP, según las encuestas, no suma solo. Necesita uno o más socios. Y no tiene muchos caladeros de diputados a los que acudir.
Moreno Bonilla, el barón más próximo a Feijóo y alternativa interna al peronismo madrileño de Ayuso, está convencido de que no deben desvelarse las cartas. Mayormente porque nadie sabe con seguridad qué dirán la urnas y los pactos con Vox en las autonomías fueron uno de los factores que hicieron a Feijóo naufragar en la orilla en las últimas elecciones generales.
El presidente andaluz se ha fabricado un autorretrato de político moderado. Sobre el papel es cierto. Encarna a un PP suarista, centrado, poco dado a las alharacas y políticamente correcto. Quizás, demasiado. Este perfil, que ha cultivado con éxito desde que a finales de 2018 fuera investido presidente gracias a un pacto cruzado –rubricado por separado– con Cs y Vox, no deviene sin embargo de su gestión, que es muy modesta. Tampoco es fruto de convicciones.
Moreno Bonilla
EFESu metamorfosis, que en Andalucía lo ha llevado de ser el candidato con menos votos de toda la historia de la derecha a convertirse en el líder absoluto del tablero político meridional en apenas siete años, se debe a una estrategia que consiste en decirle a todo el mundo lo que quiere escuchar sin impulsar casi nada de lo que, al mismo tiempo, promete hacer.
El morenismo no es una corriente reformista, sino genéticamente conservadora. Tiene pánico al riesgo. Oculta su tibieza detrás de las sonrisas. No defiende principios: se adapta a lo que convenga en cada momento. Tampoco es esencialista, sino muy pragmático. No reproduce los modos, aunque sí ciertos hábitos, de la derecha. E imita al PSOE del Antiguo Testamento.
El presidente de la Junta anhela ser el representante de una operación de aggiornamento (actualización) de la derecha española que, en realidad, camufla una agenda gatopardista. Tampoco se trata de una creación (política) original y propia. Es fruto de las circunstancias.
La suma parlamentariaLa suma parlamentaria que llevó a Moreno Bonilla por vez primera al Quirinale (San Telmo) fue tan asombrosa como una carambola de billar. El PP (dependiente entonces de Vox; Cs se entregó en sus brazos de forma casi inmediata) no dudó en firmarle a los ultramontanos los documentos políticos que le pusieron por delante sabiendo que no iban a ser cumplidos.
A continuación, inquieto por una reacción social de la izquierda en su contra, que no llegó a producirse, pero cuya mera abstracción le hizo creer que su reinado en el Sur de España podía ser un simple paréntesis, el PP comenzó a mimetizarse aceleradamente con los socialistas andaluces atrayendo a su órbita a Cs, a las minorías andalucistas y a otros votantes críticos.
Moreno Bonilla no ha tocado en estos años la administración clientelar creada por el PSOE. No ha levantado alfombras. Tiene alergia a cualquier cambio. Se ha limitado a reemplazar a los socialistas con mejores formas públicas, pero tolerando idénticos vicios privados.

Pedro Sánchez y Moreno Bonilla
EFELo demuestra, entre otros ejemplos, la falta de entusiasmo por recuperar el dinero defraudado en el caso ERE o las colocaciones a dedo de militantes socialistas –entre ellos la esposa del actual portavoz socialista en el Senado y exsecretario general del PSOE en Andalucía, Juan Espadas– en la extinta fundación Faffe, absorbida por el Servicio Andaluz de Empleo (SAE), donde la Guardia Civil (UCO) ha corroborado la existencia de al menos 85 contrataciones irregulares que, sin embargo, han sido consolidadas gracias al nihil obstat de San Telmo.
No son episodios puntuales. La prioridad del Quirinale durante estas dos legislaturas ha sido institucionalizar algunas de las prácticas más cuestionables del PSOE andaluz. Por ejemplo, destinar subvenciones a organizaciones en cuestión: patronales, asociaciones ciudadanas y sindicatos como UGT, condenado en firme por los jueces por fraude en el uso del dinero público. Tampoco ha hecho muchos esfuerzos en reformar la administración heredada.
Si la encomienda de Feijóo a Moreno Bonilla es trasladar su vía andaluza –como él mismo denomina a su estilo– al ámbito estatal, el rearme ideológico de Génova va a ser como ir a la guerra con la pólvora mojada. Ni Vox se va a dejar manejar por el gatopardismo –si lo hizo en Andalucía fue porque esta plaza política no le interesaba más que como avanzadilla hacia Madrid– ni la Moncloa va a caer en manos del PP como la manzana de Newton: por gravedad.
El cónclave de Madrid traerá cambios en la dirección de Génova. Veremos el inevitable desfile de las ovejas muertas, que es lo que ocurre –como dice el refrán– cuando se reúnen dos o más pastores. Pero si además se salda con elipsis, rodeos y perífrasis no será un acto de (auto)afirmación política, sino una renuncia por anticipado. Para prevalecer en una guerra primero hay que querer librarla. Y, después, saber ganarla. Sin lo primero, no cabe lo segundo.
lavanguardia