Nathaniel Hawthorne repatriado

Es con alguna trepidación que un reseñista debería abordar una nueva edición de narraciones de Nathaniel Hawthorne en la Argentina. Al fin de cuentas, ¿qué se puede decir sobre Hawthorne que no haya dicho Borges en su famosa conferencia de 1949? Esta nueva edición de seis cuentos representa una evidencia contundente de la influencia todavía existente de Borges y, como tal, pareciera ser un ejercicio un poco cínico.
Hay varias razones para hacer esta afirmación. Por ejemplo, nuevas ediciones de escritores canónicos suelen tener una introducción que ofrece aclaraciones sobre temas como la necesidad de esta nueva edición, el criterio por el que se han incluido estos textos y no otros, y quizá un poco del contexto histórico e información biográfica, entre una infinidad de otras posibilidades. (Borges ofrece un modelo bastante bueno).
Acá también tenemos la curiosidad de que las traducciones nuevas fueron hechas por un equipo de traductores que trabajaron a veces solos, a veces en pares y en un caso como un trío. Sería interesante saber por qué. El prólogo de Ezequiel Vottero no informa nada de eso. En su lugar, hay un ensayo un tanto curioso pero ciertamente enérgico sobre el cuento principal, “Wakefield”, que reescribe el texto de Hawthorne con un toque de Borges agregado, y una mención, de lo más breve, sobre los otros cuentos.
Sospecho que por lo menos se puede deducir el criterio para la selección: son los dos cuentos mencionado por Borges en su ensayo más cuatro para rellenar el volumen, todos escritos en la década de 1830 y uno de la de 1840. Sin embargo, es importante que estos cuentos estén disponibles para lectores argentinos. “Wakefield”, que es un hito de la literatura, no es una historia convencional, sino un comentario sobre una anécdota que Hawthorne supuestamente encontró en un diario –no por nada suscitó el interés borgesiano– sobre un hombre que abandona a su familia durante veinte años, antes de volver como si nada.
“El holocausto de la tierra” es un impactante experimento mental que, aunque imperfecto, anticipa y satiriza las locuras utópicas a las que el humano politizado (y no tanto) permanece tristemente susceptible. También hay mucho para disfrutar en “David Swan”, sobre un hombre que pierde varias oportunidades sólo por ser dormilón. Esboza la idea de bifurcaciones del destino que sería tierra fértil para generaciones de autores especulativos.
“Las campanadas nupciales” debe de tener una de las descripciones más vívidas de un casamiento trágico. “El velo negro del pastor” es un clásico. Con apenas un trozo de tela y una excéntrica convicción religiosa (algo de lo que el autor habrá tenido bastante experiencia en las comunidades utópicas y trascendentales de Nueva Inglaterra) Hawthorne creó un personaje y una prenda para la posteridad.
“El árbol de Merry Mount” (no suelo cuestionar a una manada de traductores pero ¿“árbol” será la traducción indicada de “maypole”?) ofrece un contra-argumento a los que ven en Hawthorne a un escritor demasiado religioso, siendo una denuncia vivaz del fanatismo religioso, tema tan importante en su obra como el moralismo.
Aunque es ciertamente verdad que Hawthorne arruinó muchos de sus textos, incluidos varios de los enumerados, con una moraleja trillada, es importante recordar cuál era su audiencia: una sociedad profunda e ingenuamente religiosa como lo era la de los Estados Unidos, y en particular su región noreste. Esas moralejas fáciles probablemente fueron la clave que destrabó el camino a la publicación. Publicaciones que siguen, aunque con alguna falla, hasta el día de hoy.
Wakefield y otras alegorías, N. Hawthorne. Selección y prólogo de Ezequiel Vottero. Editorial Serapis, 104 págs.
Clarin