La noche de terror en la cancha de Independiente: una batalla tumbera y un viaje sin escalas a la Edad Media

Resulta imposible naturalizar lo que sucedió el miércoles a la noche en la cancha de Independiente. Se lo puede calificar como barbarie, atrocidad, vandalismo, salvajismo, tragedia. Se pueden seguir buscando términos en los diccionarios para intentar ilustrar las escenas. Pero ninguno alcanzará para describir con precisión lo que pasó. No tiene nombre. Ni la ficción hardcore se atrevería a tanto. Fue una situación de anomia en su máxima expresión.

Por eso, más allá de las groseras fallas en el operativo de seguridad -con errores escandalosos e infantiles a nivel prevención- y de la pasmosa pasividad de las fuerzas policiales, lo que no se puede comprender es por qué los ultras de Universidad de Chile y la barra de Independiente actuaron como bárbaros.

Tal vez porque fueron actos propios de una batalla tumbera, propios de un motín en una cárcel con zona liberada, donde las leyes brillan por su ausencia. Lo primero fueron los destrozos y la locura sin sentido de los fanáticos chilenos. Arrojaron excremento, orina, trozos de mampostería, inodoros y bombas de estruendo a la parte baja de la Pavoni. También aseguran que a una empleada de maestranza de Independiente la obligaron a beber pis. ¿Qué los llevó a hacer todo eso? ¿Para qué? ¿Por qué?

Qué queda decir de las atrocidades de los forajidos de la barra local. Valen las mismas preguntas. Porque fueron decididos a hacer justicia por mano propia. Nadie se los pidió, más allá del aliento de algunos descerebrados.. Lo hicieron, también, con códigos tumberos.

No sólo fueron a golpear sin importar si mataban. Fueron decididos a cometer vejámenes como si se tratara de una sala de torturas pública. Les pegaron, los desnudaron y los humillaron. Y, como si todo eso fuese poco, cerraron la noche con otra acción barbárica: colgar la ropa robada del alambrado para mostrar el botín de guerra... Como si fuera la Edad Media.