La iglesia de Ondarroa que está repleta de fantasmas

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La iglesia de Ondarroa que está repleta de fantasmas

La iglesia de Ondarroa que está repleta de fantasmas

Quien haya tenido el privilegio de darse un paseo por Ondarroa, en el País Vasco, es más que probable que, en un momento u otro, haya admirado la iglesia de Santa María y sus imponentes arcadas. Hace décadas que este templo católico, que permanece solemne en el casco antiguo de la localizad vizcaína y que fue construido sobre una gran roca, también despierta la curiosidad a Txomin Badiola (Bilbao, 1957), no solo por su arquitectura; también por los seres que habitan allí. Desde que de pequeño veraneaba allí, no se los ha podido sacar de la cabeza. Tanto es así, que los ha convertido en protagonistas de su nueva novela, Mamuk (Acantilado).

El título, en euskera, se traduce como fantasmas y hace referencia a las gárgolas y demás esculturas que coronan el lugar. “Hay monstruos y animales, pero, también, retratos de cortesanos, de clérigos, de soldados, de peregrinos... Junto a ellos está Leokadi, una mujer que, según cuenta la leyenda, fue convertida en piedra como castigo. Quería averiguar quiénes eran o, en su defecto, imaginar quiénes podían ser y qué historia escondían. Eso fue lo que me motivó a escribir”, cuenta este artista plástico de reconocida trayectoria, que dedica ahora la mayor parte de su tiempo a la escritura y que ha visitado Barcelona este verano para hablar de esta trama coral.

Iglesia de Santa María de Ondarroa

Iglesia de Santa María de Ondarroa

Wikipedia

Otro de los protagonistas del relato es el ficticio Béranger de Bourgogne, que recibe a finales del siglo XV el encargo de proseguir la construcción de la iglesia tras el repentino fallecimiento del anterior maestro de obras. Su plan incluye una misteriosa decoración con relieves y las citadas figuras monstruosas, con las que más tarde los ciudadanos asustaban a los niños cuando se portaban mal, como si del 'coco' se tratara.

Béranger, cuyo apellido se inspira en el estilo de las esculturas, el borgoñón, permite al autor entremezclar pasado y presente, además de adentrarse en el mundo fantasmal y de las leyendas. Por otro lado, kos diálogos contemporáneos se centran en un personaje innominado, Él, “un artista que lidia como puede con sus propios fantasmas”, algo que Badiola reconoce entender “a la perfección”.

La mayoría de los mamuk no son visibles a simple vista, pues están en el tejado

El autor no descarta que algún lector curioso se acerque a conocer el lugar en el que tanto él como los mamuks pasan la mayor parte del tiempo, pero se convence de que el turismo de masas recalará en el espacio, pues “la mayoría de estas figuras no son visibles a simple vista, pues están en el tejado. Yo necesité un dron para poderlas estudiar con detenimiento y me di cuenta de que había muchas más de las que imaginé”.

Confiesa, además, que sintió “la necesidad de saber sobre ellas y de darlas a conocer”. Este sentimiento llegó a propósito de su vuelta tras cuarenta años a Ondarroa, donde pasó los veranos de su infancia. “Es una localidad a la que estoy ligado de forma muy íntima, pero, a mi vuelta, sentí que no pertenecía allí. Fue extraño. Lo familiar se convirtió en ajeno. Eso me incomodó pero, a la vez, me dio alas para tratar de escribir con la mayor objetividad posible”.

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También le animó a emplear muchos de los elementos de su trama como metáfora, como ocurre con la propia iglesia, donde parece librarse una batalla entre el bien y el mal. “De hecho, las figuras están fuera, y en lo alto, porque se supone que en el exterior debe quedar lo profano. Ponen a monstruos para que otros posibles monstruos no puedan irrumpir. Y lo curioso es que, en su conjunto, el edificio apenas cuenta con elementos divinos. Casi todos son demoníacos y laicos”.

En su escrito, Badiola también ha querido reflejar “el momento en el que lo medieval quedó atrás. Bourgogne no es todavía un hombre del Renacimiento, pero se encuentra en ese impás. Y este cambio radical cultural y de pensamiento se evidencia en la iglesia y en todos los niveles de existencia”. Santa María de Ondarroa se convierte así en el testigo del devenir de los seres humanos y el autor se siente satisfecho de haber dotado esta idea de literatura.

“El paso del trabajo plástico a la escritura ha sido natural para mí. Mi forma de trabajar es la misma en ambos casos, pues lo hago con fragmentos inconexos que termino dotando de conexión. Un poco como la vida misma”. Lo hace sin activismo de por medio pues, entonces, “tanto el arte como la literatura perderían su esencia primordial”, concluye.

lavanguardia

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