Jon Lee Anderson, primeros pasos de un viajero politizado

Es uno de los grandes periodistas de las últimas décadas, en la gran tradición del polaco Rysard Kapuściński, capaz de conjugar la descripción de grandes vuelcos sociales con el primer plano de protagonistas desconocidos, en una prosa de gran exactitud y astucia política. Lo conocemos por sus crónicas sobre conflictos armados, como corresponsal de la revista The New Yorker, donde trabaja desde 1998, y también por su biografía Che: una vida revolucionaria, sobre Ernesto Guevara, publicada en 1997. Ahora nos espera un memorialista de su juventud, mientras toda África afianza sus pasos en la independencia.
En 1970, todavía menor de edad, Jon Lee Anderson –nacido en California en 1957 y criado en varios puntos del globo– decide viajar desde Exeter, Gran Bretaña, a África, para reencontrarse con una hermana. Con su papeleta de bachiller recién obtenida, parte primero a Marsella y desde allí a un continente que conoció en la infancia, hasta Togo. Lo que encuentra es un continente en trance de liberarse de regímenes coloniales europeos. En junio se publica Aventuras de un joven vagabundo por los muelles ("Adventures of a Teen-Age Wharf Rat", que alude a las ratas de los muelles, en Ed. Anagrama). Se trata de la crónica de su primer viaje en solitario y de su iniciación en una realidad social de máximo contraste, que al mismo tiempo le devuelve otro espejo de occidente. Su corolario es un relato autobiográfico, y también un libro de viaje. Esto fue lo que conversamos por zoom, hace una semana.
–Leerte es tomar contacto otra vez con el legado de la gran biblioteca de británicos clásicos, como Rudyard Kipling y Joseph Conrad, narradores del "espacio exterior" de imperio. Pero también con los viajeros norteamericanos de la generación Beatnik, como William Burroughs.
–En algo te doy la razón; reconozco mi condición de anglo-sajón. Pero me distingo de los autores nombrados en que yo he pasado la mayor parte de mi vida en otros países; es decir, me crié en el extranjero y sigo viviendo en el extranjero. De hecho, vivo en Inglaterra; más allá del idioma inglés, yo soy norteamericano. Es que me crié en ese territorio llamado Tercer Mundo. Y paso la mayor parte de mi tiempo en lo que hoy se llama Sur global. Me identifico quizás más con esas culturas, sobre todo con América Latina, y en segundo lugar, con África y Asia, donde me crié. Kipling no era de los míos, aunque obvio que lo tengo presente. Él pertenece a la época colonial, mientras yo estoy muy marcado por las percepciones postcolonialistas. Conrad y Graham Green sí son mis referentes; al igual que Kapuściński.
Retrato del gran periodista como mochilero. Anderson a los 17 años, cuando se largó de casa. Gentileza del autor.
–¿El Bruce Chatwin de En Patagonia y Songlines, el viaje australiano, te resuenan?
–Chatwin me gusta mucho, aunque él era un poco exquisito, ¿no? Es que yo de chico quería ser explorador, así que devoraba libros de historia y de memorias. A medida que fui creciendo, por supuesto, también adquirí conciencia política y social, y empecé a hacer distinciones en torno de estos autores tan admirados en sus percepciones hacia los nativos. Como te dije al principio, al convivir con esas sociedades en muchos casos, me identifiqué con ellas. Vi esas comunidades por lo que eran y lo que son. Y lo que no ha variado nada desde entonces es mi afán de aventura. Y al decir aventura, esto no supone ir por el Amazonas a hacer jetski, sino que aludo a esa magia, a la sensación de descubrimiento.
–Tu requisito personal para la magia parece ser la distancia, ¿no?
–Es que el mundo puede ser redescubierto mil veces pues depende de la percepción de cada uno. Es lo que aprendí a mis 20 años, en mis primeras andanzas por la Amazonía peruana (Anderson fue brevemente preso en Perú, acabó como portavoz de los reclusos; N. de la R.). Empecé a entender qué era lo que la gente tenía en la cabeza, eso verdaderamente desconocido. Así empezó mi afán por entender a las personas más allá de su exotismo.
Anderson se largó de casa con menos de 18 años y 200 U$ en efectivo y unos cheques de viajero que le dio tu padre. Corría 1970. Los Beatles habían visitado el famoso ashram de un yogi en Rishikesh, India, en 1968; toda la música popular está marcada por ese viaje iniciático. Otro de los bautismos de la cultura juvenil era el viaje mochilero, de inmersión social, que evocaba el periplo del Che Guevara y su amigo Alberto Granado en la moto motocicleta Norton 500 bautizada "Ponderosa", mucho antes de la revolución cubana.
–¿Cómo influyó en vos ese clima de época? Pienso en los Beatniks, la psicodelia y la exploración de las drogas.
–Claro, los Beatniks abrieron paso a los hippies de la revuelta anti-Vietnam, y luego a los freaks... Yo pertenecía a la generación de sus hermanitos menores. Tenía a los Beatniks como referentes; ellos eran interesantes, intelectualmente muy curiosos y transgresores. Buscaban conocer el mundo y estaban muy abiertos a la posibilidad de valor en otros credos y lenguajes, otros misticismos, inclusive en las drogas. Burroughs, Allen Ginsberg, todos ellos vivían y escribían en mi adolescencia, pero no me hablaban tanto como quizás los más jóvenes, más transgresores todavía. Hunter S. Thompson, Timothy Leary, autores como Leroy Eldridge Cleaver, un activista de los Panteras Negras. Todo ello me influenció mucho. Nací en California pero viví afuera hasta 1968, cuando nuestra familia regresó a los Estados Unidos. Yo tenía apenas 11 y fue ese año cuando mataron a Martin Luther King y a Bob Kennedy. Me afectó muchísimo. Esa fue mi bautismo en la problemática norteamericana, y motivó mi búsqueda de autores quizás más enojados y rebeldes más audaces.
En un seminario dictado en la Maestría de Clarín y la Universidad de San Andrés, en 2010.
Fotos Diego Waldmann
– ¿Entonces abrazaste la contracultura?
–Se podría decir, aunque no lo llamábamos así. Eran los que miraban el mundo con ojos distintos y rechazaban el orden establecido. Y yo mismo rechazaba el orden establecido; yo no tenía ningún respeto por la ley ni por los gobiernos. En mi adolescencia pasé por una etapa muy radical, en la cual me identifiqué de manera muy profunda con las luchas anticolonialistas y los movimientos pacifistas, tanto en África como en América Latina.
Fruteros callejeros de la comunidad Rohingya, junto al proyecto financiado por USAid, en el campo de refugiados de Cox's Bazar, en Bangladesh. Marzo de 2025. Foto de REUTERS/Mohammad Ponir Hossain
–Con tu conocimiento profundo de África, ¿cómo creés que ha impactado e impactará la cancelación de los programas de cooperación de EE.UU. (USAid) por el gobierno de Trump?
–Es muy interesante porque supongo que una argentina o un boliviano conocen mejor USAid que la mayoría de los norteamericanos... Originalmente, este programa de ayuda fue inventado por Bob Kennedy como un brazo de acción cívica en el exterio. Tuvo una impronta pacífica, pese a su historial de claroscuros. Si la CIA hacía operaciones encubiertas paramilitares, USAid paralelamente desplegaba el soft power, que proyectaba esta idea de gran potencia mundial con su lado benéfico. USAid surge en plena Guerra Fría. En los años 60 sus acciones comprendían el primer programa de almuerzo gratuito en las escuelas públicas de Taiwán, por ejemplo. De eso, además, se encargó mi padre y recuerdo lo orgulloso que estaba. No creo que estuviera tan orgulloso de algunos otros programas de la época, que ahora veríamos como tareas de inteligencia. Otras veces, USAid financiaban a grupos políticos opositores. En la época de Samantha Power, la última administradora, tuvieron un periodo de alto nivel, con programas prodemocracia. Pero cuando nos remontamos a los años 80, vemos que estaban metido en cosas más cuestionables, actividades francamente anticomunistas. En América Latina se entiende que hubo un anticomunismo exacerbado, que condujo a la guerra sucia en Argentina y otros lugares.
Manifestaciones contra el cierre del programa PepFar, de lucha contra el HIV. Washington, febrero de 2025. Foto de Mark Schiefelbein, AP.
–Conocés África con gran detalle. ¿Destacarías algunas acciones de USAid?
–En Medio Oriente y el norte de África, construyeron escuelas y aulas para las niñas, clínicas de fertilidad y sistemas de higiene en lugares remotos y pobres. Solía haber de todo. En muchos sitios, eran la principal fuente de financiamiento, junto a la Fundación Bill y Melisa Gates, para la lucha contra enfermedades endémicas y el HIV. Si en Uganda tenías acceso a preservativos o a los cócteles contra el HIV, era gracias al financiamiento de USAid; si en Somalía o Chad accedías al agua en el desierto era porque USAid había pagado el pozo. En África trabajaban a la par con George Soros y su Open Society en cuestiones de vivienda mínima y acceso a la salud pública. En América Latina USAid apoyaba a la prensa independiente. Al mismo tiempo, reconocemos que hay organismos que no están ahí para el bien público sino para llenarse los bolsillos, ¿no? Diría que USAid operó mayormente para hacer el bien, aunque yo mismo los critiqué por operaciones para mí mal concebidas. Como conclusión, Estados Unidos era mejor por haber creado USAid; destruirlo en aras de un supuesto ahorro para el gobierno de Trump me parece un error abismal.
Clarin