Emilio Payán: La voz silenciosa

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Emilio Payán: La voz silenciosa

Emilio Payán: La voz silenciosa

Emilio Payán

N

adie lo escuchó llegar, desde temprano eligió la soledad, no como refugio, sino como una manera de estar en el mundo. La transformación se volvió su forma de respirar: en cada tela busca domesticar la incertidumbre, encontrar belleza en lo que otros llaman caos.

El artista Oscar Ratto nació en la Ciudad de México en 1953 en el seno de una familia con recursos. Su madre, Eva María Peralta, fue pintora y ceramista, pionera en el trabajo de stoneware en México, amiga cercana de la artista Lilia Carrillo, mientras su abuela materna mantuvo una estrecha amistad con Adolfo Best Maugard. Su padre, Luis Alberto Ratto Moya, escribió la novela El aguacero, publicada por Joaquín Mortiz, y varias adaptaciones para teatro y cine. Además, fue colaborador activo en la revista Tiempo.

Pero la vida familiar se quebró temprano: Oscar tenía apenas seis meses de edad cuando sus padres se divorciaron.

A los 19 años viajó a Inglaterra. Primero cursó un propedéutico en la Universidad de Arte de Bournemouth, en Poole y más tarde fue aceptado en The Ruskin School Of Art, una de las instituciones más prestigiosas en el campo del arte. Durante los casi cuatro años que vivió en Inglaterra conoció la tradición pictórica de los siglos XVIII y XIX, la fuerza de los retratos y los paisajes y, sobre todo, la intensidad desgarradora de Francis Bacon. Esa huella lo acompaña hasta hoy. No obstante, se desvió de su objetivo principal: emprendió un viaje de aventura a Marruecos, pasó por España y regresó a México en 1977.

Al volver a la Ciudad de México a la casa de su madre, sintió que era un regreso sin gloria: debía empezar de nuevo. Después de trabajar durante un año como asistente de producción para la SEP, retomó la pintura y comprendió que, para destacar en el arte, debía enfrentarse a los concursos: escenarios de riesgo y esperanza.

En 1986 obtuvo el primer lugar en la tercera Bienal Rufino Tamayo con el óleo Espera (180 por 150 centímetros). Fue el propio Tamayo quien le entregó el reconocimiento. Ese momento validó su talento y su dedicación como pintor abstracto, pero también lo empujó a desprenderse de las influencias y a explorar un lenguaje propio. Con el tiempo llegaron otros premios, menciones honoríficas y, en dos ocasiones, la beca del Sistema Nacional de Creadores.

Durante varios años tomó clases con el maestro Gilberto Aceves Navarro, con quien incluso compartió un pequeño estudio. Cuando Ratto sintió que sus cuadros ya no avanzaban, Aceves le dijo: “Para que un cuadro crezca, debes volver a pintar como antes: dibujando”.

Hoy, a los 61 años, Ratto sigue oscilando entre lo abstracto y lo figurativo. Tiene una profunda mirada interior que destila en su pintura y le otorga una extraña cualidad: invita al espectador a sentir más allá de la observación. Tal vez ha logrado refinar y purificar la esencia de sus pensamientos y emociones en su obra.

Es un artista solitario, independiente y obstinado que ha sabido convertir la transformación en eje vital creativo. Su existencia –marcada por un torbellino de alegrías y profundas crisis– le ha permitido dedicar tiempo y energía a leer, investigar y reflexionar sobre una amplia variedad de temas que se reflejan en su obra.

El arte contemporáneo se volvió su religión: en silencio y sin concesiones, es un creador informado; actualmente trabaja con la técnica del fresco, dejándose llevar por el blues en su viaje por la vida.

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