Plaza Roja, Capilla Sixtina

La plaza Roja de Moscú y la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico de Roma –de la Ciudad del Vaticano, si nos ponemos serios como un guardia suizo– fueron ayer los dos escenarios en los que se condensó el mundo. Y ayer no era un día cualquiera. 9 de mayo del 2025, ochenta años del final de la Segunda Guerra Mundial.
El orden internacional que surgió de aquel gran momento ya no existe y no se sabe muy bien qué está viniendo. El ensayista estadounidense Robert Kaplan, gran maestro de los mapas, acaba de escribir que estamos en un “Weimar global” en el que todo es posible. Lo viejo ha muerto, lo nuevo no acaba de nacer, y en el entreacto crecen los monstruos y Donald Trump se disfraza de Papa.
En Moscú, Vladímir Putin y Xi Jinping exhibieron ayer la alianza entre Rusia y China en compañía de los principales mandatarios de lo que desde hace un tiempo se viene llamando el Sur Global (India, Brasil, Sudáfrica, Egipto...). No son los Países No Alineados de los años sesenta del siglo pasado. Son los países que en los próximos años podrían decantar la relación de fuerzas en el mundo.
Lee tambiénEn la plaza Roja de Moscú estaba representada una parte muy importante de la humanidad, rindiendo homenaje a los 25 millones de ciudadanos soviéticos muertos en la lucha contra el nazismo. Una cifra absolutamente escalofriante. Se estima que entre 15 y 20 millones de chinos, civiles y militares, murieron durante la ocupación japonesa de 1937-1945. La fuerza telúrica de ese gigantesco sacrificio humano no se ha esfumado. Esa fuerza invisible fue subestimada por los poderosos agentes económicos occidentales que creyeron que era posible colonizar Rusia después de la implosión de la Unión Soviética. Esa misma fuerza invisible ayuda a entender la disciplina con la que se ha transformado China en los últimos cuarenta años.
Mientras Putin y Xi, un exoficial del KGB reconvertido al zarismo, con la bendición de la Iglesia cristiana ortodoxa, y un dirigente comunista que promueve el confucionismo para proteger la cohesión social, veían pasar carros de combate en la plaza Roja, el nuevo Papa de Roma oficiaba su primera misa en la Capilla Sixtina, uno de los más bellos templos de la humanidad. León XIV se dirigió a los cardenales y pidió más humildad a la Iglesia y más fe a los católicos.
“¿Con cuántas divisiones cuenta el Papa?”, preguntó Stalin cuando Churchill le presionaba en 1945 para que respetara la influencia del Vaticano en Polonia. “¿Con cuentas divisiones cuenta León XIV?”, alguien podría preguntarse ahora ante el Weimar global.

Militares rusos desfilan en Moscú en el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial
YURI KOCHETKOV / EFELa Santa Sede cuenta con una fuerte influencia mediática –estos días ha quedado perfectamente demostrado–, cuenta con la custodia del secreto, algo que enardece al mundo televisado; cuenta con 1.400 millones de creyentes repartidos por todo el planeta y con una de las mejores redes de información del mundo. Parroquias, basílicas, catedrales, hospitales, escuelas, universidades, centros asistenciales de todo tipo, misioneros, enfermeros, médicos, maestros y capellanes militares captan el pulso de la mayoría de los países y la información más relevante es procesada en los dicasterios romanos. El Papa puede saber en menos de quince minutos cuál es el pálpito de Mongolia o del Reino de Tonga, en el sur del Pacífico. Estas son las divisiones de León XIV, que ya ha sido recibido con una salva de advertencia por parte del entorno más salvaje de Trump. “Va a ser un continuador de Francisco, era el peor de los candidatos posibles”, ha declarado Steve Bannon, ideólogo del movimiento MAGA. Hace diez días, Bannon pronóstico que puede producirse un cisma en el catolicismo norteamericano en los próximos diez años. Ya están amenazando con Robert F. Prevost con un cisma. El Imperio quiere controlar a Roma y Roma ha dicho que no se va a dejar controlar. Esta es una de las ondas largas del cónclave recién concluido.
El entorno de Trump empieza a amenazar con un cisma en el catolicismo de EE.UU.9 de mayo del 2025. Ayer también se recordaba en Italia el 47.º aniversario de la muerte de Aldo Moro, secuestrado y asesinado en la primavera de 1978. La herida Moro sigue vigente en este país. Aquel día, cuando hallaron el cadáver del dirigente más pactista de la Democracia Cristiana en el maletero de un Renault 8 aparcado en el centro de Roma, Italia perdió algo muy importante: la política adulta. En octubre del 1978, Italia también perdió el pontificado. Desde entonces ningún papa ha vuelto a ser italiano. Esta vez creían que lo iban a recuperar, pero el cardenal Pietro Parolin, jefe de la diplomacia vaticana, cayó en el tercer escrutinio y el cónclave se inclinó por Prevost, cuyos matices aún no conocemos. El legado de Francisco permanece, pero viene algo nuevo en el Weimar global
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