La libertad de los privilegiados

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La libertad de los privilegiados

La libertad de los privilegiados

Tanto los defensores de las políticas de la diversidad como sus críticos apelan a la libertad y si obtienen conclusiones tan distintas es porque no tienen la misma idea de libertad. La idea puramente negativa de libertad que tiene el liberalismo le ciega para ciertos privilegios y relaciones de poder, que considera naturales y no quiere revertir. La crítica de los privilegios es interpretada como una lesión de los derechos individuales y un ataque a la libertad de todos. La maniobra retórica consiste en usar la semántica de la libertad de todos para universalizar una causa particular; en nombre de la libertad general se defiende no modificar una realidad que de hecho­ no beneficia a todos. Esa narrativa funciona cuando se tiene una concepción de la libertad como simple no intromisión, típica del libe­ralismo.

Frente a la idea liberal de libertad, la concepción republicana no la entiende como ausencia de intromisión; únicamente podemos actuar y desarrollar nuestra libertad en interacción con otros, de manera que no hay un sujeto anterior a la sociedad, sino que el sujeto se constituye socialmente. Por eso, el modo como se organice la sociedad en su conjunto es decisivo para la libertad que cada uno puede desarrollar en ella.

Perico Pastor

El liberalismo tiene una incapacidad de ver hasta qué punto las relaciones de poder nos constituyen como sujetos sociales y que la integración social tiene como precio determinadas normalizaciones que deberían ser examinadas con criterios de justicia. Injusticias históricas y sistemas de opresión se han sedimentado hasta parecer en ocasiones normales, no problemáticas e incluso resultar invisibles, sobre todo para quienes no las padecen. La mirada liberal, ingenua o interesada, no ve que nuestras sociedades están estructuradas por privilegios y desventajas permanentes.

Los seres humanos vivimos atrapados en ciertas normalidades (normas que se han convertido a veces en casi invisibles), que distribuyen de manera muy desigual las oportunidades. Por eso estamos obligados a examinar una y otra vez si en esa normalidad todos tenemos la misma libertad. El liberalismo cree que las políticas de intervención para asegurar la diversidad y la inclusión amenazan la libertad, porque considera a todos en un plano de partida igualitario o, de acuerdo con la ideología meritocrática, cualquiera podría llegar a donde quisiera si trabaja duramente. Esto ha sido llevado a lo grotesco por esa oligarquía de la extrema derecha que Musk o Zuckerberg representan, esa cultura bro y la machosfera que reivindica ciertas formas rotundas de masculinidad, el exhibicionismo de la fuerza física o de la potencia tecnológica.

Es revelador constatar qué concepción de la sociedad explica en última instancia este giro que combina paradójicamente individualismo extremo y conservadurismo social. Los poderosos no están interesados en que una intervención política en términos de diversidad e inclusión modifique las condiciones gracias a las cuales ellos disfrutan de su privilegiada posición. La estrategia para impedirlo no es defender directamente sus privilegios, sino tratar de mostrar que con esas políticas se rompe algo común. Tratan de convencernos de que si hay que abandonar las políticas de la identidad es porque la sociedad constituye un todo sano, neutro, verdaderamente común, que solo estaría amenazado por el separatismo particularista.

El liberalismo cree que las políticas para asegurar la diversidad suponen una amenaza para la libertad

La crítica a lo políticamente correcto o al wokismo se realiza desde el sobreentendido de que el único problema de la sociedad es que haya quien no se adapta suficientemente a las normas comunes: que pretendan añadir otras categorías sexuales a las dos existentes; que se obstinen en hablar una lengua “particular” si hay una común. Por eso se exige a los migrantes que se adapten a nuestra civilización, que no sabríamos muy bien cómo definir, si con cebolla o sin ella; desde la cultura dominante la cuestión de la homosexualidad se plantea en términos de tolerancia, porque todo el mundo tiene un amigo gay; para acceder a puestos de poder, a las mujeres se les exige una competencia que todos los hombres parecen poseer de serie y que no se sabe quién tiene el derecho a definir.

Se critica que las políticas de la identidad fragmentan a nuestras sociedades, dando así a entender que no lo están, como si no tuviéramos profundas diferencias acerca de la nación, de cuál es el valor principal de la democracia, de qué modo entender la emancipación de las mujeres o cuál es el espacio de la redistribución. Quien lamenta la división suele estar intentando proteger algo de la pública discusión.

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El liberalismo desea que no haya interferencias, que nadie nos diga lo que tenemos que hacer, como si la propia sociedad no estuviera de hecho estructurada de manera que prescribe un montón de cosas. La vida­ social es una continua intromisión, intencionalmente o no. La pretensión de cambio que es descalificada como imposición de lo políticamente correcto no es una intromisión injustificada en la libertad de otros, sino el intento de establecer otra normalidad.

Podemos discutir si la norma vigente es mejor o peor que la propuesta, pero no tiene sentido dar a entender que hay una normalidad vigente que respeta nuestra libertad y otra alternativa que trataría de limitarla abusivamente. Los críticos de la corrección política han tenido un relativo éxito a la hora de interpretar selectivamente algunas normas sociales como ataques­ a la libertad individual mientras ignoran otros, pero sus argumentos son muy débiles y, sobre todo, se les ve la in­tención.

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