Feijóo descansa por ti

Si ustedes pueden descansar algunas semanas, les felicito. Y los que no puedan descansar, que sepan que las vacaciones están sobrevaloradas”. No es esta una frase de un monólogo cómico, sino el colofón del balance político de Núñez Feijóo antes de marcharse –sí, marcharse– de vacaciones, envuelto en ese tono de austeridad tan del gusto de cierto sector de la derecha nacional. Podría parecer una torpeza, o un guiño al votante hiperproductivo (“estajanovista” sonaría muy rojo), pero resume con precisión quirúrgica una moral muy asentada: si no puedes descansar, adáptate. Haz del desdén una virtud: asegúrate de repudiar aquello que no alcanzas.
En lugar de reivindicar el derecho a detenerse, se impone el elogio neoliberal del “no-me-da-la-vida”: la ociosidad es pecaminosa y el asueto, síntoma de escasa ambición. Se extiende así la vacacionitis: una aversión creciente a tomarse vacaciones, y eso, paradójicamente, en un país orientado al turismo.
Se impone el elogio neoliberal del “no-me-da-la-vida”: la ociosidad es pecaminosaLas vacaciones no siempre fueron un derecho. Ni siquiera un deseo: hubo un tiempo en que el descanso generaba desconfianza. Fue necesaria una revolución cultural, explica Alain Corbin en El territorio del vacío, para dejar de ver el reposo como decadencia y sí como afirmación del cuerpo, del tiempo propio, del derecho a tomarse un respiro. Decir hoy que las vacaciones están sobrevaloradas es una frivolidad elitista que minimiza esa conquista. Es insinuar, sin decirlo del todo, que en el fondo no hacen falta. Que si llegas exhausto a agosto, será por tu mala gestión personal. Y para el líder de la oposición llueve sobre mojado: también están sobrevalorados el salario mínimo, la renta básica y la dimisión por negligencia ante una catástrofe. Quizá lo que quiso decir es que, tal como están las cosas, mucha gente no puede descansar. Pero lo dijo al revés.
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Y lo cierto es que uno de cada tres españoles mayores de 16 años no puede permitirse una semana de vacaciones al año. No es por elección, sino por falta de recursos en el que probablemente sea el verano más caro (y caluroso) que se recuerda. A ellos no se les felicita: se les recomienda que relativicen su fatiga, que aprendan a vivir sin aire. Que no molesten a los que sí veranean. Que no estropeen la postal.
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