En su casa de Puerto Madero. La reconocida soprano Verónica Cangemi repasa su carrera y habla de su amor con Gustavo Grobocopatel

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En su casa de Puerto Madero. La reconocida soprano Verónica Cangemi repasa su carrera y habla de su amor con Gustavo Grobocopatel

En su casa de Puerto Madero. La reconocida soprano Verónica Cangemi repasa su carrera y habla de su amor con Gustavo Grobocopatel

“Cuando amás algo y estás convencido de esa pasión, vas por ella a pesar de todos los sacrificios que tengas que hacer”, asegura Verónica Cangemi (61), una de las sopranos más reconocidas del mundo. Y, en su caso, la pasión por el canto y la música apareció muy temprano, en una casa donde esa misma pasión ya se respiraba en el aire.

Nacida en Guaymallén, Mendoza, es sobrina nieta del poeta y folclorista Hilario Cuadros e hija de Fenicia “Pepa” Magioglio Cangemi, una cantante lírica que se dedicó toda su vida a la docencia: enseñó en la Universidad Nacional de Cuyo, pero también en el Teatro Colón y en varios países de Europa. “Cuando la veía a mi mamá cantando en los escenarios, no tenía dudas: quería yo también estar ahí y ser artista como ella”, dice Verónica con una tonada mendocina que sigue intacta a pesar de haber vivido treinta años en Francia, y otros tantos en Alemania y en Italia, siguiendo la férrea disciplina de un atleta en las grandes ligas en la ópera.

"En cada teatro del mundo que he cantado, lo hice como si fuera la última vez. Me hace feliz", dice ella a ¡HOLA! Argentina. En esta foto, con un diseño de Yves Saint Laurent, sombrero pillbox de los 60 y zapatos Miu MiuFoto: Matías Salgado

Ganadora de prestigiosos premios internacionales, como el Diapasón de Oro París (lo ganó cuatro veces) o el International Professional Music BraVo Award (de 2023 por Mejor Intérprete de Música Clásica), la Cangemi –tal como la conocen– se ha especializado en el barroco: “A diferencia del bel canto, en donde la figura de la diva es central, en el mundo del barroco trabajás en conjunto: la voz es un instrumento más que está conectado con todo lo demás”, cuenta a ¡HOLA! Argentina, mientras, ahora, en su departamento que comparte desde hace siete años con el empresario y músico Gustavo Grobocopatel (63), empieza a sonar una playlist de jazz.

–Estás llena de logros desde el comienzo de tu carrera. ¿Sentís que, por haber estado en esas grandes ligas, te perdiste cosas?

–El amor por el canto y la disciplina me ayudaron a llegar adonde quise estar, pero no todo ha sido tan bello. El mismo año que mi mamá me anotó para participar en un concierto internacional [fue el que le permitió, a los 18 años, estudiar afuera y comenzar su carrera internacional] mi papá murió por un accidente cerebrovascular (ACV): mamá quedó a cargo de mí y de mi hermana menor [con gran formación en el canto, Patricia Cangemi se ha dedicado especialmente al tango]. ¿Irme había sido lo correcto? A lo largo de estas más de tres décadas, pasé por muchos momentos difíciles, como cuando le hice frente a un divorcio largo y estresante [con su primer marido, Verónica tuvo dos hijos: Joaquín y Manuel, de 26 y 22 años, respectivamente]. En ese momento, demostrar en los tribunales que se podía trabajar viajando por el mundo y ser una mamá responsable era difícil. Pero soy de dar batalla. ¿Valió la pena? Si tenés pasión, el sacrificio vale: se levanta el telón y tu espíritu se alivia. En cada teatro del mundo que he cantado, lo hice como si fuera la última vez. Me hace feliz. Y ¿qué mejor prueba que ver a mis dos hijos? Los dos son artistas; heredaron la misma pasión por la música que tenemos en la familia: Joaquín es guitarrista y tenor; y Manuel, guitarrista de música pop y productor musical.

“Sin dejar de cantar al cien por ciento, empecé a pensar proyectos para devolver todo lo que instituciones y muchas personas, como la mecenas Leonor Luro Anchorena, hicieron por mí”, cuenta la cantante lírica, quien desde hace tiempo da masterclasses a jóvenes cantantes. Además, organiza un concurso internacional que convoca también a jóvenes de diferentes registros vocales de la Argentina y de LatinoaméricaFoto: Matías Salgado

–¿Y cómo llegó Gustavo Grobocopatel a tu vida?

–Pura sincronicidad. Se tenía que dar. Hace unos años, sabiendo que yo iba unos pocos días a Mendoza, nos invitaron a mi madre y a mí a un concierto de música de cámara. Cuando pregunté quién lo brindaba, me respondieron: “Un empresario que canta”. Rechacé la invitación: tenía poco tiempo, muchos compromisos y no estaba para escuchar a un “empresario que canta”. [Se ríe]. Entonces, me dijeron su apellido –era difícil y, la verdad, no lo retuve–; me preguntaron si podían pasarle mi número de celular; e insistieron: “Es el rey de la soja”. La verdad es que, de reyes, príncipes y millonarios, la ópera ha estado rodeada siempre. Entonces, que fuera el rey de la soja o del garbanzo, a mí no me decía nada –sí me interesó, después, conocer la historia de su familia, cómo construyeron una empresa, saber que fue la primera persona de su familia en recibirse–. Pero, finalmente, accedí a ir al concierto: “Si canta bien, me quedo; si no, me voy”, les dije a los organizadores. ¡Y cantó muy bien!

–¿Y entonces?

–En ese momento, ¡ni lo miré! Después del concierto, él habló con mi mamá: sabía que ella estaba vinculada a los compositores favoritos de Lucía Maranca, la maestra de canto de Gustavo, y quiso conocerla. Mi madre es una de las pocas cantantes que quedan que conoció el repertorio que le gusta a él. Después yo volví a París, donde estaba viviendo. Nos volvimos a encontrar cuando vine a cantar Pelléas et Mélisande en el Colón, en 2018. Y empezamos a salir. Cuando Gustavo llegó a mi vida, yo venía de estar diez años sin pareja, que no quiere decir que estuve sola… porque nunca estuve sola: tengo dos hijos maravillosos, tengo mi trabajo con muchos viajes y amigos por todos lados. Pero sí fue un tiempo en el que había aprendido a estar conmigo y sin necesidad de tener una pareja.

Desde que están juntos, Verónica y Gustavo se organizan para que sus agendas coincidan: si ambos tienen compromisos en Buenos Aires, hacen base en la zona de Puerto Madero, donde tienen este departamento con grandes ventanales que miran a la Reserva Ecológica Costanera Sur. También tienen una casa en Colonia, UruguayFoto: Matías Salgado

–¿Tus hijos se pusieron celosos?

–Quizás, al principio… verme con alguien después de tanto tiempo quizás les haya costado un poco. [Se ríe]. ¡Son dos varones! Pero Gustavo tiene una manera increíble de ser y de llegar a las personas. Todo fue muy fácil. Venimos de mundos completamente distintos, tenemos trabajos diferentes, pero nos unen muchas cosas, en especial, la música, un idioma universal que te acerca a las personas. Durante la pandemia, con Gustavo hicimos juntos un álbum llamado Entre dos mundos, con un mix de temas clásicos y populares, con música de cámara y folclore.

–A veces, en el día a día, la música puede no alcanzar. ¿Convivir fue un desafío?

–¡Me encantan los desafíos! Nunca digo “llegué a esta edad; no voy a cambiar”. Todos los días aprendo algo nuevo. Al principio, cuando decidimos mudarnos juntos, vivimos un tiempo con su hija Margarita; fue una gran experiencia. Pero no somos una familia ensamblada: nuestros hijos viven cada uno su propia vida [Joaquín, el hijo mayor de Verónica, vive en Italia; y Milo, el menor, está por instalarse en Los Ángeles; el empresario y músico tiene, en total, cuatro hijos, fruto de su matrimonio con Paula Marra: Rosendo, politólogo; Margarita, médica; Olivia, historiadora; y Álvaro]. Me gusta despertarme y poder hacer un desayuno o cocinar para la persona que está conmigo.

Verónica, con una túnica tradicional de Suzani by Kasimbaeva, que trajo de UzbekistánFoto: Matías Salgado

–¿Cocinás?

–Me encanta. Gracias a la ópera, pude instalarme con mi valija en muchos lugares del mundo: tenía que hacer de ese lugar mi pequeño mundo a veces, por días, a veces, por pocos meses. Viví en Lyon, Francia, donde nació la nouvelle cuisine: iba a almorzar a la escuela de Paul Bocuse [uno de los impulsores de ese movimiento culinario] los domingos, cuando los estudiantes practicaban sus platos revolucionarios; o trataba de mirar a través de los grandes ventanales para aprender. A Gustavo le preparo entrada, plato principal y postre.

–Él ha contado que lograste muchos cambios en su vida: que, desde que está con vos, se ha vuelto más estudioso con la música y hasta se viste mejor gracias a vos…

–[Se ríe]. ¡Es que Gustavo tiene muchísimas condiciones para el canto! Y le insisto siempre para que no deje nunca de estudiar. Y, con respecto a la moda, a Gustavo no le llama especialmente la atención. A mí, en cambio, la moda me puede. Me acuerdo hasta el día de hoy del vestido amarillo que usé para un desfile en el que participé cuando estaba en la primaria. Cuando desembarqué en Europa, fui acercándome a Yves Saint Laurent, Louis Vuitton, Prada, Miu Miu y Salvatore Ferragamo, algunas de las grandes firmas que acompañan al mundo de la ópera. Para mí, el aspecto de una persona y su vestimenta es un todo que comunica: habla de vos, de cómo te expresás, de tu cuidado… Gustavo es muy bueno e inteligente, pero no adhiere mucho a esos valores; sin embargo, he ido diciéndole “me gustaría…”. Y él, de poquito, ha ido haciéndome caso. [Se ríe].

El mes pasado, la soprano realizó un concierto en el Teatro Colón con un programa basado encompositores del período barroco. Dirigido por el maestro italiano Andrea Marcon Giammaria, fue ejecutado por la Orquesta Barroca Argentina, una orquesta que la misma Cangemi creó en 2011

–Así como vos lo influenciaste con la música de tus raíces [el repertorio de Entre mundos tiene muchos autores y músicos cuyanos; Diez tonadas, su segundo disco, está dedicado a la familia de Verónica], ¿qué cosas del “mundo Grobo” sentís que te influenciaron?

–Me enseñó la importancia de trabajar en equipo y a “estrategiar”, como dice él. Conocí a Gustavo en un momento en el cual yo estaba queriendo armar una agenda de transición –porque hay que asumir que llega un punto en el cual las cuerdas vocales van a envejecer y yo quiero envejecer dignamente–: sin dejar de cantar al cien por ciento porque el canto es lo que me da vida, empecé a pensar proyectos para devolver todo lo que hicieron por mí; en dejar mi experiencia a los jóvenes a través de diferentes iniciativas [Verónica dirige el Opera Studio, en el Teatro Colón y en el Teatro del Bicentenario, en San Juan; lleva adelante un concurso internacional de canto lírico; creó la Orquesta Barroca y gestó Ópera en el Camino, un proyecto para acercar la ópera a diferentes públicos y lugares a través de un camión que puede transformarse en escenario de última generación]. Con la mirada de Gustavo, fui consolidando esos proyectos que me dan alegría. Como ya no tengo trescientos conciertos por año, ni el entrenamiento tan exigente que tuve por décadas, podemos salir a cenar, armar planes o viajar: Gustavo me hizo descubrir lugares del mundo que yo, por mi agenda, nunca había podido visitar.

–Después de siete años juntos, ¿el casamiento puede ser también un proyecto?

–No nos lo planteamos. Vivimos el día a día. Cuando uno llega a cierto punto de la vida, estar acompañado es muy lindo, y poder compartir la música, los hijos, los proyectos te llena de satisfacción. Tenemos el mismo norte: cuidar este amor para que sea sano y que camine solo. Somos un par: tenemos dos personalidades importantes, dos caracteres importantes y dos egos importantes. Nos queremos, nos respetamos y nos admiramos mutuamente. Si a él le va bien, me encanta; y me pone feliz que siga adelante con sus desafíos. A él le da orgullo que yo sea “la Cangemi”, como a mí me da orgullo que él sea “el Grobo”.

“Venimos de mundos distintos, pero nos unen muchas cosas, en especial, la música”, dice ella sobre su pareja Gustavo Grobocopatel. Además de dedicarse a la música de cámara, el empresario integra Cruz del Sur, un trío que tiene un repertorio folclórico
La tapa de revista ¡Hola! de esta semanafoto: Tadeo Jones
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