Dos años de guerra y un debate reabierto: la legitimidad de Israel

Cuando la guerra entre Israel y Hamas se acerca a los dos años, aparecen una serie de elementos únicos en la historia de los conflictos de Israel.
Lo más notable es su duración, pues ya es claramente la guerra más larga en la historia de Israel. Y es también la primera batalla cuyo objetivo principal es la liberación de rehenes, originalmente más de 250.
Y, aunque no es la primera guerra en la que los miembros de la comunidad jaredí (ultraortodoxa) no han prestado servicio militar, la indignación de la mayoría de la población israelí por esa realidad -mientras sus hijos sirven y mueren- nunca había sido tan grande.
Sin embargo, en muchos sentidos, el elemento más singular de este conflicto es que sus orígenes y evolución se centran o han derivado en cuestiones sobre la legitimación y deslegitimación de Israel de maneras sin precedentes.
Al tratar de comprender el momento y la motivación de Hamas para cometer su atrocidad del 7 de octubre, existe un amplio consenso en que la motivación principal fueron las numerosas informaciones que apuntaban a que Arabia Saudita estaba cada vez más cerca de unirse a los Emiratos Árabes Unidos, Barhein y Marruecos en los Acuerdos de Abraham.
Por muy significativos que hubieran sido esos acontecimientos para la región -sobre todo porque estos acuerdos, a diferencia de los tratados de paz con Egipto y Jordania, se habían convertido en una “paz cálida” con nuevas relaciones-, un desarrollo similar con los saudíes cambiaría fundamentalmente la posición de Israel en la región. Y, en particular, la cuestión palestina perdería su capacidad de influir en las acciones árabes.
En resumen, se creía que Hamas decidió que tenía que cometer un crimen tan grave que cualquier conversación sobre la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel quedara relegada a un segundo plano.
Una vez que se produjo el ataque feroz, en lugar de simpatía por Israel -que sufrió el peor día de su historia con más de 1200 asesinados y más de 250 secuestrados-, surgió inmediatamente una reacción inesperada en todo el mundo, incluso antes de que Israel decidiera dar una respuesta militar a la masacre.
En las calles de las ciudades occidentales y en los campus universitarios de Europa y América afloró una oleada de deslegitimación. Temas que representaban una racionalización e incluso una defensa de lo ocurrido el 7 de octubre se convirtieron en una justificación para negar la legitimidad del Estado judío. En muchas de las protestas se daba por sentado que Israel había recibido lo que se merecía el 7 de octubre. Se decía explícitamente en carteles con lemas como “Por todos los medios necesarios” y “Desde el río hasta el mar”.
Se llegó a entender que Israel y el pueblo judío estaban pagando el precio del crecimiento en los últimos años de un movimiento en los campus y en otros lugares en nombre del liberalismo y la justicia social que, en realidad, representaba algo cualitativamente distinto: un iliberalismo en nombre del liberalismo.
El liberalismo había sido una bendición para Estados Unidos, una bendición para los judíos estadounidenses y una bendición para Israel.
En lugar del liberalismo, surgió una ideología que dividía el mundo en opresores y oprimidos, en imperialistas blancos y personas de color, con muchos considerando que Israel encaja perfectamente en la categoría de opresores blancos. Tanto así que, cuando ocurrió la tragedia del 7 de octubre, el sentimiento predominante en ciertos círculos fue que los opresores habían recibido su merecido y que esto debería ser el comienzo de la deslegitimación del Estado judío.
El otro factor que influyó en esta hostilidad fue el hecho de que Israel se había mostrado vulnerable como nunca antes en su historia.
La hostilidad hacia el Estado judío y su legitimidad había existido desde su nacimiento, reflejada en la invasión de cinco ejércitos árabes en 1948 y, tras la Guerra de Independencia, en el boicot de la Liga Árabe a Israel. Estos primeros esfuerzos por deslegitimar al nuevo Estado no tuvieron éxito. Con el paso de los años, Israel se fortaleció militar y económicamente, y las esperanzas de deslegitimarlo disminuyeron.
Y entonces llegó el 7 de octubre. Con el fracaso de las unidades militares y de inteligencia israelíes, surgió la idea de que la invencibilidad de Israel podría ser, después de todo, una fantasía. Y con ello resurgió, con pasión, la fuente de la hostilidad. Ahora, se pensó, el opresor está recibiendo su merecido. La deslegitimación volvió a estar sobre la mesa.
Al principio, estos temas tuvieron un impacto en aquellos que ya eran susceptibles a estos mensajes, pero no tanto en los amigos de larga data del Estado judío.
Sin embargo, a medida que la guerra se ha prolongado e Israel se ha enredado en políticas más cuestionables que afectaban a la población civil de Gaza, un nuevo fenómeno se está gestando incluso entre los amigos del Estado judío.
Se trata de la idea de que Israel, al continuar su ataque, está empezando a descalificarse como entidad legítima incluso en los países más afines. Lo vemos en las reacciones críticas generalizadas a la decisión de Israel de continuar la guerra en la ciudad de Gaza, en particular en la decisión alemana de retener los envíos de armas y en acciones similares en todo el mundo democrático, que no pueden atribuirse simplemente a un sentimiento antijudío o antisionista.
En resumen, estos dos últimos años reflejan la complejidad de Israel y la posición de la comunidad judía en todo el mundo.
El hecho de que Israel fuera cada vez más aceptado y normalizado en la región fue la causa de la masacre. La hostilidad que siguió fue el resultado de ciertas ideas que envenenaron el ambiente durante años y que ahora encontraron la oportunidad de estallar con la masacre. Y últimamente, un elemento de extremismo en la conducta israelí ha ampliado las oportunidades de deslegitimación.
En ninguna de sus guerras anteriores se había producido tanta complejidad en la situación de Israel. La diáspora judía debe ahora encontrar nuevas formas de enfrentar esta complejidad.
Por encima de todo, Israel debe tomar en cuenta todo esto mientras intenta averiguar cómo recuperar una posición de fuerza y aceptación en lugar de vulnerabilidad y rechazo.
Vicedirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL)

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