Menos alcohol, menos tabaco, más soledad digital. ¿Y si el nuevo máximo fuese el algoritmo?

Hubo un tiempo en que, para sentirse vivos, los jóvenes encendían un cigarrillo a escondidas, bebían su primera copa en compañía, desafiaban los límites con transgresiones que tenían sabor a rebelión. Hoy no. Hoy, para muchos adolescentes, la “emoción” ha cambiado de forma: ya no tiene el olor del tabaco ni el sabor del alcohol, sino la luz fría de una pantalla que nunca se apaga.
El nuevo informe ESPAD 2024 , publicado hace unos días, lo dice claramente: los adolescentes europeos beben y fuman menos, pero utilizan mucho más las redes sociales. Y malo. El 46,5% de los niños italianos hace un uso problemático del mismo. Y entre las chicas, la cifra aumenta drásticamente: el 55,5% se pierde en la red de TikTok, Instagram, Snapchat. No para comunicarse, sino para sobrevivir. Permanecer en el grupo. Sentirse menos solo en una sociedad que ya no sabe mirarlos a los ojos.
Una forma de supervivencia psíquicaPorque esto no es sólo una nueva adicción. Es una nueva forma de supervivencia psíquica. Una manera de adormecer el dolor, la espera, el conflicto, la fatiga. Esas emociones que ya nadie te enseña a manejar. Aquellas frustraciones que ya no se narran, sino que se silencian, se callan, se ignoran.
Hemos trasladado el problema de fuera a dentroEs cierto, los números nos tranquilizan en algunos frentes: menos alcohol, menos tabaco, menos cannabis. Pero también nos cuentan otra historia, más inquietante: hemos trasladado el problema de afuera hacia adentro. Del cuerpo a la mente. De la sustancia a la identidad.
Porque el abuso en las redes sociales no es una desviación visible. No dejes tu vaso en la mesa, tu mal aliento ni tu cigarrillo en el cenicero. Pero deja tras de sí una autoestima destrozada, una ansiedad creciente, cambios de humor, noches de insomnio y una incapacidad de permanecer en silencio.
El uso problemático de las redes sociales se presenta de manera sutil. No grita, pero cava. No explota, pero consume.
Un 'me gusta' como una cariciaDetrás de cada niño que pasa horas mirando una pantalla, hay algo más que una adicción. Hay una necesidad antigua: ser visto, reconocido, validado. Cada "me gusta" es una caricia perdida. Cada filtro es un intento de ser aceptado. Cada vídeo viral es una súplica de amor disfrazada de contenido. Así que sí, el problema no es la pantalla. El problema es que la pantalla anestesia.
¿Qué estamos haciendo como adultos?Muchos padres notan el problema, pero quedan paralizados. Porque ellos también están cansados, distraídos, abrumados. Algunos intentan poner límites, pero se sienten culpables. Otros lo dejan pasar porque "así se quedan tranquilos". Pero la tranquilidad no es paz. Es solo la ausencia de ruido. Y en esa aparente calma, los chicos gritan. Sin voz. Sin palabras.
Hemos dejado de educar a la gente para que se aburra.Hemos olvidado el valor de la espera. Hemos cambiado la libertad por la entrega, el acceso ilimitado por el amor incondicional. Y mientras tanto, el algoritmo crece con ellos. Él los conoce, los estudia, los moldea. Él sabe lo que desean, lo que temen, lo que los mantiene despiertos hasta las tres de la mañana. El algoritmo no es malo. Pero es despiadadamente eficiente. Y si nadie actúa como contrapartida, acaba sustituyendo a la realidad.
Entonces la pregunta es: ¿quién está realmente criando a nuestros hijos? ¿Nosotros o TikTok?Se necesita una respuesta adulta. Una respuesta no moralista, pero sí responsable. Una respuesta que no señala con el dedo, sino que abre los brazos. Necesitamos una escuela que enseñe empatía y no sólo ecuaciones. Eso te enseña a pensar, no sólo a producir.
El coraje de decir “no”Necesitamos una familia que tenga el coraje de decir no, cuando es más fácil decir sí. Necesitamos una comunidad que no juzgue al adolescente por sus errores, sino que lo acoja en sus intentos de convertirse en alguien. Porque un adolescente que pasa 4, 6, 8 horas al día en las redes sociales no es simplemente un “adicto”: está buscando algo. Y nuestra tarea, como psicólogos, educadores, padres, es preguntarnos: ¿qué está buscando? ¿Atención? ¿Afecto? ¿Una identidad? ¿Un lugar en el mundo?
Las redes sociales no son malas. Yo soy el síntoma.El verdadero enemigo no es Instagram. Es la ausencia de alternativas. Es el vacío relacional. Es un tiempo no compartido. Es el diálogo interrumpido. Es un adulto que ya no sabe hablar el lenguaje del tiempo, del cuerpo, del juego, del silencio. Tal vez, detrás de estos nuevos datos, haya una oportunidad.
Comencemos a mirar nuevamente a los niños y sus necesidades.Una oportunidad de realmente comenzar a mirar a estos muchachos nuevamente. No como problemas a resolver, sino como seres humanos a acompañar. No como números en un informe, sino como vidas en búsqueda de sentido. Si no queremos que los smartphones los engañen, es nuestra responsabilidad estar más presentes en su feed. Y esta presencia no se mide en horas, sino en autenticidad. En miradas que no juzgan. Con palabras que no trivialicen. Dentro de límites que protegen. En silencios que escuchan. Un día tal vez nos miren y pregunten:
“¿Estabas ahí cuando moví la cabeza para no sentir mi soledad?” Y a esa pregunta debemos estar dispuestos a responder con la verdad. No con culpa. Pero con la responsabilidad de quienes eligen estar ahí, realmente.
El profesor Giuseppe Lavenia, psicólogo y psicoterapeuta, es presidente de la Asociación Nacional de Adicciones Tecnológicas, GAP y Cyberbullying “Di.Te” y profesor de Psicología de las Adicciones Tecnológicas en la Universidad E-Campus Profesor de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones en la Universidad Politécnica de Marche
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