El pueblo de Málaga que florece en otoño y se llena de buganvillas moradas

Buganvillas moradas trepando sobre fachadas encaladas, puertas de colores y un trazado morisco que invita a caminar sin reloj. El final del verano en la Axarquía realza la estampa del casco antiguo y, empujado por TikTok, multiplica el deseo de una escapada de día desde la capital malagueña hacia Frigiliana.
«Vine unos días a Málaga y reservé uno para Frigiliana porque lo vi en TikTok. Pensé que el blanco de las casas y el morado de las buganvillas era un filtro, pero cuando llegué los colores eran más vivos que los de las fotos», ha afirmado Raquel Andreu, turista que ha pasado la jornada en el casco histórico tras planificar la visita desde la capital.
El visitante encuentra un pueblo cuidado y fotogénico, con calles empedradas que suben en filigrana hacia pequeños miradores y comercios de artesanía. La postal se completa con macetas y rejas floridas que, a primera y última hora, se convierten en reclamo para cámaras y móviles.
Desde la Oficina de Turismo han subrayado que el pulso no decae tras agosto. «En septiembre también hay bastante gente; el tiempo es buenísimo y todavía se puede bajar a la playa», han señalado. La recomendación para los primerizos es clara: «venir por el encanto del casco antiguo, el barrio morisco, perderse por los callejones, las casas blancas y las puertas de colores».
Ese flujo sostenido se consolida con el frío suave. «En invierno viene el turista buscando el buen tiempo y hacer rutas de senderismo por la zona», han explicado, con un perfil europeo que prefiere caminar por las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama mientras conoce el patrimonio con calma. «Frigiliana está lleno casi todo el año», han insistido.
Como termómetro de interés, en lo que va de año la Oficina de Turismo, no el conjunto del municipio, ha atendido 40.000 consultas, según datos remitidos a este diario. La cifra ayuda a entender por qué restaurantes y tiendas mantienen ritmo más allá del verano y por qué septiembre y octubre son meses cada vez más disputados para descubrir el casco histórico.
Además del paseo, el viaje se saborea y se toca: tabernas con cocina de la Axarquía, verduras de la huerta, guisos y chivo, vinos locales de uva moscatel y talleres donde asoman cerámica, esparto y pequeñas piezas de diseño que prolongan la visita en casa. La experiencia mejora si se planifica con calma: aparcar en los accesos y subir a pie, reservar mesa en horas valle y dedicar un tramo de la tarde a los miradores menos concurridos.
Quien llegue por primera vez hará bien en traer calzado cómodo: pendientes suaves pero constantes y empedrado que luce con paso firme. La mejor luz para fotografiar buganvillas y azulejos llega a primera hora y al final de la tarde, cuando los morados y fucsias ganan intensidad frente a la cal. Y aunque un día rinde mucho, quedarse una noche multiplica la experiencia: la tranquilidad tras el último grupo y la temperatura amable completan la postal que muchos descubren en pantalla antes de confirmarla a pie de calle.
ABC.es