El orgasmo como patrimonio inmaterial | Sexo con Esther
Si la Unesco declarara el orgasmo patrimonio inmaterial de la humanidad, quizá comenzaríamos a valorar lo que durante siglos hemos reducido a un espasmo culpable. Porque el orgasmo -esa fugaz rebelión del cuerpo contra la rutina- es cultura, memoria y biología en conspiración perfecta. En ese instante, el tiempo se suspende, la piel gobierna y el alma, por fin, se calla. Ningún otro fenómeno humano combina tanta poesía y tanta fisiología al mismo tiempo.
LEA TAMBIÉN

La historia, sin embargo, lo ha castigado con saña. En la Grecia clásica era una forma de sabiduría corporal; en Roma, un derecho cívico; en la Edad Media, un pecado tarifado. Durante siglos, teólogos, médicos y moralistas diseccionaron el placer con la misma prudencia con la que se estudia una peste. En el siglo XIX, los manuales de medicina advertían que el exceso de deseo podía causar locura femenina; hoy sabemos que la locura fue pensar que el deseo podía regularse por decreto.
El siglo XX, con sus herejes científicos, le devolvió dignidad. William Masters y Virginia Johnson lo observaron sin prejuicios, cronómetro en mano. Alfred Kinsey lo tabuló y lo convirtió en estadística. Y la princesa y psicoanalista Marie Bonaparte, en un arranque de lucidez, escribió que la ausencia de placer sexual femenino no era un destino, sino una mutilación cultural. Ella comprendió lo que muchos aún temen decir: el orgasmo no es un lujo, sino una forma de salud mental.
LEA TAMBIÉN

Aun así, la desigualdad del placer persiste. En algunos lugares se mutila el clítoris como si se quisiera borrar la memoria del goce; en otros, la pornografía industrializa el deseo hasta vaciarlo de alma. Entre la represión y la saturación, el erotismo verdadero sobrevive apenas como acto de resistencia. Por eso el orgasmo debería ser declarado patrimonio inmaterial: porque está amenazado por el exceso de ruido, la prisa y la culpa.
El valor del placer no está en su intensidad, sino en lo que revela: que seguimos siendo capaces de sentir. En un mundo anestesiado por pantallas, algoritmos y productividad, el orgasmo es una forma de desobediencia civil. Nos recuerda que todavía somos animales con conciencia, no máquinas con calendario.
LEA TAMBIÉN

Y sí, hay danzas, recetas y rituales inscritos en la lista de bienes de la humanidad, pero ninguno tan profundamente humano como ese instante en que el cuerpo y el espíritu, por fin, se ponen de acuerdo. Hasta luego.
eltiempo



