Elites tecnológicas vs. viejo orden político, según Giuliano da Empoli

Berlín, diciembre de 2024. “Elon, he abierto un debate político inspirado en tus ideas y en las de Milei. Aunque el control de las migraciones es crucial para Alemania, el AfD se opone a la libertad, a las empresas, y además es un partido de extrema derecha. No saques conclusiones precipitadas desde lejos. Veámonos y te mostraré cuál es la lucha de mi partido”.

Entre los miles, los cientos de miles de mensajes puestos diariamente en las redes sociales por los políticos de todo el mundo, es difícil encontrar uno que sea más patético, más bobo, más tristemente ingenuo que esta apelación de Christian Lindner, antiguo ministro de Economía y líder del partido liberal-demócrata alemán, dirigida el 20 de diciembre de 2024 a Elon Musk.
La respuesta del hombre más rico del mundo no se hizo esperar. “Los partidos políticos tradicionales han traicionado completamente al pueblo alemán. El AfD es la única esperanza para Alemania”.
Después de haber dado su apoyo a Jair Bolsonaro, a Milei y a Bukele. Después de haber contribuido masivamente a la elección de Donald Trump en Estados Unidos, Musk se volvió hacia Europa. En Gran Bretaña, se puso del lado del partido que originó el Brexit. Y en Alemania, junto al AfD, el partido de extrema derecha.

Quienquiera que imaginara que esta conducta es una de las múltiples excentricidades de un multimillonario de origen sudafricano cometería un error fatal. La verdad es que el modo de proceder de Musk revela algo mucho más sustancial, que va más allá de las preferencias de un mero, aunque sorprendente, señor de las tecnológicas. Algo de raíces mucho más profundas y destinado a tener consecuencias mucho más serias.
Los conquistadores de la tecnología han decidido desprenderse de las antiguas élites políticas. Si alcanzan sus objetivos, el mundo de Lindner y de todos los que son como él, los liberales y los socialdemócratas, los conservadores y los progresistas, todo aquello que estamos acostumbrados a considerar como el eje sostenedor de nuestras democracias será barrido de un plumazo.

Hasta ahora, las élites económicas, los agentes financieros, los empresarios y los directivos se han apoyado en una clase política de tecnócratas –o de aspirantes a tecnócratas– de derecha y de izquierda, moderados, aburridos, más o menos indiferenciados, que gobernaban su país basándose en los principios de la democracia liberal, según las reglas del mercado. A veces atemperadas por consideraciones sociales.
Era el consenso de Davos. Un lugar donde las pistas azules para esquiar, amablemente balizadas por los quitanieves, habían reemplazado las desmesuradas convulsiones de La montaña mágica.
En la hora de los depredadores, este equilibrio ha explotado. Las nuevas élites tecnológicas, los Musk y los Zuckerberg, no tienen nada que ver con los tecnócratas de Davos. Su filosofía de vida no se basa en la gestión competente de lo que ya existe, sino más bien en unas tremendas ganas de cargárselo todo. El orden, la prudencia, el respeto de las reglas son anatema para quienes se han entrenado moviéndose rápido y rompiendo las cosas, según reza la divisa de Facebook.
Los señores de las tecnológicas tienen mucho más en común con los borgianos. Al igual que ellos, casi siempre son personajes excéntricos que han tenido que romper los códigos para hacerse un hueco. Al igual que ellos, no se fían de los expertos ni de las élites, ni de quienes representan el antiguo mundo y que podrían impedirles alcanzar sus sueños. Al igual que ellos, les gusta la acción y están convencidos de poder moldear la realidad según sus deseos, demuestran un claro menosprecio hacia los políticos y los burócratas: constatan su debilidad y la hipocresía y sienten que su época ya ha pasado. Gracias a internet ya las redes sociales, la debilidad y la hipocresía de las antiguas élites están además expuestas a los ojos de todo el mundo.

De hecho, los señores de las tecnológicas son ellos mismos borgianos, y esta convergencia va mucho más allá del papel, por importante que este sea, que cualquiera de sus representantes puede desempeñar.
La reelección de Trump supone, también desde esta perspectiva, un punto de inflexión, ya que, a estas alturas, los conquistadores de las tecnológicas se sienten, en este momento, lo suficientemente fuertes para declarar la guerra a las antiguas élites. Hasta el presente, la convergencia entre los borgianos y los tecnólogos estaba disimulada por el hecho de que estos últimos no se atrevían a contestar abiertamente la supremacía del bloque de Davos. Durante muchos años, los señores de las tecnológicas han tenido que dar muestras de diplomacia, ser más zorros que leones, aunque en su fuero interno rugiera el deseo de afirmar su superioridad sobre los líderes de las viejas tribus políticas.
Antes que Musk estuvo Eric Schmidt (director ejecutivo de Google desde 2001 hasta 2011).
Fragmento de La hora de los depredadores de Giuliano da Empoli ( Seix Barral).
Clarin