Francia y la búsqueda del tiempo perdido

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando todas las miradas están puestas en el esperpento de las negociaciones comerciales entre la Unión Europea (UE) y EE UU, el impasse de política económica que atraviesa Francia podría pasar casi desapercibido. Sin embargo, tanto el devenir de nuestro principal socio comercial como las causas de sus males son de gran relevancia para la economía española.
Francia es prácticamente la única de las grandes potencias que se enfrenta al reto de financiar un déficit público desbocado en un entorno económico deprimido. Incluso Italia ha logrado controlar el agujero presupuestario pese al lastre de su deuda. Ante un riesgo financiero inminente y las advertencias de la autoridad de seguimiento de la sostenibilidad fiscal, el Gobierno liderado por François Bayrou ha presentado un plan de ajuste draconiano, que ronda los 44.000 millones de euros entre recortes de gasto, reducción de días festivos y otras medidas tributarias que por diversas razones han generado un fuerte rechazo.
Acometer un plan de ajuste que logre aplacar los mercados y simultáneamente no provoque una oposición frontal o una parálisis política, es casi misión imposible. El intríngulis es un varapalo para la estrategia de Emmanuel Macron de reducción de impuestos con el fin de relanzar la economía y así cuadrar las cuentas públicas. El caso es que, en los últimos cinco años, los ingresos públicos se han reducido en 1,7 puntos de PIB, es decir prácticamente lo mismo que el esfuerzo presupuestario que promete el plan Bayrou. Y, sin embargo, no se percibe una mejora notable del crecimiento ni de la inversión.
El fallo está en el diagnóstico: Francia arrastra un déficit crónico de competitividad que refleja diversas barreras al crecimiento empresarial y otras rigideces que tienen poco que ver con la carga impositiva que pesa sobre las empresas. Los exportadores franceses pierden cuota de mercado, de modo que los déficits comerciales con otros socios europeos se acumulan año tras año, al tiempo que amplias zonas del territorio galo pierden tejido empresarial, nutriendo los populismos.
Los problemas estructurales tampoco se resuelven a base de gasto público, siendo Francia la campeona europea en esta categoría (solo Finlandia le disputó ese lugar el año pasado). Sorprende la percepción muy extendida entre la ciudadanía francesa de deterioro de los servicios públicos o de agudización de las desigualdades, habida cuenta del volumen de recursos destinados al gasto social: un 19,2% del PIB, frente a 16,9% en España y una media del 16,4% en la UE. Persisten fallos de gestión y de diseño de las prestaciones, cuestiones que no pueden resolverse simplemente destinando un mayor volumen de recursos presupuestarios a dichos programas.
Salvando las diferencias —es mucha todavía la distancia que nos separa del país vecino en términos de nivel de vida— la economía española tampoco necesita un impulso del lado de la demanda. Nuestras principales carencias, entre las que destaca la escasez de vivienda, la debilidad de la inversión empresarial, o el fenómeno de sobre cualificación entre los jóvenes, también se encuentran del lado de la oferta. El ciclo expansivo, apoyado en un posicionamiento competitivo favorable —con superávits externos que contrastan con los números rojos de Francia—, aporta una ventana de oportunidad para atajar estas debilidades y al mismo tiempo contener los desequilibrios presupuestarios. Es decir, disponemos todavía de un cierto margen de maniobra, al igual que Francia lo tuvo en su momento.
La evolución favorable de nuestra prima de riesgo avala el buen momento. Pero se trata de un barómetro caprichoso. Hace dos años, cuando los desequilibrios estaban ya muy arraigados, los mercados confiaban en la solidez de la senda presupuestaria y financiera de Francia. Es preferible, por tanto, anticiparse a los shocks para mantener el espacio de soberanía. Y no tener que elegir entre un ajuste traumático como el que exige Bayrou, y la negación de la realidad, que consiste en dejar entrar a los mercados en el puesto de mando.
Las tensiones en los mercados de deuda pública que se desataron a principios del pasado mes de abril tras los anuncios arancelarios del Gobierno estadounidense de Donald Trump han tendido a remitir, si bien de manera desigual. La deuda italiana ha sido una de las más beneficiadas, con un descenso de más de 40 puntos básicos de su prima de riesgo —es decir, el diferencial con el bono alemán a diez años, considerado el más seguro de Europa—. Esto es más del doble de la reducción registrada por los bonos franceses y españoles. Por otra parte, la prima de riesgo de España se mantiene por debajo de la francesa.
EL PAÍS