Bienvenido, Monsieur Tour

En Bagnères de Luchon no ha salido el sol. La lluvia hace acto de presencia por primera vez desde que el Tour de Francia ha llegado a los Pirineos franceses. La ciudad se esconde ante la incomodidad. Pero en las profundidades de la urbe, la presencia mastodóntica de la organización de la carrera más famosa del mundo lo revuelve todo. Apostados en el arcén aparecen centenares de niños y mayores. Familias al completo. De aquí y de allá. Todos sin excepción miran a la curva más cercana mientras se protegen de la lluvia. No vienen los ciclistas todavía. De hecho faltan aún dos horas para que lleguen hasta ese lugar. Lo que esperan, con más entusiasmo si cabe que a los corredores, es a la caravana del Tour. Y llega un zumbido creciente que exalta a los presentes todavía más. Altavoces gritando nombres de marcas y coches disfrazados de todo tipo de productos hacen su presencia. Comienzan las carreras mientras desde lo alto vuelan llaveros, bolsas, sombreros, caramelos. El espectáculo acaba de comenzar. En realidad comenzó en Lille y no terminará hasta París.
Esta fiesta que se extiende a lo largo de 10 kilómetros y dura más de media hora recorre cada etapa antes que los protagonistas principales y tiene nombre propio: la caravana publicitaria del Tour de Francia. Un reguero de coches, más de 150, convertidos en carrozas móviles para promocionar cientos de marcas. No se trata de un complemento menor, de hecho la conexión emocional que este cortejo propagandístico ha establecido con el aficionado lo convierte en una parte fundamental de la carrera. Una tradición que trasforma cada etapa en una fiesta popular sobre ruedas. Sin ir más lejos, en el 2024 más de 12 millones de personas acudieron al borde de las carreteras francesas para ver pasar el Tour, y muchas de ellas lo hicieron más por esta caravana que por el propio ciclismo.
170 vehículos participan en una procesión que se extiende 10 kmLa idea original no es lo que hoy se puede ver en la carretera. Fue en 1930, hace ya 95 años, cuando al fundador del Tour de Francia, Henri Desgrange, se le ocurrió que los equipos que participaban representaran a sus países con un desfile previo a cada etapa. Más tarde, todos los patrocinadores de la carrera decidieron sumarse en una procesión que viajaba siempre por la misma ruta que hacía el pelotón. La idea de los equipos nacionales no llegó a cuajar, pero la caravana fue un éxito inmediato entre los aficionados. Con ello lograron generar mayores ingresos y atraer espectadores. Lo que comenzó como un puñado de vehículos con altavoces se ha convertido hoy en una impresionante operación publicitaria y logística que recorre Francia a diario durante tres semanas.
Actualmente participan más de 35 marcas, con un total de unos 170 vehículos. De estos, 123 están destinados a la promoción directa y el resto a la logística interna. Cada empresa diseña sus coches dando rienda suelta a la originalidad. Algunas con muñecos hinchables con forma de ciclista, otras con plataformas musicales o lanzadores automáticos de regalos. En total, en cada etapa pueden repartirse más de 600.000 objetos promocionales, desde gorras y camisetas hasta botellines, snacks o peluches. En el global de la carrera la cifra llega hasta los 15 millones de regalos.
12 millones de personas esperan en la carreteraEn términos de cifras, el impacto es rotundo y explica su permanencia en el tiempo. La visibilidad de las marcas participantes es colosal: cada una puede llegar a impactar a entre 6 y 10 millones de personas durante las tres semanas que dura el Tour. Pero no es sencillo participar desde dentro. La empresa organizadora, ASO (Amaury Sport Organisation), cobra en torno a 200.000 euros por vehículo por toda la edición, aunque los más espectaculares pueden superar esa cifra si incluyen figuras animadas. Además, cada empresa debe asumir el coste de su equipo, el combustible, el alojamiento del personal y la logística.
Para mover a este gigante más de 600 personas trabajan en la caravana cada día, de las 2.000 que conforman en total la organización del Tour. Entre ellos están conductores, animadores, técnicos, personal de seguridad y coordinadores. Todos llegan horas antes para tenerlo preparado. La salida se produce cuando los ciclistas ni siquiera han llegado, unas dos horas antes de que el director de carrera oficialice el inicio de la etapa. El trayecto, que puede superar los 180 kilómetros, cuenta con estrictas medidas de seguridad. La velocidad está limitada a 80 km/h, pero se pretende circular a la misma velocidad que los ciclistas, a unos 40 km/h.
15 millones de regalos se reparten durante las tres semanasAunque su propósito inicial es comercial, la caravana se ha convertido con el paso de los años en un fenómeno cultural. De hecho, muchos seguidores del Tour viajan etapa tras etapa solo para vivir su paso, en ocasiones sin prestar demasiada atención a la carrera. En pueblos remotos o zonas de montaña, el paso de la caravana es el gran evento del año. Se vive con la emoción de una cabalgata de Reyes, con adultos y niños compitiendo por ver quién recoge más regalos.
En esta edición del 2025, de la que todavía no existen cifras, esa marea humana parece haberse multiplicado. “Si me dicen cinco veces al día que pocas veces hubo tanta gente, es que tiene que ser verdad. Es la sensación que yo tengo también”, confiesa al respecto el director de la Grande Boucle , Christian Prudhomme.
Gente y más gente. Desde las llanuras del norte a las interminables rampas de los Pirineos, pasando por las abruptas rampas del Muro de Bretaña o las colinas del macizo central. Porque en este Tour de Francia, la emoción no siempre la trae Tadej Pogacar, amo y señor de la carrera. A veces, la magia llega en forma de sombrero volador, el de Vichy es el más demandado en esta edición, muñeco gigante o puñado de caramelos lanzado desde un coche en forma de lavadora. Una tradición que mezcla marketing, espectáculo e ilusión del aficionado como ninguna otra en el deporte.
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