Visite nuestro bar: el inesperado regreso del intermedio en el cine
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Es la imagen congelada que inunda las redes, la prueba irrefutable de que uno ha visto la película. También es el regreso más inesperado de la temporada: el intermedio en el cine. En pantalla, aparece una foto en blanco y negro de la boda de László Tóth, el arquitecto protagonista de The Brutalist, que este domingo compite por 10 premios Oscar. Un reloj inicia la cuenta atrás: 15 minutos para estirar las piernas, ir al baño o tomar un café. Quienes deciden quedarse, disfrutan una pieza musical de John Tilbury, que aporta un momento de solaz en el ecuador de la monumental película de Brady Corbet, de tres horas y 35 minutos de duración. Sin este respiro, sería una maratón de violencia y sufrimiento. Con ese breve receso, se llega al final sin perder la compostura.
Este uso extemporáneo del entreacto ha despertado voces entusiastas que piden que vuelva al cine, mientras otros descartan su necesidad o denuncian el delirio de grandeza de la película de Corbet. “Desde el primer borrador, la película fue concebida con un intermedio. No fue una ocurrencia tardía, sino una parte esencial de la estructura de la película”, defiende el productor de The Brutalist, D. J. Gugenheim, desde Los Ángeles. “El entreacto evocaba de inmediato las experiencias cinematográficas clásicas de Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago, donde los intermedios no eran solo pausas prácticas, sino elementos vitales para la narración. Esas películas se desarrollaban en dos actos, permitiendo al público asimilar el peso de la primera mitad antes de sumergirse en los giros emocionales y narrativos de la segunda. Me encanta que The Brutalist abrace esa tradición”, añade.
Por marginal que sea su regreso, la reaparición de los intermedios le parece una buena señal. “En esta era de consumo instantáneo, refuerzan la idea de inmersión: recuerdan que una película es un acontecimiento, algo que debe experimentarse plenamente y no solo consumirse de forma pasiva”, afirma el productor de The Brutalist. “Son películas que exigen paciencia y, a cambio, ofrecen una experiencia más rica y gratificante”.
Hasta no hace tanto, los intermedios fueron inseparables del séptimo arte. Heredados del teatro europeo del siglo XVII, que rescató de Roma la división en actos (a diferencia de los griegos, que favorecían la inmersión total), fueron norma entre los años treinta y finales de los setenta. Los cines los adoptaron por necesidad técnica —el cambio de bobinas—, pero también supieron sacarles tajada comercial. Desaparecieron por los avances tecnológicos, pero resurgen en un tiempo en que las películas son cada vez más largas: según datos de la web IMDb, en las últimas tres décadas su duración media ha pasado de 100 a 120 minutos.
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The Brutalist no es la primera película en resucitarlos. Quentin Tarantino propuso dos montajes distintos para su película Los odiosos ocho (2015); uno de ellos incluía una pausa de 12 minutos. En 2021, Zack Snyder hizo lo propio con su versión de La liga de la justicia, que duraba cuatro horas. Más recientemente, Wicked estuvo a punto de seguir el mismo camino: uno de sus productores, Marc Platt, intentó convertirla, sin éxito, en una única película dividida por un entreacto, como sucedía en el musical original.
El nuevo cine de autor tampoco ha sido ajeno a ellos. El récord lo tiene el argentino Mariano Llinás con La flor (2018), una de las películas más largas de la historia del cine, con sus 14 horas de duración, interrumpidas por tres intermedios. “En casos así, resulta vital que la atención del espectador se mantenga fresca, y eso tiende a no suceder una vez pasadas las dos horas y media”, confiesa el director desde Buenos Aires. “El entreacto tiene la virtud de renovar la voluntad de regresar a la sala. Superados ciertos rituales fisiológicos, el espectador puede comprobar que su urgencia por salir era fatua, y que en ningún lugar estará mejor que dentro del cine”.
“Tras el entreacto, el espectador comprueba que su urgencia por salir de la sala era fatua, y que en ningún lugar estará mejor que dentro del cine”, dice Mariano Llinás, director de una película de 14 horas
En el cine español, Jonás Trueba rescató el intermedio en su documental Quién lo impide (2021), de tres horas y 45 minutos de duración, separadas por dos entreactos. “Me encanta la experiencia de los intermedios. Se puede comentar la jugada y obliga al espectador a salir y entrar, no solo físicamente, de lo que está viendo. Es un riesgo y por eso me gusta”, afirma el director. En el estreno de la película en San Sebastián, muchos aprovechaban para ir al baño. “Pero otros se quedaban en la sala comentando o bailando, porque poníamos música, y era casi mi momento favorito de la película. Me parecía que generaba comunidad entre los espectadores. Hacía más evidente la experiencia física que es el cine”. Aun así, no siempre le parecen necesarios. El de The Brutalist, por ejemplo, no le convenció: “La película alcanza un pico muy evidente en el intermedio, pero luego parece que se le vuelve en contra todo lo que ha prometido. Es embaucadora, pero también algo tramposa”.

Varios directores acostumbrados a largas duraciones prefieren prescindir del intermedio. James Cameron, Christopher Nolan o Denis Villeneuve encabezan esta postura. En el Reino Unido, donde la cadena Vue lleva años tratando de reimplantarlos para paliar el déficit de atención de los espectadores más jóvenes —con un 80% de opiniones positivas según un experimento de 2023—, algunos cines probaron a introducir un entreacto en Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese. Su distribuidora exigió su retirada. “La gente ve cinco horas de televisión u obras de teatro de tres horas y media. Denle el mismo respeto al cine”, reclamó Scorsese.
En el circuito de festivales, cineastas como Lav Diaz y Frederick Wiseman también rechazan recesos que consideran innecesarios. “No creo en los intermedios ni los utilizo. Existe el riesgo de que el público pierda la continuidad de la película. No usarlos nunca ha sido un problema para difundir mis películas”, responde Wiseman en un correo electrónico. Todd Solondz, que en Wiener-Dog (2016) incluyó un entreacto como alivio cómico, tampoco se muestra entusiasta. “Solo sirven para que el público se salte la segunda mitad sin molestar a nadie”, ironiza desde Nueva York.

En España, los distribuidores no son unánimes: un regreso generalizado del intermedio complicaría la programación y obligaría a reducir sesiones. “Salvo que esté previsto en el relato, interrumpir puede ir contra la intención del director, como los cortes publicitarios en televisión”, señala Paz Recolons, directora de los cines Verdi, partidaria de limitarlos a casos imprescindibles. “Al espectador se le hace a veces una montaña ver duraciones de más de dos horas. Y para la sala de cine es una oportunidad de dar un mejor servicio y tal vez lograr unos ingresos, como indicaba aquel clásico mensaje de Visite nuestro bar”. En realidad, esa pausa nunca desapareció del todo: sigue vigente en la India, donde el intermedio sigue siendo obligatorio —la película RRR, de tres horas y siete minutos, les hizo un guiño en 2022—, los países de Oriente Próximo o algunas ciudades de Italia.
En el imaginario colectivo, el entreacto sigue asociado a la escala épica que trata de emular The Brutalist. “En especial, que las hablaban de la fundación de una nueva patria”, dice Jordi Balló, eminencia del análisis fílmico y coautor del reciente ensayo La imagen incesante (Anagrama), sobre los formatos audiovisuales. La lista es inacabable: El nacimiento de una nación, Los diez mandamientos, La conquista del Oeste, Rey de reyes, Érase una vez en América, Novecento, El padrino… “Son relatos en los que hay tiempo para la ilusión y la decepción. El intermedio marca una cesura entre ambas. Resucitando el entreacto, Corbet nos está diciendo que su película es, como aquellos viejos títulos, más grande que la vida. Pero, a la vez, reivindica el carácter inmersivo del cine, una necesidad muy actual de regresar a la sala como elemento clave para la vida de una película”, señala Balló. “Puede parecer un gesto retro, pero es rigurosamente contemporáneo”.
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