Nine Inch Nails en Mad Cool: rabiosos, turbios, colosales

La prueba definitiva para el equipo de sonido de Mad Cool, escacharrado en dos ocasiones en la jornada del jueves, llegó con los primeros diez minutos del concierto de Nine Inch Nails. Si aguantó la electricidad, que sí, ya está conseguido llegar hasta el domingo, cuando cierre el festival la dj surcoreana Peggy Gou. Fue un inicio a toda tralla, con los decibelios descontrolados, donde la banda de Ohio descerrajó The Beginning of the End, Wish y March of the Pigs, canciones desquiciadas que hablan de sexo sucio, alienación y Dios, piezas que salieron de la garganta de Trent Reznor a dentelladas mientras su banda, con Atticus Ross lanzando ráfagas sintéticas desde su teclado, producía ruido y caos.
Reznor ya no es el mismo tipo autodestructivo y torturado de los noventa al que muchos le auguraban una existencia sombría. Pero los conciertos que ofrece con su grupo mantienen la atmósfera asfixiante del que afronta este mundo desde el rincón más oscuro. Lo demostró anoche, como cabeza de cartel de la segunda jornada del madrileño Mad Cool en un espectáculo intensísimo en el que si te dejabas llevar encontrabas esa intersección tan tentadora donde conviven el malestar con el placer.
Con su atuendo reglamentario negro, Nine Inch Nails hizo feliz a los muchos que consideran que The Downward Spiral, su disco de 1994, es uno de los más influyentes de los años noventa. Le dedicó el grupo buena parte de los 90 minutos a este trabajo que ha superado la prueba del tiempo y más allá: quizá suena ahora más contemporáneo que hace tres décadas porque habla de un mundo descoyuntado parecido al de hoy.

El recital fue una bola de fuego de sonidos densos, bestiales, taquicárdicos, una maraña chirriante en la que según avanzaba ya no hubo vuelta atrás: el que se quedó descolgado nunca recuperó su sitio, y el que logró subirse al tren de adrenalina lo pasó en grande. Reznor, nervudo y con buena planta, se impulsó para cantar con las piernas flexionadas y el cuerpo encorvado, como queriendo que su aliento de tipo permanentemente enojado impactara en los rostros del público.
Hombre de pocas palabras, apenas soltó un par de “gracias” y un murmullo que pareció un “felices de estar aquí”. A pesar de que ahora es un padre preocupado por la educación de sus cinco hijos, cuando sube al escenario transmite desconfianza y hasta peligro. Hablamos de un músico que grabó su mejor disco, el citado The Downward Spiral, en la infausta casa donde la pandilla de Charles Manson asesinó a Sharon Tate. El mismo hombre que sufrió una sobredosis de heroína que casi le borra de este mundo, una adicción de donde le sacó, en parte, David Bowie con sus consejos, su tutelaje y su experiencia.
La actuación, que se desarrolló entre luces purpuras y rojas y destellos epilépticos, finalizó con un cuarteto invencible: The Perfect Drug, The Hand That Feeds, Head Like a Hole y la escalofriante Hurt, que Reznor interpretó ensimismado con las dos manos enlazadas en el pie del micrófono y los ojos cerrados. La luna llena que disfrutó el jueves con los fuegos artificiales de Muse esta vez se estremeció.

Sorprendió que a este espectáculo rabioso, turbio y colosal solo asistieran unas 20.000 personas, más o menos la mitad que el día anterior con Muse. La organización informó de que pasaron durante la jornada por el recinto Iberdrola Music, sur de Madrid, 49.000 personas (muchos extranjeros, la mayoría británicos), los mismos que el jueves. Hay que deducir, entonces, que el público se desperdigó ayer entre varios recitales, al contrario que en el caso de Muse, que logró la atención de mucho más público.
También triunfó anoche Alanis Morissette, que cantó mucho, bien y casi siempre con la vena del cuello hinchada. Incluso debió alejar en alguna ocasión el micrófono de su boca para no saturar con su potencia. Una pena que la cantante no permitiera que la fotografiaran periodistas profesionales (por eso no hay imágenes de ella en esta crónica). Mostró un estado de forma fenomenal la canadiense. No se descentró ni cuando erró un músico de su banda; paró la canción y, con un gesto cómplice, retomó donde se despistó el instrumentista. Vestida de forma sencilla con la que podría ser perfectamente la ropa que se puso por la mañana (un pantalón de cuero negro y una camiseta morada), tuvo dibujada una sonrisa en el rostro durante la actuación. Cuando no estaba cantando soplaba una armónica con más ferocidad que estilo. Fue agradable comprobar la buena puesta a punto de una artista que tenemos congelada en aquel 1995 post grunge, año en el que editó su sensacional Jagged Little Pill, que fue el tronco de su recital para felicidad de los muchos cuarentones que poblaban el césped del segundo escenario. De hecho, se hizo corta su presencia: una hora escasa.

A Benson Boone le encanta hacer exhibiciones. Uno de sus números estrella es ejecutar volteretas. Sí, leen bien: un músico saltimbanqui que realiza acrobacias durante su concierto. En la primera canción, Sorry I’m Here for Someone Else, ya había ejecutado dos mortales. En el tercer tema, Drunk in My Mind, le tocó presumir de voz, que la atesora potente. Menudos agudos... Una chica al lado de este cronista suspiró y dijo: “Qué guapo”. Y es que también se le ha concedido el don de la belleza. Es todo un hombre espectáculo este chico de 23 años que está triunfando sobre todo en su país, Estados Unidos, y en Reino Unido, y que en España empieza a calar, como se vio anoche con miles de personas pendientes de sus ocurrencias.
Su hora de concierto fue divertida, mucho mejor en los temas animados que en unas baladas donde se le va la mano con el azúcar. Con su bigote a lo Freddie Mercury, un faro para él, ejerció de buen chico dedicando temas a su madre y a su padre (que estaban en el recinto y él los señaló para que el público aplaudiera), dirigió a la afición con los efectistas “oeeees”, estuvo zalamero elogiando lo molona que le parecía España, recomendó que el público bebiese agua para paliar el calor (no vaya a ser que...) y consiguió, entre unas cosas y otras, que su tiempo pasase a toda velocidad. ¿A que no saben cómo cerró su concierto? Sí: con una cabriola para caer en el foso y saludar al mar de manos mientras interpretaba su gran éxito, Beautiful Things. Ojalá todo el pop comercial fuese como el que propone Boone.

Muy a favor del rock and roll garagero de Jet. Los australianos representan el lado más elemental del rock en unos festivales en los que cada vez es más complicado encontrar bandas que tengan en un altar a Chuck Berry y a los Sonics. Dicho esto, comentar que no es un grupo para ocupar una de las horas estelares. A primera hora de la tarde y en un festival de guitarras como Azkena, pues bien. Pero en una concentración musical con vocación transversal como Mad Cool, su presencia queda en anecdótica. Ocurrió parecido el año pasado con Keane, que también actuaron en horario de los grandes cuando su pop meloso está ya bastante superado. Pero que Jet estuvo a la altura, eh, y disfrutamos con su rocanrolete y tal y ese temón que levanta a un cadáver, Are You Gonna Be My Girl. Y, además, tocaron una versión de lo que anunció el cantante como “el himno de Australia”, It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll), de AC/DC, que por cierto tocan hoy en Madrid. Todo muy guay, pero...
También llamó la atención Noah Kahan como cabeza de cartel. Este sí, en horario estelar, las 23. Kahan, estadounidense de 28 años, lleva cuatro o cinco años en un nivel de popularidad muy potente es su país y algunos otros lugares. No todavía en España. Su concierto convocó a mucha gente, pero se podía acceder a las puertas del escenario sorteando a público y sin recibir codazos. Kahan realiza un pop-folk a medio camino, y sin querer ser muy precisos, entre Mumford and Sons y Ed Sheeran. Canta bien y sus temas poseen la dudosa cualidad de ser siempre agradables. Con las baladas, que fueron abundantes, mucha de la gente alejada de las primeras filas se tumbo en la hierba sintética.

Los que se quisieron espabilar emprendieron el camino del escenario 3 al encuentro con los siempre urgentes Kaiser Chiefs. Claramente el lugar se quedó pequeño y el sonido, al menos en los laterales y en la parte de atrás, fue apagado, como si estuviesen tocando dentro de una piscina llena de agua. Se escucharon algunos gritos de “no se oye”.
Hoy sábado, última jornada grande (el domingo es un brunch electrónico) con Olivia Rodrigo, Justice, Arde Bogotá o 30 Seconds to Mars. De momento, los campeones de Mad Cool 2025 son Nine Inch Mails.
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