Luis Alberto de Cuenca, el poeta traductor de la ‘Eneida’ que hizo las letras más macarras de la Orquesta Mondragón

Entrar en la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 74 años) es internarse en un museo de libros. El piso en medio de Madrid era su casa, pero ahora vive en la de su mujer: los libros le han ido echando hasta dejar solo el pequeño espacio de su mesa de trabajo. Hay entre 40 y 50.000 volúmenes repartidos por el suelo, las estanterías, los armarios de la cocina, los baños, las mesas y las sillas. “Siempre tengo las persianas bajadas, porque el sol hace daño a los libros”, explica. Es una cueva, un intrincado y feliz laberinto en el que se mezclan tebeos, poemarios, novelas y muchas, pero que muchas, primeras ediciones. “Me he cargado a mi bisabuelo. Se me cayó el otro día”, se lamenta señalando el cuadro rasgado de un hombre con bigote, apoyado en un sillón.
“Quizá mi libro más valioso sea esta primera edición de Drácula”, sopesa con el amarillo volumen entre las manos. “O estas dos primeras ediciones de los dos primeros libros de Juan Ramón: Ninfeas y Almas de violeta. Él pensaba que no estaban a la altura de su poesía, y se afanó por conseguir y destruir las copias, así que son muy difíciles de encontrar”. Se mire donde se mire hay joyas a la altura: una primera edición del Parnaso de Quevedo; una de El largo adiós, de Chandler; otra de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde… Helenista, traductor, ensayista, De Cuenca fue director de la Biblioteca Nacional y secretario de Estado de Cultura, ganó el Premio Nacional de Traducción en 1989 (por el Cantar de Valtario) y el de Poesía en 2015 (por Cuaderno de vacaciones). Y con todo, este mayo puede ser su gran mes: acaba de alzarse con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, uno de los más importantes del género, y el día 29 se vota su ingreso en la RAE (el otro aspirante es el arquitecto Luis Fernández-Galiano).
¿A qué sabe un premio como el Reina Sofía? “Sabe a néctar y a ambrosía”, dice en medio de una carcajada. “Me siento sorprendido porque no tenía la menor idea de que estuviera propuesto para el premio. Porque este es un premio de candidatura: me presentó la Universidad de Valladolid por su cuenta y fue una sorpresa. Es bonito, importante, y lo mejor es que es iberoamericano”. ¿Y qué piensa de su posible ingreso en la RAE? “¡No pienso nada!”, ríe. “La gente que concursa al puesto siempre son muy buenos profesionales. Solo puedo dejar pasar los días, y que pase lo que tenga que pasar”.
Si se le pregunta por su último poemario se llega siempre tarde. El mismo día de la entrevista se ha publicado el siguiente: Ala de cisne (Visor). Es lo que tiene el eclecticismo. “Diría que soy hiperactivo”, confiesa. Y no miente: pronto tiene la grabación de su podcast, uno de los más escuchados y queridos en habla hispana, Cowboys de medianoche. “En el último episodio se nos fue la luz”, recuerda sobre el capítulo que grabaron el día del apagón. “Tardamos un buen rato en saber qué pasaba”. Ese plural se refiere a José Luis Garci, Eduardo Torres Dulce y Luis Herrero, el conductor del espacio. Ninguno, por cierto, recuerda muy bien cuándo comenzó a emitirse, pero fue a principios de los 2000, lo que les convierte en auténticos pioneros del podcast hispano. “Confieso que casi ignoramos que hacemos un podcast; en realidad, lo que hacemos es practicar la amistad delante de un micrófono”. ¿Ha notado que esto le lleva a un público que no está pendiente de la actividad estrictamente literaria o académica? “Sí. He notado que cualquier actividad que hagas distinta a tu trabajo habitual, como por ejemplo las letras de las canciones, o el podcast… Pues en primer lugar enriquece mi escritura, porque gana con todas esas fuentes, pero después, sí, me lleva a muchos públicos heterogéneos”.
Esas dos mitades conforman el trabajo de un escritor capaz de traducir la Odisea, la Eneida o los Epigramas de Calímaco y, a la vez, escribir letras de canciones tan míticas como “Hola mi amor, soy yo tu lobo” (de Caperucita feroz, de la Orquesta Mondragón). “Hace mil años, cuando Javier Gurruchaga vino a Madrid, un amigo común le dijo: conozco un poeta que te puede hacer letras. Y así surgió”. Ahí empezó un camino que le llevó a escribir también para Loquillo y otros. ¿Se encuentra a gusto en esa mezcla de poesía y rock? “Mucho. Mucho más, fíjate, que entre poesía y cantautor. Hay algunos cantautores buenísimos, claro, yo me he criado con Paco Ibañez; pero todo es un poco más monótono”.

En todos los rincones de su casa hay, además de libros, figuras: los X-Men, Conan, Tintín, Darth Vader y Leia, Astérix… Forman parte de su otra mitad, la mitad pop, que junto con la mitad helenista conforma una de las voces más personales, reconocibles y luminosas de la poesía de las últimas décadas en España. “Me fascina la cultura popular y me fascina la gran cultura. Es injusto relegar la primera en detrimento de la segunda. Y es absurdo renunciar a la gran cultura por la popular, que está llena de chorradas. Creo que hoy hay una conjugación acertada entre ambas. Pero hay gente que se desconecta de la tradición”, sostiene. “Es un error enorme, que nace con la ley de Educación del tardofranquismo que hace José Luis Villar Palasí [la Ley general de Educación de 1970]. Fue terrible, un abaratamiento de la cultura”, sentencia. “La memoria está anatematizada. La memoria es fundamental, pero los pedagogos decidieron que estaba muy mal, porque pensaban que era solo recitar la lista de los reyes godos. Que, por cierto, es un ejercicio estupendo”. Al periodista no le queda otra que animarse con lo que recuerda de oídas: Chintila, Tulga, Chindasvinto... y el poeta la termina: “…Recesvinto, Wamba, Ervigio, Égica y Roderico, que es el mismo nombre que Rodrigo”.
El tema de la reforma educativa lo ha sacado quien fue secretario de Cultura, con el PP, de 2000 a 2004. ¿Arrastra heridas de su etapa política? “No, no. Al final, es una cosa más, si lo has hecho de una manera no sectaria, y te llevas bien con todo el mundo…”. Eso es raro, es bien sabido que entre poetas siempre hay roces, pero a Luis Alberto de Cuenca no se le conocen enemigos: el veredicto es unánimemente favorable. “Imagino que enemigos tendré, pero son tan discretos que no me dan a entender que son mis enemigos. Decía Keats en una carta refrendando un dicho de Marcial que la felicidad era eso: tener dos o tres amigos y dos o tres enemigos”, bromea. ¿Se identifica hoy con alguna opción política? “No, nunca he tenido un carné. Mi opción política es el escepticismo que lleva a la gente a volverse conservadora. Es decir, conservador a fuer de escéptico”.
“Mi poesía hoy está en fase de senectud, que diría Cicerón”, bromea cuando se le pide que juzgue sus versos actuales. “Pero eso no significa que no sea vital, o que solo refleje aspectos tanáticos del mundo. Creo que tiene un cierto optimismo, no reñido con el realismo. Mira, no concibo la escritura como una tortura frente a la página en blanco, sino como una fiesta a celebrar entre el papel y yo”. ¿Y qué opina de la poesía de hoy? “Se ha dicho mucho, pero creo que la línea clara no es exactamente dominante. Hay poesía de línea clara, sí, pero por otro lado hay poesía hermética, narrativa… creo que en todas esas áreas hay alguien que vale la pena. Creo en la poesía española contemporánea”.
Y sigue el carrusel de libros y tomos. ¿Su autor favorito? “Aunque yo sea helenista, Shakespeare, que agota el hecho humano; no hay más psicología en el hombre que la que se desarrolla en sus obras”. ¿Y si tuviera que llevar un libro a una isla desierta? “Tal vez… El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Potocki. Me fascina”.
— Oiga, echando un ojo alrededor… se habrá dejado aquí una fortuna.
— No, no. He pasado la vida, desde los 15 años, buscando y rastreando libros que fueran asequibles. Algunos he tardado muchos años en encontrarlos. Pero es que soy un psicópata.
— La última pregunta es obligada entonces: ¿Cuánto es lo máximo que ha pagado por un libro?
— No mucho. Unos 2.000 euros por el Drácula. Es mucho más divertido coleccionar cuando no se es rico. Ahí es donde está la auténtica aventura.
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