La buena letra: Celia Rico pone voz de manera honda y vibrante al silencio de la mujer en la posguerra (***)

El minimalismo se define en buena medida por lo que tiene de provocación. No es tanto lo que se ve como lo que el espectador construye e imagina alrededor de lo contemplado. Apurando, se podría decir que es el que mira, no el artista, el que confecciona desde su condición de lector la parte más honda de la obra. La buena letra, de Celia Rico Clavellino, es si se quiere el ejemplo más extremo y claro de una tendencia minimalista que la directora ha ido componiendo y madurando a lo largo de dos obras tan transparentes y plenas como Viaje al cuarto de una madre y Los pequeños amores. En los dos casos, lo que cuenta es el largo y profundo silencio que envuelve las conversaciones, deudas y heridas entre una madre y una hija; lo relevante siempre es la parte de atrás de la pantalla, la espalda de todo lo sufrido. Y así.
Ahora, un paso más allá, el mutismo, siempre culpable, es aún más hondo, más universal y mucho más doloroso. La idea de la tercera película de la directora no es otra que dar con el eco por fuerza grave de un silencio descomunal. Se trata del silencio de una generación entera de mujeres, las que vivieron las posguerra y bajo el franquismo. Y hacerlo, siempre fiel a sí misma, dejando que sea el espectador el que recomponga y ensamble las piezas sueltas dejadas de manera cuidadosa y precisa sobre la pantalla. La audiencia es invitada (provocada incluso) a completar lo que ve con los retazos de su propia memoria, una memoria compartida y, sin embargo, borrada; una memoria, pese a tanto olvido, exageradamente presente en los cuerpos de las mujeres de después y, apurando, de ahora.
La película hace pie en la novela de Rafael Chirbes del mismo título. Se cuenta lo pasado en un pueblo valenciano después de la Guerra Civil. Allí, el personaje al que da vida Loreto Mauleón hace lo imposible por sembrar normalidad entre tanto horror mudo. Ella es el centro casi invisible que todo lo sostiene, todo lo sacrifica, todo lo calla. Su marido (Roger Casamajor) acepta la humillación de dejarse precisamente humillar para sobrevivir. Y su cuñado (Enriq Auquer) opta por huir de la misma humillación de antes. Los tres (o todos sin excepción, mejor) han perdido y, en silencio, se lo hacen saber a los demás y a sí mismos. Pasa el tiempo y el fugado vuelve. Lo hace con una mujer (Ana Rujas) y, poco a poco, aprende otra forma de supervivencia que consiste en servir sin asomo de vergüenza al amo, al vencedor. Y, en medio, siempre, el personaje de Mauleón como testigo nunca reconocido de un sacrificio que no acaba.
La directora de forma sabia (y minimalista) construye la película en el detalle de todo lo que apenas se ve. La protagonista guisa, cose, trabaja, cuida... y todo lo hace de manera incansable en la parte de atrás de lo narrado mientras la acción, la supuestamente importante, la siempre protagonizada por el hombre, discurre con energía hacia quizá ninguna parte. Y es en este segundo plano, casi fuera de campo, en el que reina el personaje de una Mauleón muy cerca de la perfección, donde La buena letra se hace fuerte y grande. Quizá el problema de la película, que lo hay, es que por momentos se olvida del rigor de su propia propuesta minimalista y deja que la narración, la del primer plano, tome un protagonismo que no merece y que, la verdad, acaba por ser demasiado errática. Por momentos, en su azaroso ir y venir sin quedar nunca del todo claro por qué, la película confunde y se confunde.
Sea como sea, lo que queda es una propuesta tan provocadora como precisa, honda e íntima, silenciosa y ensordecedora a la vez, que apela al espectador con la claridad de un cine que, como la propia literatura de Chirbes, se niega al olvido como objetivo casi único y máximo. Cine grande. Definitivamente, minimalismo nada tiene que ver con pequeño.
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Dirección: Celia Rico Clavellino. Intérpretes: Loreto Mauleón, Enric Auquer, Roger Casamajor, Ana Rujas. Duración: 110 minutos. Nacionalidad: España.
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