Javier Aranda Luna: Las películas mexicanas de Buñuel
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Las películas mexicanas de Buñuel
Javier Aranda Luna
▲ Fotograma del filme de Luis Buñuel Los olvidados, de 1950.
L
a última película mexicana de Luis Buñuel fue Simón del desierto. Rodó en México 20 de las 32 que hizo. Cuando estaba a punto de recibir la nacionalidad estadunidense, Oscar Dancigers, productor francés de origen ruso, lo invitó a hacer una película en nuestro país. Llevaba 15 años sin usar la cámara y aceptó. Se trataba de una película musical, Gran casino, en la que participaban Jorge Negrete y Libertad Lamarque, dos figurones en ese emblemático año en el que se reformó la Constitución para permitir que las mujeres votaran y las oficinas de la Presidencia se trasladaran a Los Pinos. Buñuel recordaba que el charro cantor era extremadamente popular
, y nunca se separaba de su maestro de equitación.
Algunos críticos hablan con un sesgo de desprecio de las películas mexicanas de Buñuel, pero entre ellas se encuentra Los olvidados, que se ha convertido en una de los pocos filmes catalogados como memoria del mundo y patrimonio cultural de la humanidad; Él, una de sus cintas favoritas; Viridiana, que fue un desplante contra el fascismo, rodada en la España franquista, donde se encuentra esa maravillosa escena en la que un grupo de desarrapados, sentados en una larga mesa, evocan La última cena, y, como apunté arriba, Simón del desierto.
Aunque los recursos eran escasos en los rodajes, el sueldo modestísimo
y por economía el tiempo de rodaje iba de 18 a 24 días, nunca hizo una escena contraria a mis convicciones, a mi moral personal
.
Los rodajes fueron intensos. Llegó a filmar en dos ocasiones tres películas al año. Antes de grabar Los olvidados, dedicó cuatro meses a recorrer ciudades perdidas para mirar de cerca a los niños en situación de calle en esa remota Ciudad de México de 1950 con poco más de 3 millones de habitantes. Se disfrazaba con ropas viejas para mimetizarse en los barrios bravos e intercambiar. Y aunque tenía buena relación con los técnicos de este país, algunas escenas de la cinta los enfurecieron, sin que les importara saber que algunas cosas de las que vio en sus recorridos callejeros pasaron directamente al celuloide. Un crítico le reprochó que pusiera camas de latón en casuchas de madera. Buñuel había visto eso. El rechazo de una madre a su hijo provocó la renuncia de una peluquera, pues, en su opinión, ninguna madre mexicana haría eso… Hoy, la violencia vicaria de algunas mujeres es una realidad documentada aunque cueste aceptar.
Veintiún días duró la grabación de Los olvidados, y cuatro, su exhibición en cartelera. Producida por Ultramar Films, con guion de Buñuel y Luis Alcoriza, y apoyo en los diálogos de Max Aub, la película provocó violentas reacciones. Incluso Jaime Torres Bodet, del grupo Contemporáneos, aseguraba que Los olvidados deshonraba a nuestro país. José de la Colina, por el contrario, consideró la cinta un panfleto genial
, una obra de mensaje subversivo, de grito removedor de conciencias
; para él, fue una obra grande y rabiosa
.
Muchos años después y luego de haber visto la reacción causada por Los hijos de Sánchez, libro en el que también se tocaba el tema de la miseria y que provocó la destitución del Arnaldo Orfila Reynal de la dirección del Fondo de Cultura Económica, Buñuel comentó que uno de los grandes problemas de México es un nacionalismo llevado hasta el extremo, que delata un profundo complejo de inferioridad
.
Simón del desierto, la última cinta mexicana de Buñuel, fue estrenada en el festival de Venecia en 1965, pero se exhibió en nuestro país cinco años después. La historia es conocida: la de un anacoreta del siglo IV que pasó 40 años en una columna en el desierto de Siria. Cuenta Buñuel que se la comentó Federico García Lorca cuando coincidieron en la legendaria Residencia de Estudiantes de España. Lorca, escribe Buñuel en Mi último suspiro, se reía a carcajadas al leer que las deyecciones del anacoreta a lo largo de la columna semejaban la cera de una vela
. No fue la película que imaginó Buñuel por la falta de liquidez de Alatriste. Tuvo que cortar la mitad de la cinta: adiós a la escena en la nieve, las peregrinaciones masivas y la visita de Bizancio. Pese a todo, esa cinta dejó tatuadas algunas de las imágenes más icónicas del cineasta: la de Silvia Pinal con barbas, vestida de colegiala con los senos al aire o lamiendo al anacoreta Claudio Brook para hacerlo caer y cumplir con la ley del instinto.
Salvador Elizondo aseguró en un apasionado texto publicado en la revista Nuevo Cine, de noviembre de 1961, que Buñuel fue un visionario: el que partiendo de la realidad ve más allá que los demás, y tal vez tenga razón. El pasado 22 de febrero se cumplió el 125 aniversario del nacimiento del cineasta, cuyas películas seguirán alimentado nuestra imaginación. Como los sueños no cesan, el erotismo persiste y los olvidados no dejan de existir, tenemos Buñuel para rato.
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