Javier Aranda Luna: La mirada incluyente de Claudia Gómez Haro

La mirada incluyente de Claudia Gómez Haro
Javier Aranda Luna
S
i el arte es una herramienta lúdica, un estímulo del pensamiento crítico, un liberador de emociones y fortalece a la comunidad e incita al diálogo ¿por qué se le considera algo accesorio, algo elitista para el consumo de pocos? Lo ningunean las instituciones públicas con cada vez más bajos presupuestos y, en las dos últimas administraciones, además, estigmatizándolo machaconamente y con resentimiento, como una actividad fifí.
John Berger, uno de los más grandes críticos de arte contemporáneos, decía que no podía decir lo que el arte hace ni cómo lo hace, “pero sé que el arte a menudo ha juzgado a los jueces, exhortado a los inocentes a la venganza y mostrado al futuro el sufrimiento del pasado para que no fuera olvidado”.
Claudia Gómez Haro valoró al arte, como John Berger quería, no sólo por sus simples méritos estéticos, sino por su capacidad para que los espectadores se vieran en él y reconocieran su “poder colectivo”.
La historia es conocida: en 1990 se enteró que una bella casona ubicada en el número 99 de Álvaro Obregón iba a ser vendida para oficinas. Ella, sus hermanas Cecilia y Germaine, Elena Lamm y Elín Luque hablaron con el dueño, le presentaron un proyecto y conformaron un patronato presidido por Alejandro Burillo. Tres años después echaron a andar uno de los proyectos culturales más ambiciosos de las últimas décadas: Casa Lamm.
Esa pequeña troupe tocada por la cultura estaba decidida a cambiar los estudios de historia del arte “que en aquel entonces se pensaba que básicamente tenía que ver con el glamur”. No sólo eso: sabían que los egresados de esa especialidad, al terminar sus estudios, tenían muy pocas opciones de trabajo que se reducían a la investigación y la academia.
Basada en su experiencia personal y las de sus compañeras de ruta, hicieron un estudio de mercado y descubrieron que “muchos puestos que deberían ocupar los historiadores de arte los tenían, en el mejor de los casos, comunicólogos, administradores o sociólogos, pero la mayoría eran autodidactas”.
Un elemento importante para lo que se convirtió en Casa Lamm fue saber que “de la cultura no se hace dinero ni pretendemos hacerlo; somos una asociación civil sin fines de lucro, pero autofinanciable”.
Eso les permitió no insertarse como un eslabón más del mercado y tender puentes con libertad como lo hicieron con los colectivos de El Faro de Oriente para darle visibilidad a su producción; hacer de su galería un espacio de promoción y exhibición donde se puede vender obra, pero sin las comisiones que cobran no pocos galeristas que van de 40 a 50 por ciento; digitalizar las fotografías de Manuel Álvarez Bravo o tener en comodato la biblioteca de arte más importante del país y que formara el extinto Museo de Arte Contemporáneo de Televisa.
La actividad de Claudia Gómez Haro fue absolutamente atípica y necesaria: académica impulsora de nuevas áreas como la curaduría de arte moderno y contemporáneo o la gestión museográfica, dos especialidades indispensables para museos y galerías que actualmente recurren principalmente a autodidactas; periodista especializada en artes plásticas que colaboró en La Jornada Semanal; conferenciante en universidades.
La última vez que la vi fue en un conversatorio sobre Juan José Arreola en la UAM Iztapalapa en el que ambos participamos. Ella había publicado Arreola y su mundo, un interesante acercamiento a la vida y poética del escritor marcado por el cine de Marcel Carné, Baudelaire, Louis Jouvet y el grandísimo Pablo Neruda que intentó hacerlo su secretario.
A Claudia le gustaba el intercambio con los jóvenes, “siempre aprendes”. Y vaya que tenía contacto con ellos. Sus últimas colaboraciones en La Jornada Semanal dan cuenta de ello y nos hablan de que, a diferencia de las instituciones culturales, no dejaba de tender puentes con los jóvenes creadores que se desenvolvían más allá de las becas y recintos institucionales y del circuito de las galerías.
En su penúltima y póstuma entrega para La Jornada Semanal da cuenta de dos espacios alternativos : Galería Tianguis Neza en La Lagunilla y Casa Eter en plena Ciudad Nezahualcóyotl. Dos ejemplos “de la afortunada alianza entre creadores e instituciones privadas sin fines de lucro mientras el apoyo oficial a la cultura en Ciudad Nezahualcóyotl brilla por su ausencia”.
Una de las luchas de Claudia fue el vencer una y otra vez el prejuicio de que el arte y la cultura son elitistas. Ella sabía que el arte no es el artista con un lienzo; sabía que los bienes culturales son la mirada del otro que permitía reconocernos. Sabía, como Berger, que “nunca miramos sólo una cosa: siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Nuestra visión está en continua actividad, en continuo movimiento, aprendiendo continuamente las cosas que se encuentran en un círculo cuyo centro es ella misma”. La vamos a extrañar.
jornada