Emilio Payán*: Comerciante, filántropo y custodio del Centro Histórico

Comerciante, filántropo y custodio del Centro Histórico
Emilio Payán*
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a vida de Salvador Castillo (1938-2019) se caracterizó por una profunda pasión por el arte, la cultura, el arte prehispánico y la preservación del Centro Histórico de la Ciudad de México. Llegó a la capital en 1940, a la edad de 2 años, junto con su familia. Su padre, Álvaro Castillo, originario de Puente de Ixtla, Morelos, fue un audaz abarrotero que estableció conexiones comerciales con Medio Oriente y Noruega, importó productos exóticos y esencias para el comercio de abarrotes. Su madre, Margarita Torres Sánchez, hija también de abarroteros, se desempeñó principalmente como maestra de escuelas públicas en su natal Hidalgo.
Salvador creció en una casona del siglo XVII ubicada en la calle de Mesones y Cruces, en el corazón de la Merced, un entorno que influiría profundamente su existencia. En este barrio, convergían diversas culturas y lenguas como el árabe, hebreo y castellano, y estaba poblado por comerciantes, artistas, sacerdotes, sexoservidoras, vendedores de telas y dueños de fondas y cantinas.
Desde temprana edad, Salvador, un niño tímido, mostró una sensibilidad especial hacia el arte y la literatura. Se convirtió en un ávido lector de Emilio Salgari y su tío lo llevaba a contemplar los murales del Palacio de Bellas Artes. En paralelo, desarrolló una profunda conexión con las casas coloniales del Centro Histórico. Esto inspiró su dedicación a la preservación del patrimonio cultural y artístico de México.
A sus 17 años, tras la muerte de su hermano mayor, Salvador asumió la responsabilidad del negocio familiar. Demostró una notable capacidad innata para el comercio, expandiendo y consolidando el negocio a una escala mayor, superando las expectativas familiares. Obtuvo la representación de la compañía alemana Spar, distribuidora de abarrotes. Más adelante, junto con un grupo de comerciantes, Castillo fue pieza clave en la fundación de la Central de Abasto de la Ciudad de México y estableció los términos correctos para que funcionara el comercio de alimentos.
En 1980 Salvador Castillo decidió restaurar una histórica casona novohispana del siglo XVI conocida como la Casa de la acequia
, lo que le cambió la vida, ahí le dio albergue al Ateneo Español de México, a la Librería Madero y a la casa Víctor Artes Populares. A diferencia de otros comerciantes, Salvador se resistió a dejar el Centro. A finales de 1990, con la creación del fideicomiso del Centro Histórico, fue invitado a formar parte de este proyecto junto a figuras destacadas como Carlos Slim, Roberto Hernández, Jacobo Zabludowski, Carlos Payán y Juan Urquiaga, galardonado con el premio Reina Sofía en restauración, con quien estableció una relación de amistad entrañable.
Castillo siempre se opuso a erradicar a los vendedores ambulantes del Centro Histórico porque comprendía las dinámicas sociales y económicas que se desarrollaban en ese lugar. Mientras otros empresarios proponían desalojar a los comerciantes informales, Castillo ofreció alternativas viables antes de considerar su remoción. Decidió apoyar a los trabajadores ambulantes utilizando sus propiedades como refugio durante las redadas: pásele, aquí es propiedad privada
. Su compromiso con la comunidad y comprensión de las necesidades que enfrentaban, además de su enfoque humanitario, lo convirtieron en un defensor de los más vulnerables. En un acto de profunda empatía, Salvador Castillo decidió ofrecer educación a niños cuyas madres, vendedoras ambulantes, no podían llevarlos a la escuela; colocó dos pupitres en el interior de su oficina y se convirtió en maestro.
Castillo se introdujo al mundo del arte cuando comenzó a coleccionar piezas que iban desde cerámica novohispana, arte postartesanal y antigüedades. A medida que profundizaba en su colección, aprendió a distinguir la autenticidad, calidad y valor de las piezas. Conoció a Lourdes Chumacero, quien le presentó a los artistas Chávez Morado y Olga Acosta; con el tiempo, Castillo se convirtió en su coleccionista. Su relación con Chumacero también lo acercó a la artista Carmen Parra, quien lo introdujo al mundo de Alberto Gironella y de muchos otros artistas.
Por su parte, Ángeles González Gamio, su pareja de muchos años, lo vinculó con historiadores, como Miguel León Portilla y Eduardo Matos. Estas relaciones lo orientaron a formar una de las colecciones más importantes de gráfica de viajeros europeos a México del siglo XIX, incluyendo a Thomas Egerton, Friedrich von Waldeck, Casimiro Castro y Frederick Catherwood. Asimismo, conformó una valiosa colección de obras de Ramos Martínez, Estrella Carmona, Fernando Leal Audirac y Roberto Rébora, entre otros artistas.
De sus adquisiciones destaca la segunda edición de Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya, editada en1892 por la Real academia de Bellas Artes de San Fernando, que incluye cerca de 82 grabados impresos con las placas originales. Sin embargo, las verdaderas joyas de su colección fueron piezas de arte popular y la obra de José Gómez Rosas, El Hotentote, y un par de pinturas de Juan O’Gorman que lo acompañarían hasta su último aliento.
Su generosidad y compromiso dejaron una huella profunda en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.
¡Gracias, Salvador Castillo!
* Para su hijo Álvaro.
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