¿Y si el mundo llegara a ser un lugar decente?

Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hay momentos en los que uno se pregunta si es posible ponerle freno a este vertiginoso avance de las crisis que afectan a la mayoría de la humanidad, a esta barbarie impúdica que cercena la vida, incluso de quienes apenas la han comenzado. Hay momentos en los que uno se pregunta cómo es posible que, habiendo como hay tal cantidad de dinero en el mundo, haya criaturas que no puedan ir a la escuela, personas que mueren en busca de una vida digna y pueblos enteros castigados sin descanso con violencia, con bombardeos, con el hambre como arma de guerra.
Pero también hay momentos de oportunidad. Momentos en los que muchas personas se unen y se hacen esas mismas preguntas, y piensan, y construyen, y proponen medidas, cambios y compromisos que, si se cumplieran, conseguirían cambiar esa tendencia global que está ahogando la vida y las reglas comunes que la protegen. Cambios que conseguirían avanzar en la construcción de un mundo amable y justo para todos los seres que lo habitan.
Uno de esos momentos es aquí y es ahora. Sevilla acoge a finales de junio la IV Conferencia de Financiación para el Desarrollo. Un nombre largo y algo frío, pero cargado de consecuencias porque es posible que esta conferencia sea la última oportunidad para adoptar decisiones políticas que nos permitan alcanzar los objetivos acordados en la Agenda 2030 y, así, garantizar los derechos humanos, la protección del planeta, el cuidado del presente y del futuro.
La conferencia de Sevilla debería ser el espacio en el que decidir si se sigue sosteniendo un sistema que perpetúa las injusticias y premia a los de siempre o si, de una vez por todas, escuchamos a la decencia y apostamos por un mundo sin desigualdades extremas. O, como decía la canción, un mundo más humano, menos raro.
Sentido común y humanoRepresentantes políticos de todo el planeta acudirán a este encuentro que no debería ser una cita más de las muchas que llenan sus agendas; un momento en el que eludir de nuevo compromisos y dedicarse a palmear la espalda de los poderosos. No debería ser eso, no podemos permitirlo. Vivimos un momento demasiado complejo como para dejar que esta oportunidad pase de largo.
Miles de organizaciones de todo el planeta exigimos que el dinero público no financie armas, sino escuelas, hospitales, entornos saludables y cultura de paz
Esta conferencia se celebró por primera vez en Monterrey en 2002, impulsada, en gran medida, por el descontento de los países del sur por las injusticias históricas y estructurales que siempre han lastrado, y siguen lastrando, su desarrollo. Organizaciones sociales de todo el mundo nos sumamos a esta propuesta y desde hace más de dos décadas nos preguntamos cómo es posible que la economía y las finanzas alimenten de forma impúdica las infladas arcas de los poderosos a costa de la mayoría. Pero también llevamos todo este tiempo construyendo propuestas que demuestran que hay otros modelos y que defender la vida no es ingenuo ni utópico, sino puro sentido común y humano, ya que se trata del bien de todos y todas.
No es casual que se convoque ahora y tampoco lo es que el escenario sea Sevilla. La última vez que se celebró fue en Adís Abeba en 2015. Desde entonces hasta hoy el escenario internacional ha cambiado mucho. Toca reformular y renovar los acuerdos que entonces se tomaron y que no acabaron de cumplirse. Y toca hacerlo además en un país europeo: por la necesidad de adoptar decisiones que garanticen una justicia que repare los daños causados y para materializar los deberes de los países del Norte con los del Sur.
Dinero hay, ¿habrá voluntad política?No pedimos milagros. Es lo mínimo. Porque mientras en 2024, el gasto militar superó los 2,7 billones de dólares (2,3 billones de euros) y se destinaron 7 billones a subvencionar combustibles fósiles, los compromisos de ayuda al desarrollo siguen sin cumplirse y millones de personas no tienen acceso a alimentos, agua potable, educación o cuidados básicos. La brecha de financiación para cumplir la Agenda 2030 se acerca a 4 billones de dólares al año. Lo dicen los informes y, sobre todo, lo dicen millones de personas que sufren en sus cuerpos las consecuencias de ese incumplimiento. Es indecente.
Nos jugamos el presente y el futuro; están en juego las reglas que nos hemos dado para ordenar el mundo y la propia supervivencia de la democracia
Llegamos a Sevilla con datos que demuestran que el desarrollo no se mide en puntos del PIB, sino en derechos, bienestar y libertad. Miles de organizaciones de todo el planeta exigimos que el dinero público no financie armas, sino escuelas, hospitales, entornos saludables y cultura de paz. Porque la tan nombrada seguridad pasa precisamente por garantizar los derechos fundamentales, en ningún caso por superar el 2% del PIB para la compra de armas.
Pedimos que el enfoque feminista, ecologista, de derechos humanos y paz empape todas las propuestas. Pedimos cancelar las deudas ilegítimas. Financiar una cooperación que repare todo lo que fue y sigue siendo expoliado; una cooperación que escuche, que trabaje a la par y que garantice los fondos comprometidos hace tantos años. Proponemos regular a quienes más daño han hecho; acabar con la opacidad y los paraísos fiscales. Exigir rendición de cuentas.
Las propuestas están sobre la mesa, detalladas con rigor y humanidad. Hacemos un llamado a las y los representantes políticos que acudirán a Sevilla: en su mano está dejar pasar esta oportunidad o, por el contrario, aprovecharla para asegurar el respeto de la vida en todas sus formas. Por nuestra parte seguiremos a disposición y trabajando por ello. Nos jugamos el presente y el futuro; están en juego las reglas que nos hemos dado para ordenar el mundo y la propia supervivencia de la democracia. La buena noticia es que ideas nos sobran, ahora solo hay que llevarlas a la práctica de manera clara y firme. La humanidad y la decencia lo agradecerán.
EL PAÍS