La desafección

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La desafección

La desafección

Vicent Mompó se esforzó en su extensa declaración ante la jueza de la dana en trasladar que el Cecopi fue, cuanto menos, un órgano sin dirección política y sometido, añadió, al criterio exclusivamente de los técnicos, es decir, de los funcionarios como Jorge Suárez, sobre el que también descargaron la responsabildiad la propia exconsellera y Emilio Argüeso. Salomé Pradas, vino a decir el presidente de la Diputación de Valencia (y eso que tuvo graves lagunas en su memoria), no ejercía de nada y, el resto de los presentes, dio a entender, no se enteraba de lo que estaba sucediendo ni siquiera en la sala de al lado donde se estaban computando las llamadas de socorro desde el mediodía. El día más trágico para la Comunidad Valenciana, con 228 muertos y centenares de miles de damnificados, el órgano de Emergencias que debía velar por la seguridad de los valencianos era, según sus palabras, poco menos que una asamblea en la que los especialistas daban su opinión y consejo y el resto observaba, sin que hubiera, insistimos, nadie capaz de imponer las directrices que conformaran la coordinación de todos los esfuerzos posibles en el peor momento de la historia. Eso fue lo que trasladó Mompó.

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Imagen de una militante ultra en Torre Pacheco

Pablo Miranzo / Efe

No sé hasta qué punto este tipo de informaciones llegan y se valoran por parte de los afectados de la dana, pero no hay que ser un analista social reputado para intuir que este tipo de relatos profundizan en el malestar que, poco a poco, se va extendiendo en la ciudadanía sobre quienes les gobiernan. Coyuntura aderezada por la suma de casos de corrupción, y de estética de burdel, que hace apenas dos semanas tenía a los socialistas Koldo, Cerdán y Ábalos como grandes protagonistas y a los que ahora se les ha sumado, en el bando contrario, la presunta trama orquestada por el que fuera todopoderoso ministro de Hacienda bajo los gobiernos de Aznar y Rajoy, Cristobal Montoro. Con una praxis propia de un Estado controlado por la mafia, con extorsión incluida a periodistas y otros políticos. Basta poner un poco la oreja en la calle y escuchar la enorme decepción que se ha instalado en los ciudadanos respecto a sus líderes y a las instituciones que dirigen, repitiendo esa pregunta que siempre acaba favoreciendo a los adalides de la antipolítica: ”¿A quién voy a votar?”. O con la versión afirmativa: “No sé a quién votar”.

Agitados por los actores principales de las redes sociales, con mayoría asociados al margen de la derecha extrema, el momento ciudadano es grave, tanto que un episodio violento como el sucedido en Torre Pacheco es capaz de disparar los peores instintos, animando movilizaciones, como esas “cacerías” contra migrantes, que son la tragedia adecuada para extender una pretendida inseguridad e instalar la alarma polarizada frente a la razón democrática y consensuada. El PSOE y el PP, lejos de reinstaurar puentes de diálogo ante la dureza del contexto, para evitar que España acabe condicionada por las posiciones de las fuerzas antisistema, siguen convencidos de que solo el combate descarnado contra el rival, ahora ya definido como enemigo, tendrá compensación en las urnas. Posición que es la misma, y si quieren comparen, que ha llevado a las fuerzas conservadoras y socialdemócratas en no pocas naciones europeas poco menos que a la marginalidad en beneficio de aquellas formaciones iliberales que, enarbolando banderas y eslóganes radicales, están triunfando en las elecciones.

Basta poner un poco la oreja en la calle y escuchar la enorme decepción que se ha instalado en los ciudadanos respecto a sus líderes y a las instituciones que dirigen”

Es lo que sucede cuando no se toma en serio a los ciudadanos o, dicho en otras palabras, cuando los partidos sistémicos se alejan de las inquietudes reales de esos mismos ciudadanos, de sus urgencias, como es el caso de la vivienda o el futuro de los jóvenes (después se extrañan de que una gran mayoría de estos quieran votar a Vox), y cuando estallan, uno tras otros, episodios de corrupción que parecía nunca iban a volver a protagonizar la política española, no al menos en tan poco tiempo (el último juicio de Gürtel se celebró hace un año) ni con tal intensidad. Aquí, en clave valenciana, tenemos un excelente ejemplo, con un PP que sigue sin definir su futuro dejando pasar el tiempo, con un PSPV del que, más allá de pedir todos los días la dimisión de Mazón, seguimos sin saber cuál es su posición frente a los desafíos que como el de la financiación autonómica se han abierto en España; y con Compromís más pendiente de sus broncas internas que de articular una respuesta coherente a los desafíos señalados. Mientras, fuera de este triángulo, hay un partido que espera, que está disfrutando con el espectáculo, que sabe que, como ha sucedido en media Europa, el auge de la desafección les es favorable y que consolidado su suelo electoral van a jugar un papel determinante en el futuro gobierno español sin estar en el gobierno español si las izquierdas son derrotadas y el PP les necesita; basta ver lo que ha sucedido en la Comunidad Valenciana. Después dirán que el resultado les ha sorprendido.

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