Color, bribris y ‘rice&beans’: el desconocido Caribe costarricense

Cuando dejas atrás la ciudad de Limón, epicentro del Caribe costarricense, a lo lejos puedes ver una pista de aterrizaje agreste medio desdibujada por la naturaleza. Se trata del proyecto de un primer aeropuerto en la zona que cuesta imaginar materializado en un lugar tan exuberante, donde las palmeras y bananeros dominan todo el paisaje y las carreteras parecen tímidas lenguas de asfalto en mitad de un verde superlativo.
Una región de Costa Rica que abandona aquellos tiempos en los que era vista como una tierra marginal y demasiado salvaje, habitada por olas de inmigrantes llegados de todas las partes del Caribe. Por este motivo los ticos preferían veranear en la costa pacífica, un territorio más “gringo”.

Una mujer de cultura bribri, uno de los pueblos indígenas
Alberto PiernasSin embargo, esta costa afrocaribeña que se extiende hasta el río Sixaola, en la frontera con Panamá, se revela al mundo como un paraíso donde la identidad y la naturaleza tejen nuevas formas de descubrir (y saborear) el territorio.
Caribe: donde la identidad y la naturaleza son unoSegún la cultura bribri, uno de los pueblos indígenas originarios de Costa Rica, el suwo es un espíritu presente en cada uno de sus integrantes, pero también en cada ser vivo: desde el tucán que vuela a lo lejos hasta el indio desnudo, árbol que se desprende de sus cortezas cada cierto tiempo para volver a renacer. Un universo propio donde no todas las perspectivas son siempre humanas, pero todas cooperan entre ellas.
Lee tambiénLo confirman las dos integrantes de la etnia bribri desde uno de sus jardines, donde los granos de chocolate que brotan junto a los nidos de colibríes son recolectados antes de ser tostados en la leña y servidos con plátano para endulzar su sabor amargo. Los bribri, como el propio Caribe de Costa Rica, simbolizan la resiliencia y la conexión con la naturaleza tan propia de este lugar del mundo.
A medida que desciendes por la costa, los árboles se reproducen sin cesar y, en el hotel Shawandha Villas, las guatusas corretean bajo las casas totalmente integradas con el entorno. Hay una piscina que invita a reconectar con el presente, y una senda que te conduce hasta una playa agreste en la zona de Punta Uva, ideal para quedarte a solas a primera hora de la mañana con las olas y quizás algún halcón maltés como testigo. Sentado con un cuaderno en la arena, las palmeras son ahora las que parecen contar la historia mientras las hormigas cortahojas siguen su sigiloso peregrinaje.

Playa de Punta Uva, Costa Rica
Alberto PiernasA lo lejos, dos jóvenes regresan con la tabla de surf, y la selva transiciona en Puerto Viejo de Talamanca. Una localidad en torno a una carretera a la que se asoman racimos de plátanos colgados, casas de colores como el Centro de Reunión Afroamericano, puestecitos de empanadas típicas -patí-, y bares donde combinar una cerveza Imperial con un rice & beans sublime.
Y es que la gastronomía es un gran pilar de esta tierra aderezada de influencias procedentes de Trinidad y Tobago o Jamaica, como resultado de las familias de esclavos expulsados de sus tierras que alcanzaron una costa más hospitalaria a finales del siglo XIX. Sus anfitriones, en aquel entonces, eran playas salvajes y bosques impenetrables donde empezar de cero.
Fue así cómo surgieron pescadores en las playas y matriarcas que inventaban nuevos platos gracias a los ingredientes que encontraban. Es lo que nos cuenta Glenda Brown, promotora cultural que hoy da clases de cocina en Puerto Viejo a través de un recetario que revela el rondón, un guiso a base de pescado y leche de coco que tú también puedes preparar en torno a una barra mientras tomas un jugo de tamarindo.
Aquí la paz brota de los patios tropicales. Te susurra lugares nuevos y te lleva hasta el río Banano, donde tomar el kayak desde el mar para atravesar los manglares, observado por monos, tortugas y aves de colores.

Una mujer cocina el rondón, un guiso a base de pescado y leche de coco
NewlinkEl mar espía a lo lejos, las monsteras se embriagan de una luz casi celestial y la senda de avistamientos te introduce en el parque nacional de Cahuita, uno de los santuarios naturales del Caribe costarricense, fundado con el objetivo de proteger esta porción de trópico y sus sistemas coralinos. Un bosque pantanoso donde cohabitan sus “mangles colorados”, cocoteros y una vegetación tupida que esconde perezosos enroscados en las copas y monos capuchinos que aguardan su momento para cruzar la senda.
En algún momento, el sonido del mar se escucha a lo lejos y el espíritu suwo habita ahora el tronco de un árbol y se mira las raíces. Un tucán se camufla entre sus ramas y el trópico revela verdes que aún no existen en el resto del mundo. El indio desnudo deja caer sus cortezas y la luna guía a las últimas tortugas hacia orillas de hoteles apagados. Solo entonces, el suwo vuelve a mirar desde el tronco: allá abajo, junto a sus raíces, hay un nuevo ser humano al que hace hueco.
Delicatessen TamaraUno de los platos más emblemáticos del Caribe costarricense es el rice & beans, compuesto de arroz, plátano maduro y generalmente carne de pollo o cerdo embadurnados en una rica y especiada salsa caribeña a base de tomates, chile rojo, leche de coco, cebolla y achiote, un tipo de colorante. Un platillo delicioso cuyo principal referente lo encontramos en Tamara, restaurante en Puerto Viejo abierto hace más de 40 años y convertido en un icono local. En un ambiente puramente afrocaribeño podrás descubrir una carta que ofrece otras delicias como el casado, plato típico costarricense; su cóctel de camarones o carne bañada en salsa de hongos.
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